os dos meses anteriores han sido traumáticos para este país. Lo ocurrido en Ayotzinapa no puede ser barrido debajo de la alfombra como si fuese un hecho de otro mundo y del cual son responsables unos actores aislados, salidos de no se sabe dónde. Esta es la expresión fehaciente de una situación de brutal desgaste político y social, parte de un amplio ambiente de corrupción, crímenes, desapariciones y una impunidad sin límite, que se ha exacerbado en diversas partes del territorio y va mucho más allá de Guerrero.
La relación con la que se cuenta de estos hechos es seguramente incompleta y eso agrava aún más la condición de inseguridad y el pasmo que provoca. Todas las acciones que se emprendan para atemperar la situación pasan por el esclarecimiento de las muchas desapariciones, de las fosas con restos humanos que se hallan de modo constante por todas partes y del miedo reinante.
En Ayotzinapa hay 43 desaparecidos sobre los que se ha concentrado merecidamente la atención y dos meses después esa sigue siendo su condición. Pero esta es parte de una especie de contabilidad en la que no puede tratarse como si hubiese mermas en el inventario de la población de esa zona. Lo que ocurre no está hecho de retazos y faltantes. La solvencia jurídica del país no puede sostenerse en esas figuras de manera indefinida. La consecuencia del paso del tiempo es que se exhibe, precisamente, un vacío legal. Y, mientras esto ocurre, se advierten diversas manifestaciones de choques, conflictos y actos diversos cuyo significado no se puede minusvalorar y que sólo abonan para una mayor fricción general.
Me parece miope declarar, como ya ha hecho un dirigente empresarial, que un asunto como el de Ayotzinapa no puede descarrilar a un país como México. Sería una buena práctica –hasta de negocios– no dejar de lado las dudas como actitud intelectual básica y buscar sustituirlas por falsas certezas.
Se trata igualmente de una ficción proponer un análisis del comportamiento de la economía sin considerar como un elemento clave la frágil situación política y la tensión social que hoy existe. Es forzado y tramposo seguir pretendiendo que economía y política no son sino un solo y complejo fenómeno.
La técnica sólo sirve dentro del campo de la técnica. Y si se atiende a los procesos de ajuste ante la crisis económica, tal como ocurren hoy en Europa, Japón o Estados Unidos, se advierten las condiciones de este intrincado proceso. Así ocurre también con las repercusiones de la fuerte baja del precio del petróleo y su impacto geopolítico, como indica el caso de Rusia.
Este último es un factor clave en México, donde la caída de los precios se suma a la menor producción de crudo. A pesar de las coberturas petroleras contratadas para 2015 habrá una repercusión económica asociada con los menores ingresos petroleros y es previsible que también se afecten las condiciones tan exaltadas que fueron previstas para las inversiones derivadas de la reforma energética.
La estimación del crecimiento para este año ya fue corregida otra vez por la Secretaría de Hacienda por debajo de su nivel anterior de 2.7 por ciento. Ahora, incluso, ya no dará una cifra específica de su previsión, sino que ofrecerá un rango, como hace el Banco de México, en el caso de la inflación.
El rango para 2014 es de 2.1 a 2.6 por ciento. Así se admite que no hay condiciones para un análisis más preciso de la evolución de la actividad productiva y se ajustan ya hacia abajo las expectativas para el año entrante. Este tren no responde ni al estímulo que se suponía más directo que es el de la locomotora de la economía de Estados Unidos.
Ya transcurrió una tercera parte del sexenio. Este fue un periodo en el que inicialmente se ofreció una imagen dinámica y voluntariosa de la forma en que se quería gobernar y que se manifestó en el amplio conjunto de reformas aprobadas, incluyendo, cambios constitucionales.
Los pactos sirvieron para llevar agua a distintos molinos, pero el flujo escasea. De ahí se pasó de modo inesperado y vertiginoso a un escenario diametralmente distinto y cuya imagen está firmemente establecida como un contraste palmario.
La puesta en marcha de las reformas que se planteó como una segunda fase de la estrategia del gobierno se frenó en seco. Si se hace un balance de la secuencia del proceso como se planteaba en cada una de ellas, se advierte que los resultados están muy lejos de lo ofrecido. Podría hacerse una paráfrasis de Galileo: Y, sin embargo, no se mueve
. La situación política es poco firme, la sociedad está muy inquieta.
El trabajo requerido es eminentemente político. Y esa es la demanda de los ciudadanos para el gobierno y muestra muchas facetas que se contraponen. También lo es para los desprestigiados partidos políticos que no sirven para representar las necesidades de la población, mientras sí que se sirven de privilegios, prebendas y presupuestos inflados. Esto alcanza a las instituciones que comandan la operación del sistema democrático que exhibe grandes limitaciones. Este es, sin duda, un momento muy delicado para esta sociedad.