Martes 1º de julio de 2014, p. a47
Del tierno coro del Cielito lindo al enfurecido grito de puto en las gradas. Con ese permanente estruendo una multitud recibió enardecida a la selección mexicana en el aeropuerto de la capital del país. Llegaron de distintos puntos de la ciudad de México, motivados por la empatía que sienten por un equipo que fue eliminado como ha ocurrido desde hace 20 años, pero que esta vez consideran que fue distinto.
Se la rifaron
, dice convencida Martha Reynoso, de Ciudad Satélite. Merecían ganar y lo que pasó con Holanda fue un robo, pero lo que demostraron en los cuatro partidos merece un reconocimiento como este
, dice emocionada.
Cientos de aficionados se enteraron por radio, televisión y redes sociales de que los jugadores llegarían la noche del lunes. Había que recibirlos como héroes y porque se lo merecen, es la frase más sobada entre los aficionados del Tricolor, que, a diferencia de ayer, tristes por la derrota en octavos de final ante Holanda, esta noche parecen felices.
La señora Emma Vargas aguarda al margen de la multitud en una de las escaleras que conducen al primer piso del aeropuerto. Vino desde Iztapalapa en un recorrido en Metro y peseros. Ella y sus dos pequeñas hijas visten la playera verde. Ayer lloramos todas en la casa
, admite con un gesto de tristeza. Pero hay que reconocerles el esfuerzo que hicieron, esperemos que ahora sí, dentro de cuatro años lleguemos hasta ser campeones
, dice como si olvidara la historia de los seis mundiales recientes.
Las dos pequeñas se emocionan cuando hablan de sus ídolos y se enfadan al recordar el penal que costó la derrota a México. El robo de Robben
aquí no está en duda, por más que el jugador diga que el que fingió fue.
Yo creo que los mexicanos somos masoquistas
, dice la señora Emma al reconocer que cada cuatro años se repite la emoción y la desilusión.
A veces siento feo cuando veo llorar a mis hijas, pero luego recuerdo lo emocionadas que estaban con su país y eso es lo que creo que vale la pena aunque luego se desilusionen
.
Para las nueve de la noche era ya imposible caminar por los pasillos de llegadas internacionales. Todo se volvió una verbena tricolor, un 15 de septiembre a destiempo, una grada sin cancha.
Cada tanto algún entusiasta empieza el conocido cántico que desemboca en un estruendoso insulto que hace reír a los viajeros que miran asombrados la multitud.
Ondean banderas y no se ve nada. Todos coinciden en que ya no importa la eliminación. Lo que ahora deben hacer es agradecer los momentos de alegría.
Al final, el entusiasmo volvió a caer. Esta vez porque no vieron a sus héroes. Porque las autoridades del aeropuerto consideraron que no había garantías para que los jugadores saludaran a sus aficionados. Otra decepción, quién sabe si peor, porque esta vez, a diferencia de otras derrotas, la gente sí sentía cariño genuino. Tal vez para el otro Mundial.