P
elo malo
. En Venezuela, la expresión designa de modo peyorativo a las personas de raza negra o mestizos mulatos, cuyos cabellos, demasiado rizados, no se ajustan a los criterios estéticos de apostura que dictan la publicidad y la televisión locales. En el país de las reinas de la belleza, la apariencia ideal, el look intachable, tiene gran importancia. Poco importa que la propaganda oficial combine pintorescamente cristianismo y marxismo, y clamorosamente rechace la penetración cultural colonialista; lo que en realidad persiste en el país son los estereotipos mediáticos teñidos de racismo y el rechazo de toda conducta heterodoxa alejada de una supremacía viril y beligerante ligada hoy, más que nunca, al declarado proceso revolucionario.
En Pelo malo, su tercer largometraje, la realizadora venezolana Mariana Rondón (Postales de Leningrado, 2007) narra la historia del mulato de nueve años Junior (un Samuel Lange formidable), quien desesperadamente se afana por alaciarse el pelo para la fotografía escolar en que desea emular a su cantante favorito. Su único cómplice en el empeño es una simpática y regordeta compañera infantil (María Elena Sulbarán), quien también anhela su foto como rutilante reina de la belleza.
Esta sencilla propuesta argumental sirve a la cineasta para hacer un señalamiento muy crítico de los rezagos que vive hoy Venezuela en materia de progreso social, tolerancia y respeto a las minorías sexuales. Ambientada en un barrio muy pobre de Caracas, la cinta detalla el estado de abandono de viviendas colectivas pretendidamente favorecidas por los publicitados programas sociales. El contraste entre propaganda oficial y deterioro urbano se asemeja al que muestran las cintas cubanas Fresa y chocolate, de Gutiérrez Alea, o la muy reciente Conducta, de Ernesto Daranas. Elegir el motivo de la negra cabellera rizada de un niño como símbolo de un estigma social, permite también a la directora mostrar, como contrapunto irónico, el culto a la personalidad del carismático líder Hugo Chávez, quien luego de perder el cabello en las quimioterapias, tiene a una fanática fracción del pueblo venezolano cortándose el pelo en señal de solidaridad con él. Pero al pelo malo de Junior lo acompañan además otros distintivos agravantes: su inocultable afeminamiento de niño delicado que gusta del baile sensual (opuesto al break dance viril de sus compañeros), la compañía femenina, los baños de tina y el largo acicalamiento frente al espejo, y que lanza miradas tiernas tanto a su madre como al amigo adolescente por quien parece suspirar todo el tiempo. Mi vida en rosa (Alain Berliner, 1997) en el país de la revolución bolivariana.
Lo novedoso del asunto es centrar en la madre el tipo de intolerancia homofóbica que por lo general ilustran los varones (aquí curiosamente más tolerantes). En parte el recelo de la joven y sensual Marta (Samantha Castillo) responde al temor de que su hijo Junior crezca rodeado de hostilidades y rechazos sociales por su orientación sexual. Sin embargo, su animosidad hacia él, por momentos exagerada, proviene también de su propio culto al orden y a la disciplina. Ejerce celosamente su oficio de vigilante en una empresa privada, y como deformación profesional vigila y censura los gestos, miradas y ademanes que en su pequeño hijo considera impropios o enfermizos.
Marta encarna y resume ominosamente una voluntad superior de vigilar las conductas ciudadanas disidentes. Hay en ella un conflictivo sentimiento de amor y odio hacia Junior, y de parte de éste la confusión total de no saber qué papel jugar en el orden social y afectivo de los adultos. Sus únicos refugios de solidaridad sentimental son su amiga de juegos y la negra abuela Carmen (Nelly Ramos), quien percibe y comprende su precoz heterodoxia sexual y convenientemente desea adoptarlo para garantizarse compañía y cuidados en la vejez.
La fina observación social y sicológica de Mariana Rondón despoja a sus alusiones evidentemente críticas de todo asomo de amargura o espíritu de revancha. Esa mirada inteligente le valió a Pelo malo, en 2013 la Concha de Oro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Se exhibe en la sala 7 Cineteca Nacional a las 14:30 y 16:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1