Pragmatismo
as sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea contra Rusia, lejos de revertir las causas que se invocan para aplicarlas –la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas en el este de Ucrania–, tienen para sus promotores muchos efectos contraproducentes.
Acorde con su posición equidistante, China rechazó sumarse a las sanciones contra Rusia, pero tampoco la apoya abiertamente. Guarda silencio respecto de los temas de controversia y con ello obtiene de su vecino ventajas como comprar el gas ruso más barato de lo que pretendía el vendedor, tras negociar su precio durante muchos años en un estira y afloja que parecía interminable.
Al afectar las sanciones, por poner un ejemplo, a las empresas de la industria militar rusa, desde Washington y Bruselas se impulsó a Moscú a buscar nuevas formas de cooperación con sus socios tradicionales y, en esa materia, nadie mejor que su principal comprador de armamento, Pekín.
No es de extrañar que, durante la reciente visita al vecino país asiático del ministro de Defensa ruso, Rusia y China anunciaran el compromiso de convertir en prioridad su cooperación militar.
Ante la expansión de la presencia militar de Estados Unidos, y la OTAN que es lo mismo, en Europa oriental y los intentos de recuperar su hegemonía en Asia, Rusia y China responderán el año siguiente con maniobras conjuntas en el Mediterráneo y en el Pacífico, aunque el principal ámbito de cooperación que se abre es la fabricación de armamento.
Hace tiempo que Moscú se resignó a que nada puede hacer para impedir la proverbial costumbre china de imitar y perfeccionar las armas rusas que compra y Pekín gana terreno como sustituto idóneo para instalar fábricas que elaboren las piezas que dejaron de suministrarle las empresas ucranias del sector.
Este previsible incremento de los intercambios militares, sin embargo, no permite saber si Rusia y China, con intereses propios que no siempre son iguales, puedan llegar a constituir una verdadera alianza militar. Para ello tendrían que abandonar lo que ha sido su política invariable de no involucrarse en bloques militares que pudieran atarles de manos con obligaciones contraídas.
Ni Moscú ni Pekín parecen dispuestos a restringir su soberanía, si bien de palabra no dudarán en reafirmar las coincidencias, como sucede cuando cualquiera de ellos reprime las protestas callejeras de la oposición política, colgándole la etiqueta de revolución de color
que, sostienen, sólo se producen por estar financiadas desde el exterior.
Hoy por hoy, el pragmatismo de los gobernantes ruso y chino hace posible sacar provecho de la coyuntura. A mediano y largo plazos, el horizonte no es tan promisorio. Se llega al extremo de que los analistas rusos más pesimistas advierten que una guerra entre Rusia y China sólo es cuestión de tiempo. Los optimistas, en cambio, están convencidos de que el instinto de supervivencia se impondrá a la suicida tentación de usar los arsenales nucleares.