Opinión
Ver día anteriorMiércoles 7 de mayo de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El factor Francisco en la relación Iglesia-Estado
P

or primera vez en mucho tiempo los obispos encaran al Presidente para expresar, aun con tibieza y ánimo conciliatorio, sus dudas y cuestionamientos sobre el rumbo del país. El pasado 2 de mayo, el presidente Enrique Peña Nieto sostuvo un encuentro privado con la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) en su sede de Cuautitlán. Sin llegar a ser tensa, la reunión fue delicada. Sin duda se siente la mano del papa Francisco, quien ha insistido en diferentes ocasiones en que los obispos deben comprometerse más con los pobres y deben tener un rol social más decidido. En ese sentido, y por primera vez desde que Francisco asumió el pontificado, los prelados asumen un tono más crítico, que sin duda sorprendió al mismo gobierno. Los obispos en Izcalli expresaron sus interrogantes y preocupaciones por las actuales reformas emprendidas. El presidente de la CEM, cardenal José Francisco Robles Ortega, en su saludo, expresó al Presidente lo siguiente: La gente se pregunta en qué le beneficiarán las recientes reformas estructurales y el tiempo que tardará en que esto se vea reflejado de manera concreta en la paz, en la vida democrática, en su economía y en su progreso integral. Esta incertidumbre se ve acrecentada por las situaciones de violencia, inseguridad, desempleo y pobreza que viven muchas personas, y le remite un comunicado titulado Por México ¡actuemos! Ahí se resumen en cinco agudas preguntas inquietudes sobre la orientación del país. Es decir, no son preguntas que buscan sólo la aclaración, sino constituyen verdaderos cuestionamientos a los asuntos que abordan las grandes reformas. Por ejemplo, en la reforma hacendaria, los obispos se preguntan en el texto sobre el destino de la renta para que ésta deba ser utilizada con honestidad y transparencia para construir un país con menos desigualdades, que favorezca el empleo digno. Sobre la reforma electoral piden que se superen las artimañas de los políticos más habilidosos que lucran con el poder. Sobre la reforma energética, los obispos se preguntan sobre su orientación social; advierten el aprovechamiento de unos pocos, sentenciando que si la persona humana no está por encima del dinero, el dinero le pondrá precio a cada persona. En ese sentido abordan sus cuestionamientos a las reformas en telecomunicaciones observando: ¡Sin verdad y sin justicia los monopolios sólo cambiarán de manos, la manipulación de la opinión pública y de los contenidos la definirán los intereses dominantes! Los obispos cuestionan la indiferencia con que asumimos nuestra circunstancia, al banalizar la pobreza de más de 50 millones de mexicanos, muchos en una miseria que los condena a morir sin atención médica.

Por primera vez en mucho tiempo, los obispos abandonan el lenguaje de terciopelo para confrontar ante los protagonistas de las reformas el destino del país. Ellos mismos señalan que ante las reformas constitucionales hacemos nuestras las inquietudes de nuestro pueblo y nos preguntamos de qué manera serán benéficas, sobre todo para los que han estado permanentemente desfavorecidos, o si serán una nueva oportunidad para aquellos acostumbrados a depredar los bienes del país.

A lo largo de este primer año de pontificado de Bergoglio, hemos cuestionado la pasividad de la Iglesia mexicana, en especial su jerarquía, para asumir una nueva actitud que el propio Papa le demanda. En la pasada asamblea de la CEM, en noviembre pasado, el nuncio Christophe Pierre, en un duro mensaje, pidió a los obispos que cambiaran las poses principescas por la de verdaderos pastores. Por ello, ante el Presidente y en su comunicado, los obispos han recogido las inquietudes y desconfianzas del pueblo y se posicionan a nombre de su feligresía.

En lo personal, me ha sorprendido gratamente el cambio de tono. Es cierto que en unos días más los obispos efectuarán la cíclica visita ad limina que cada cinco años emprenden a Roma. Es claro que no quieren llegar con las manos vacías y, con este documento de preguntas críticas, algunos podrían curarse en salud frente a las exigencias pastorales y sociales del nuevo Papa.

Es particularmente refrescante este giro porque la jerarquía venía abusando de su apoyo incondicional y acrítico hacia los gobiernos en turno. Parecía no sólo refugiarse en los poderes del Estado para colocar su agenda, sino también para enfrentar la creciente competencia religiosa de las iglesias pentecostales. Después de mucho tiempo, la jerarquía asume a la sociedad como referente, como su real interlocutor. Después de mucho, los obispos, con cuidado y delicadeza, toman distancia de las opciones y apuestas que está haciendo el gobierno de Peña Nieto.

Este vuelco de la jerarquía no es oportuno, políticamente, para el posicionamiento del Presidente. Está en uno de sus momentos más bajos de credibilidad y vulnerable ante los reproches de la sociedad, la cual le censura verse rebasado. Desde el desafío de las guardias comunitarias en Michoacán, los desplegados de Cuarón y ahora el deslinde clerical, sus escenarios se ensombrecen. Probablemente el Presidente se ha arrepentido ya de no haber ido a la canonización de los papas en abril pasado. Pudo aprovechar para cabildear sus reformas en Roma y así eludir el local arqueo clerical. Sin embargo, era poco aconsejable, dada la proximidad de la visita de los obispos. Quizá estemos frente a un movimiento leve en que se redefinen ligeramente las relaciones Iglesia-Estado, en el cual la Iglesia católica tome distancia de la excesiva cercanía con el poder del Estado y, por el contrario, se aproxime más a la sociedad, como sugiere el propio Bergoglio. En todo caso, podríamos estar ante nuevas ondulaciones y acomodos.

Es un hecho que el factor Francisco ha venido a meter ruido en una relación que parecía no sólo una sólida comunión de intereses, sino fusión de miras. Cuánto trabajo y pena cobran estos giros en tantos obispos mexicanos que se acostumbraron a la sombra y el confort del poder.