Morir cantando
aradojas de la posmodernidad o contumacia de la perversidad. Por un lado, 14 religiones –escoja la verdadera de acuerdo a su aturdimiento–, 350 especialistas, académicos y ministros religiosos de 23 países, reunidos en un coloquio internacional en el Vaticano, insisten en fomentar, auxiliar y proteger a la familia y a los matrimonios con hijos, pues aquellos que no pudieron o no quisieron procrear y además son polígamos, no tienen defensa alguna. Que Lucifer los ampare.
Y por el otro, la inefable Organización de las Naciones Unidas (ONU), que incansable no deja de informar, recomendar e intimidar, aunque sin mayores resultados, descubrió tras acuciosa investigación que 60 por ciento de los mil 800 millones de jóvenes entre 10 y 24 años que hay en el mundo ni estudia ni trabaja, como si el sistema económico prevaleciente en el planeta permitiera otras opciones. Entonces, un bando insiste en preservar la estructura familiar del creced y multiplicáos y otro advierte que apenas hay opciones para 60 por ciento de los hijos nacidos en el pasado cuarto de siglo. Con su larga cadena de incongruencias, este planeta no logra ser serio.
Pero a veces la realidad también nos recuerda que se pueden rebasar manipulaciones y estadísticas. En días pasados asistí en la FES Acatlán a un maravilloso encuentro de grupos corales mixtos de la citada institución y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ambos con una calidad vocal e interpretativa proporcional a la originalidad y variedad de sus repertorios.
Inició como invitado el coro de Filosofía y Letras, cuyo director, Enrique Galindo, dijo, entre otras cosas: “¿sabían que El jarabe tapatío tiene letra? Pues la encontramos precisamente porque somos de Letras”, y ofrecieron una versión insólita de tan emblemática pieza. Siguió el coro de Acatlán, dirigido por Raúl Vázquez Chagoyán, compositor de bellas canciones como Si dudara y Háblame con la mirada, para confesar: esta canción debería ser un deseo de todos: morir cantando
. Y recrearon el sentido huapango La Cigarra. La apoteosis vino cuando ambos coros entonaron varias piezas.
Aquello fue un testimonio de sensibilidad, compromiso, disciplina, capacidad creadora individual y en grupo, un himno a la inteligencia, la belleza, la bondad y al gozo, y un tierno guiño ante la acumulada ineptitud y oscuridad de tantos. Gracias de verdad.