El payaso
tephen Colbert, uno de los payasos/críticos sociales más inteligentes de la era moderna estadunidense, dejó el escenario la semana pasada después de nueve años de provocar, informar y educar a una generación de estadunidenses. Como todo buen payaso, el objetivo de su burla era contra los excesos, manipulaciones, engaños y mentiras de políticos, de los medios y de cualquier interés poderoso enmascarado.
Cuatro noches cada semana, su programa, The Colbert Report, abordaba temas de coyuntura y, a veces, al comentar alguna noticia, su comentario mismo se volvía noticia. Para muchos, fue uno de los intérpretes claves del momento contemporáneo de Estados Unidos en esta última década.
Disfrazado –pero usando su propio nombre– de comentarista conservador, arrogante, egoísta, vanidoso y absolutamente convencido de sí mismo, Colbert logró usar sus navajas cómicas para cortar la hipocresía de cualquier pretencioso o poderoso, o acuchillar cualquier engaño conservador o juego de poder. Lo hizo en sus entrevistas con más de 80 representantes federales en la última década, muchos de los cuales sencillamente no entendían que acababan de ser fulminados al responder a sus preguntas (durante un tiempo, un líder legislativo demócrata giró instrucciones a sus filas para no aceptar ser entrevistados por Colbert), o con grandes promotores del mercado libre
y otros conceptos favorecidos por la derecha a quienes aseguraba que compartía a fondo sus argumentos: los llevaba a tales extremos absurdos que ellos mismos se aniquilaban.
Su amplia influencia en el ámbito político y social del país se exhibió en su programa final, donde decenas que habían participado como invitados en su programa de comentario y entrevistas aceptaron hacer algo ridículo: cantar, juntos, una canción clásica We’ll Meet Again (Nos veremos otra vez). Entre los que participaron en su estudio: su amigo, promotor y gran cómico satírico Jon Stewart, el gran cantautor Randy Newman, George Lucas (director de Star Wars); el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio; el gran músico Yo-Yo Ma; Kareem Abdul Jabbar (legendario basquetbolista y ahora comentarista político); Cyndi Lauper, Patrick Stewart, el senador Cory Booker, Henry Kissinger (¡cantando!), Willie Nelson, Jeff Daniels, la embajadora ante la ONU, Samantha Power; el economista premio Nobel, Paul Krugman; el director del New Yorker, David Remnick; el fundador de Wikipedia, Jimmy Wales; vía video, el ex presidente Bill Clinton, un astronauta desde la estación espacial, un grupo de soldados en Afganistán, entre muchos más actores, músicos, políticos y periodistas reconocidos.
La semana pasada el presidente Barack Obama fue de visita para la entrevista y hasta se sentó en la silla del conductor para hacer uno de los segmentos del programa.
Colbert también ha dejado otras huellas en la cultura popular. La famosa empresa de helados Ben & Jerry’s nombró uno de sus helados por él; fue criticado por asesores de George W. Bush cuando fue el anfitrión de la cena anual de los corresponsales de la Casa Blanca y ofreció un discurso que irritó al presidente; recibió 230 mil votos para que le pusieran su nombre a un módulo de la estación espacial (eso falló, pero uno de los aparatos de ejercicio de los astronautas ahora lleva su nombre). Inventó palabras que ahora están en uno de los principales diccionarios de la lengua inglesa (truthiness, definida como “la cualidad de aparentar o hacer sentir que algo es verdad, aun si no necesariamente es cierto).
Colbert no sólo influyó en el debate sobre la realidad política nacional por medio de su programa, sino que a veces intervenía directamente en esa realidad: se lanzó, brevemente, como candidato presidencial (logró obtener 13 por ciento de las preferencias en una encuesta en 2007), estableció un Comité de Acción Política, o PAC (entidades empleadas por intereses privados para influir en el proceso electoral) para demostrar la influencia corruptora de éstas –explicó en una entrevista que nos estábamos inyectando en las noticias e ilustrando algo ridículo sin hablar de que era ridículo
– y convocó, junto con Stewart, un mitin para promover la sanidad
en el debate político frente al Capitolio, a donde acudieron 200 mil personas. Se presentó ante un comité del Congreso sobre las condiciones de jornaleros agrarios inmigrantes, donde bromeó que para resolver esa explotación: tal vez la respuesta fácil es que los científicos desarrollen verduras que se cosechen solas
.
Colbert es autor –manteniendo su personalidad cómica– de dos libros best sellers sobre Estados Unidos (un tercero es un libro de niños satírico, para adultos). Fue nominado múltiples veces para el Emmy (el premio máximo de televisión) y lo ganó dos veces; obtuvo dos Peabody (premio periodístico) y un Grammy por su disco navideño. Junto con Stewart, fue considerado una de las figuras más confiables
en el mundo de las noticias y, entre los jóvenes, fue una de las fuentes principales de información política.
Para entender este país, Colbert ha sido, como lo sigue siendo Stewart, un guía indispensable. No pretenden ser rebeldes, no ofrecen soluciones ni proponen agendas, ni se consideran líderes de opinión. No pretenden ser más que cómicos. Pero su invitación a reír desnudando hipocresías, manipulaciones y engaños entre el poder es esencial para la vida contemporánea en este país. Casi siempre están preguntando: ¿quiénes son los verdaderos payasos?
La buena noticia es que Colbert regresará, ya sin su personaje, a la televisión: tomará el puesto de David Letterman en el programa de charla nocturno Late Night de la cadena CBS en unos meses. Pero ahora el debate es sobre cómo será Colbert sin su disfraz.
Mientras tanto, ese personaje felizmente ignorante y poco interesado en la verdad, ese idiota arrogante aunque bien intencionado, ese payaso creado por Colbert, será extrañado en este circo.