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No Sólo de Pan...

¿Los alimentos son mercancías?

S

i distinguimos alimentos de comestibles con base en las siguientes definiciones: Alimentación: Ingestión de elementos sólidos, semisólidos y líquidos que en conjunto y en cantidad suficiente restablecen las células, el funcionamiento y la energía corporales y mentales, además de satisfacer el gusto de una tradición cultural particular. Y, Comestibles: Lo que puede ingerirse pero no nutre o nutre poco y produce daños en el organismo humano a corto, mediano o largo plazo, o por acumulación de substancias nocivas; podemos afirmar que los alimentos no son mercancías y los comestibles sí lo son. Que los primeros son la condición de la vida misma del género humano y los segundos son productos de consumo inducido no indispensable, al mismo título que cualquier otro valor de cambio superfluo, en el mejor de los casos. Aquí parecería que ignoro la ley según la cual todo valor de cambio es antes que todo valor de uso, pero cuando el gran pensador alemán lo afirmó me atrevo a pensar que no preveía la proliferación de objetos cuyo uso es cada vez más efímero y que representan satisfactores completamente ilusorios. Escoja el lector cualquier ejemplo de estos.

En lo que se refiere a los alimentos, el discurso oficial, aceptado e incluso pronunciado por personas de formación intelectual y científica indiscutibles, confunde bajo el mismo término los dos tipos de elementos ingeribles por el ser humano, lo que equivaldría a emplear el mismo vocablo para designar medicamentos curativos y drogas perniciosas y usarlo tanto en el discurso oficial como en la letra de la ley y para definir las políticas públicas.

Justamente lo que sucede con la política alimentaria neoliberal: se usa la palabra alimentos para todo lo que se lleva a la boca, alimentario para calificar todo producto o acción relacionados con la ingestión humana y se llama industria de la alimentación a la industria que produce estas mercancías en una gran parte dañinas para la salud. Así, las políticas públicas para la producción de alimentos alientan únicamente la productividad mercantil, con alto valor agregado, para la exportación. ¿No presumió en su primer informe de gobierno, Enrique Peña Nieto, de la barra que México alcanzó en este rubro? Y lo hizo con la consciencia tranquila de quien no puede distinguir entre la falta de acceso de millones de seres humanos -bajo su mandato- a los alimentos, prometiendo distribuirles comestibles, por cierto bajo el patrocinio de conocidas trasnacionales.

En otras entregas he insistido sobre la importancia de los conceptos para poder pensar la realidad y actuar adecuadamente sobre ella, así como en la deficiencia de conceptos que padece particularmente el campo de la alimentación, pero nunca me ha parecido más grave este problema, y la indiferencia de los investigadores en el tema. Porque si bien una mayoría informada defendemos las semillas nativas, otros luchamos por la permanencia y recuperación de los pluricultivos mesoamericanos, muchísimos queremos comer sano y casi todos condenamos el hambre, personas bien intencionadas, expertos en agronomía, desarrollo rural, cuestiones campesinas, en fin, pregonan los beneficios de la producción de monocultivos de hortalizas, frutos y semillas con alto valor agregado (¿?) para la exportación, como la alternativa correcta para el desarrollo del campo y la lucha contra el hambre.

Cuando lo que se necesita es que sea repuesta una división internacional de la producción de alimentos lógica y lúcida donde, en vez de aceptar técnicas exógenas como la del cultivo del trigo para producir maíz o arroz, siendo que estos cereales usaron en sus tierras de origen otras técnicas durante milenios, se revisen los principios de la revolución verde impuesta en el mundo desde mediados del siglo pasado, y Europa compre maíz a Mesoamérica, cereal declarado enemigo número uno de sus tierras (José Bové dixit), el mundo compre arroz a los asiáticos, donde volverían los riquísmos pluricultivos de arrozales acuáticos, y adquiera los tubérculos de las pobrísimas naciones del cinturón ecuatorial del Planeta.

Porque cultivar rosas en Morelos o fresas en Michoacán para un mercado internacional que se mueve a un ritmo desigual, produciéndolas a expensas de milpas cuyos cultivadores, convertidos en obreros agrícolas, cayeron en la miseria, es más que un error de proyección del desarrollo, un crimen. Así como convertir Xochimilco, Tláhuac y Tulyehualco en sembradío de rábanos negros para los coreanos que surten el mercado japonés y chino, o en siembra de cualquier otra hortaliza para la exportación, es crimen que no dice su nombre. Los mexicanos debemos usar nuestras mejores tierras para producir los alimentos tradicionales, tanto para el autoconsumo como para el mercado interno, y alcanzarán para exportar muchos de ellos, como fuera hasta hace treinta años. Y podríamos importar lo que deteriora nuestras tierras. Tal como debería hacerlo el resto del mundo, porque los alimentos no son mercancías: son el derecho a la vida de la humanidad.

Para Gabo, palabras, frases que se levantan hacia ti sabiendo que nunca alcanzarán tus cimas.