o cabe duda, somos un pueblo con fuertes tradiciones, por ello en estos días hacemos hasta lo imposible por celebrar con nuestras familias las fiestas navideñas: algunos retornamos a nuestros lugares de origen, otros incluso cruzan fronteras para reunirse con los suyos. Las carreteras del norte del país se colman con la presencia de filas de automóviles de cientos de migrantes que viven en el otro lado, en donde se rajan el alma y el cuerpo para mantener a sus familias en este país nuestro que no tiene la capacidad de brindarles fuentes de trabajo y salarios dignos.
A pesar de esa disposición colectiva a voltear hacia dentro, en estos días saltan a la vista con mayor rudeza los efectos de una sociedad marcada por la desigualdad entre una minoría pudiente y derrochadora y una mayoría pobre carente de lo básico y angustiada por el futuro. Las distancias se acentúan por el embate consumista que nos agobia y empuja a adquirir bienes para satisfacer ilusiones infantiles o deseos familiares. Así, crecen las deudas con el usurero de la esquina, fauna que se ha incrementado con la pobreza creciente, o en otro espacio, con las tarjetas de crédito que van engordando la cartera vencida porque se excede el punto de equilibrio entre el ingreso y la obligación de pago.
Hay otro sector de la población que vive los días navideños envuelto en indignación y duelo profundos por los familiares, compañeros y amigos que han sido afectados por esta guerra absurda vinculada al narcotráfico, pero también por múltiples formas de despojo, ausencia de respeto de una mínima legalidad y por una impunidad seca y dura. Es el agobio que se sufre en gran número de comunidades en este país, en la ciudad y en el campo, no sólo en Guerrero, Michoacán, estado de Mexico, Morelos y Tamaulipas. En muchos rincones de México es evidente que se ha impuesto el poder de mafias y grupos delincuenciales, de los que forman parte las autoridades en distintas modalidades. Transita uno por cualquier rumbo y aparece la queja de ciudadanos, víctimas de redes de intereses que han impuesto su propia ley y también su aparente calma
, porque finalmente han logrado una subordinación total y un miedo generalizado.
En estos días se exhibe también con mayor claridad la incongruencia entre nuestra forma de vida cotidiana y el pensamiento y los valores cristianos que sostiene profesar la mayoría. El mensaje más profundo de Jesús está orientado en favor de los pobres, los débiles y todos aquellos que sufren; sin embargo, para muchos se ha entendido como la obligación de cumplir con ritos y con la presencia fervorosa en los templos para aparentar ante familiares y amigos su cercanía con Dios.
Son días que deberían ser aprovechados por los ministros de la Iglesia para hacer presente un mensaje claro y rotundo en favor de la justicia y la igualdad, condenando la hipocresía de los poderosos, récordandoles la máxima bíblica de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico se salve.
Es evidente que la confesión cristiana no logra en la práctica tocar conciencias y conductas. Quizá deberíamos asumir que más allá de la religión, por cuestiones de seguridad personal y familiar, nos conviene buscar nuevas reglas de convivencia para reducir el encono social que crece día con día.
La corrupción evidente de los gobernantes ha quedado particularmente exhibida en fechas recientes, a tal grado que se ha renunciado a la explicación pública, apostando al olvido. La propaganda, la manipulación informativa y las tradicionales dádivas harán su tarea; sirven a esta lógica las buenas
noticias electorales para partidos como el Verde Ecologista, que bien se sabe, ni es partido ni menos verde o ecologista, sino un vulgar negocio familiar, de cuates
, cuya estrategia es sobrevivir a expensas del Partido Revolucionario Institucional (PRI). La única explicación de su mejora electoral presentada en las últimas encuestas deriva de la ignorancia y de campañas mediáticas millonarias plagadas de falsedades y verdades a medias.
En el ámbito del Congreso de la Unión se acumula una agenda atrapada por la resistencia a perder intereses creados. Por ello, las leyes anticorrupción no caminan y se pretende crear nuevos aparatos integrados precisamente por quienes son parte del problema y no de la solución. Tampoco transita la ley de transparencia presentada, y la agenda social, con sus renglones en materia salarial, seguro de desempleo y pensión universal, se ha congelado. Al encono social se ha agregado la imposición gubernamental de un incremento al salario mínimo menor a tres pesos diarios, a contracorriente de toda la evidencia que demostraba la necesidad de un cambio de rumbo. Por su lado, los empresarios aprovechan la debilidad gubernamental para reclamar reducción de impuestos, como si esa fuera la medicina para esta enfermedad social que requiere precisamente de lo contrario.
Una de las caras más duras de la Navidad de los pobres está presente en las cárceles, plagadas de inocentes, pequeños infractores, jóvenes sin futuro y víctimas indirectas del narcotráfico, lo que debería convocar a una reflexión sobre si este es el mundo que deseamos construir rumbo al futuro.
No debemos permitir que en el año que comienza se repitan los mismos vicios, despojos, impunidad e injusticia en el país. Debe convocarnos hoy la convicción profunda de cambiar el rumbo; el punto es compartir un diagnostico común sobre la causa de nuestros males y la seguridad de que se puede transitar hacia situaciones mejores para todos. De lo contrario, le seguiremos el juego a quienes se han apoderado del país y seguramente todo irá para peor en este México nuestro que es de todos.