Sólo los amantes sobreviven
host people. Algo inquietante en Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive), del estadunidense Jim Jarmusch (Más extraño que el paraíso, Hombre muerto) es su manera de emparentar ciudades y personajes, reuniendo en un relato de vampiros las mitologías y mutaciones de las primeras, y la mítica condición atemporal y fantasmagórica de los segundos.
Una pareja de amantes, Adán (Tom Hiddleston) y Eva (Tilda Swinton), está momentáneamente separada en continentes distintos, pero tienen una relación sentimental de varios siglos.
Ella es mayor que él, apenas unas cuantas centurias, pero comparten vivencias históricas y literarias muy intensas; han conocido a las grandes mentes de otros siglos, y en la actualidad se ocupa ella en Tánger de la salud precaria del dramaturgo Christopher Marlowe, vampiro también, envenenado con sangre adulterada. Adán, por su parte, vive en Detroit, obsesionado con el rock setentero y una colección de guitarras vintage.
Llegado el momento de reunirse de nuevo, irrumpe Ava (Mia Wasilkowska), una vampiro joven, hermana menor de Eva, temperamental e incontrolable, capaz de ejercer una enigmática seducción en la pareja.
En pocas cintas ha expresado un Jarmusch eminentemente autoral un gusto tan pronunciado por los géneros fílmicos tradicionales, como en esta extravagante y muy hipster película de vampiros.
Con humor desecha los ingredientes previsibles del género, desde los amaneceres fulminantes hasta la perforación con estacas o el exorcismo con ajos y crucifijos. En lugar de ello, hay tráfico de sangre de calidad muy variada, balas de durísima madera con acabado de plata, y sobre todo el especial diletantismo de la pareja.
Son los primeros vampiros auténticamente dandys en la historia del cine, y su esnobismo se traduce en un frenético soltar los nombres de las celebridades con que se han cruzado en su largo camino de varios siglos. No es un azar que Eva elija vivir en la mítica ciudad marroquí de Paul y Jane Bowles, de Genet o de Burroughs, y que su compañero Adán asista con esnobismo embelesado a la decadencia de un Detroit post-industrial, antes urbe muy rica culturalmente, hoy casi abandonada, una ciudad casi desecho.
A su manera, los vampiros de Jarmusch son los últimos amantes sobrevivientes del romanticismo y de una cultura clásica. Conviven ahora con los nuevos zombies de la era tecnológica y la comunicación instantánea. A ellos oponen su bohemio gusto estrafalario, su paseísmo incurable, su anacronismo.
El también director de El tren del misterio ofrece aquí su visión desencantada de una modernidad sin paciencia ya para los goces culturales y estéticos. Adán y Eva, su primigenia pareja de vampiros, han atravesado muchos siglos para toparse con un nuevo paraíso perdido.
Se exhibe en la Sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y 18 horas
Twitter: @Carlos.Bonfil1