En jaula de oro
e manera periódica solíamos preguntarnos en la levedad de la transición sin rumbo: ¿quién cuida a los cuidadores? Y la respuesta se perdía en la vorágine de la violencia que nos aproximaba al abismo. La pregunta es tan vieja como el poderío romano del que la heredamos, del imperio cuya prolongada caída tuvo a los guardias pretorianos como actores secundarios que empezaron a decidir quién sería el sucesor del emperador en desgracia y acabaron por imponer a uno de los suyos. ¡Ave César, tus compañeros cuidadores te saludan!
Los guardianes cuidan, ayer y hoy, a los dueños del dinero, a quien les paga. Poco les importa si ese dinero es sucio
o ha sido lavado, si proviene del erario o de las cajas de seguridad privadas de los que quitan y ponen a los que se ocupan de privatizar la cosa pública en la enloquecedora oligarquía que impera. Sobre la ley, sobre la mayoría marginada y pobre que vive en el hambre y sobrevive en la desigualdad del capitalismo financiero y el consumismo que ciega por igual a los cuidadores que a los ricos del uno por ciento. En México circulan más automóviles blindados que en cualquier otro país de la globalidad dichosa de los mercados y capitales libres de regulación. La desigualdad acaba por encerrar a ricos y pobres; aquellos, tras altas bardas con modernos sistemas de seguridad, y los pobres tras alambradas rejas en puertas y ventanas de casuchas y tendajones.
Comparten el miedo a la violencia desatada y alentada por la desigualdad, por un sistema en que la policía pública cuida a los del dinero privado, fruto de las rentas del capital o del crimen organizado que ya reta a los oligarcas nativos y los obliga a pagar policía privada, cuidadores, guardias pretorianas cuya función principal es apartarlos de los de abajo; evitar todo contacto con los marginados en circunstancias o condiciones sobre las cuales no ejerzan control absoluto los dueños del dinero. Males son del tiempo, del Consenso de Washington, dirán los memoriosos sesudos. Puede ser, pero eso no aísla a México y a los mexicanos de la tormenta perfecta. Russell Brand escribe en The Guardian del laberinto de la concentración del capital donde los ricos han distorsionado la seguridad pública: Estados Unidos, nos dice, proporciona más empleos a guardias de seguridad privada que a maestros de educación media.
Y a mayor desigualdad... los cadáveres encontrados en las fosas comunes del municipio de Iguala, los estudiantes de la normal rural asesinados y los 43 desaparecidos
son prueba irrefutable que la policía sirve a los dueños del dinero. Y de que los funcionarios del gobierno han privatizado la seguridad pública y el libre mercado la ha puesto bajo control de los delincuentes, de los capaces de pagar 600 mil pesos mensuales a un subjefe de policía municipal, de los que decidieron que podían ser autoridad, en lugar de pagar a los de la pluralidad de partidos, a políticos vacíos de ideologías y de conciencia social que han capitalizado la democracia sin adjetivos y han aprovechado el financiamiento que aporta el estado. Paradójicamente, con la buena intención de evitar la injerencia del dinero sucio
en lo electoral.
Es hora de encender los faroles. Bajo el sol intenso de Acapulco, donde marcharon miles y miles de mexicanos del común: estudiantes de las normales rurales que sobreviven en la miseria, de las universidades públicas, autónomas o no y del Instituto Politécnico Nacional, que también nació en los años del cardenismo visionario que sembró normales rurales para que se ocuparan de cultivar el vasto y árido territorio del país, ser la vanguardia de los misioneros de la educación que alfabetizaron a millones y contribuyeron a la proeza de rescatar el orgullo del mestizaje, de la cultura precolombina, de la identidad nacional. Hace unos días, México conmemoró orgullosamente los 50 años de vida del Museo Nacional de Antropología. Los desaparecidos de Guerrero, los muertos sin nombre encontrados en la fantasmagórica serie de tumbas colectivas, comprueban que ha llegado la hora de enfrentar la desigualdad y mitigarla. O seguir mansamente la marcha hacia el abismo.
La concertación de voluntades y la eficiencia puesta a prueba en la aprobación de las reformas estructurales
, permitió a Enrique Peña Nieto superar la inercia y falta de oficio político que prolongó la crisis económica recurrente durante tres décadas de desaliento, así como la trampa del estado de excepción ficticio; la inane frivolidad de Fox; la cruel guerra de Calderón con miles de muertos y el número aterrador de tumbas colectivas en toda la geografía nacional. En el mundo ancho y ajeno del capitalismo financiero pudieron posponer su condena al retorno del priísmo autoritario y corrupto
, decir, en cambio, y sin embargo, se mueve. El momento de México, acuñaría The Economist, biblia de la ortodoxia. Pero los ajustes fiscales disgustaron a los de arriba y la inversión pública pospuesta o contenida por imposición dogmática encendieron la chispa del descontento social.
Y la violencia que no cesa cundió hasta provocar la locura criminal de ediles y jefes de policía, la cacería de estudiantes de la normal rural, el estallido de una crisis social en la nación y los inmediatos reflejos en el extranjero. La barbarie, el crimen de lesa humanidad, de policías al servicio de un cacique agraviado por la presencia de “los ayotzinapos”, de los de abajo, de los que literalmente duermen en el piso y son prueba viviente de la irreductible desigualdad, hicieron estallar la lucha de clases que la oligarquía alternante había declarado desaparecida. Y el cinismo del por segunda ocasión gobernador de Guerrero bajo el signo de la muerte, sucesor de Rubén Figueroa Alcocer en la primera ocasión y ahora cobijado por el PRD.
Jesús Zambrano defendió incondicionalmente a Ángel Aguirre. Y vendría Carlos Navarrete a superar las maromas del partido que se dice de izquierda. Le hicieron el juego a la politiquería que reivindica la sumisión al cesarismo sexenal, ahora como signo de modernidad democrática, de oposición participativa. Da grima la gesticulación de Navarrete, la pose cortesana del ni quito, ni pongo rey... dejar el gobierno no resuelve lo de fondo, pero Aguirre debe meditar y decidir pronto. Frente a las cenizas del palacio de gobierno, Aguirre afina la viola y deja correr la conseja de su amistad
con Peña Nieto. Nadie ejerce el poder en Guerrero, pero los senadores panistas manosearon la facultad de reconocer que han desaparecido los poderes en el estado...
y los del PRI decidieron ver, oír y callar.
Estado de derecho de contentillo. Imperio de la ley, pero en los bueyes de mi compadre. A Enrique Peña Nieto lo pusieron en jaque: ¿qué se vaya o que se quede el gobernador?, le preguntaron; es una definición propia de allá, respondió. Que sólo en Iguala hay problemas, dice la desfachatez del indiciado, pero la crisis es de la nación, pone en riesgo la recuperación económica tentativa y ha generado condenas en el exterior.
No es dilema de ambiciones aldeanas. Es el estallido de la lucha de clases. Es un conflicto que trasciende a la próxima elección. Sí, lo urgente es encontrar a los 43 desaparecidos, pero hay que restablecer el imperio de la ley. Los senadores deben valorar con seriedad y responsabilidad la decisión, dijo el presidente del INE, Lorenzo Córdova: Hablo como constitucionalista; es una figura que constituye la última válvula de seguridad para la preservación del estado de derecho
.
O cabestrean o se ahorcan, dirían los rancheros.