No estaba físicamente conmigo, pero siempre lo sentí a mi lado, dice la hija cubana del escritor
Crecí oyendo cómo adoraban a José Revueltas, mi padre
Sabíamos que entraba y salía de la cárcel, y que era perseguido por sus ideas políticas; yo tenía muchas ilusiones de que conociera mi pueblo, mi casa, mi perro, expresa Moura Revueltas en el centenario del autor de El apando
Al saber de su muerte, sólo entonces me sentí en total desamparo
Miércoles 19 de noviembre de 2014, p. 3
La Habana, 18 de noviembre.
Moura Revueltas Agüero admite que su vida comenzó con Venus saliendo de las aguas. Mamá esperó el momento en que él pasaría cerca de la piscina del Hotel Habana Libre. Tomó impulso y se sentó, empapada, en el borde. Cuando levantó la vista, ya él la había descubierto y no se separaron hasta que él regresó a México
.
Era agosto de 1961. José Revueltas tenía 48 años, estaba en trámites de divorcio y comenzaba a escribir su novela Los errores. Había llegado a Cuba en mayo, después de publicar su Ensayo de un proletariado sin cabeza, que le costó una nueva y definitiva expulsión del Partido Comunista Mexicano.
En los apuntes sobre su estancia de siete meses en la isla cuenta que en agosto conoció al Che Guevara –sus palabras tienen un calor inesperado, una vivacidad palpitante y comunicativa
–, dictó un curso sobre marxismo y asistió al primer Congreso de Escritores y Artistas. Omega Agüero, 21 años, natural de un poblado del interior, Minas, Camagüey, era becaria del Seminario de escritores del Teatro Nacional
y participó en el encuentro.
Unos días después, Omega y José ya estaban en el malecón, lúcidos de amor, perteneciéndonos como si nos hubiéramos dado mutuamente los ojos
. “Cuba –subraya el escritor más adelante– es una Revolución en estado atávico. Ha empezado por las palabras: esto es agua, esto es viento. Es por ello que decidí con Omega traer una criatura a este nuevo mundo”.
Esperaban a un niño
Si era niño le pondrían por nombre Vladimiro, y una y otra vez Revueltas lo comenta en la correspondencia que aún se conserva de esta época en el volumen 26 de sus Obras completas (México, ERA, 1987). Las colecciones de la Benson Library, en la Universidad de Texas, guardan algunas cartas de Omega Agüero, la pequeña camaradita
, la compañera monstrua
, como la llama. Finalmente nace una niña, el 7 de julio de 1962.
“Mi madre siguió adelante, dio clases de inglés, escribió dos libros de cuentos, se vinculó al teatro… Yo crecí en Minas con mis abuelos y escuchando hablar con adoración de mi padre, que quedó ligado a mi madre para siempre porque yo existía y buscó modos para escribir continuamente y saber de mí. Sabíamos que entraba y salía de la cárcel continuamente, que era perseguido por sus ideas políticas. Él no estaba físicamente y yo tenía muchas ilusiones de que él conociera mi pueblo, mi casa, mi perro, pero nunca dejé de sentirlo a mi lado”, dice Moura.
La niña sólo lo vio en dos ocasiones: cuando él regresó a La Habana, a inicios de 1968, como jurado del Premio Literario Casa de las Américas. Luego, en agosto de 1975. Yo era una adolescente tímida a la que él llenó de mimos. Hicimos planes para estar juntos y seguir comunicándonos, pero un año después llegó la noticia de su muerte. Sólo entonces me sentí en total desamparo
, recuerda Moura.
Exposición conmemorativa
Omega se casó en 1970 con el poeta cubano Francisco de Oraá (1929-2010), premio Nacional de Literatura, y tuvo otro hijo. Moura siguió sus estudios en Camagüey hasta graduarse como médico general integral, en 1987. Hoy es especialista de segundo grado en epidemiología, tiene dos hijos –Enrique y Ernesto– y vive en La Habana, donde murió su madre en 2005.
Un día Moura vio por casualidad en la televisión una vieja película de 1952, dirigida por Roberto Gavaldón. El rebozo de Soledad, con Revueltas como co-guionista. La trama cuenta el dilema de un joven médico que, ante la decisión de entregarse a una vida llena de comodidades o atender a quienes más lo necesitan, en el campo, se decide por esto último.
“Es exactamente lo que yo hice –afirma Moura Revueltas–. Me formé con la idea de la medicina con un enfoque social y de amor por la gente. Por eso a veces creo que la genética es una ciencia exacta y que mi padre habría estado orgulloso de mí… No tienes idea de cuánto lloré esa noche, allí sola, frente al televisor.”
Ernesto Roldán Revueltas, nieto del autor de Los días terrenales, inaugurará una exposición de pintura conmemorativa por el centenario de su abuelo José Revueltas, quien nació el 20 de noviembre de 1914, en Santiago Papasquiaro, Durango.