ace unos días entendí que, en Tabasco, el agua le hace un ofertorio de almas a las nubes. Allí todo el universo visible e invisible está cubierto de gotas: de líquido rocío al alba, de lagunas y popales en el crepúsculo. En mi tierra todo desaparece devorado por el tiempo, pero las aguas permanecen. Parece ser el lugar donde se cumple el acierto de Heráclito cuando expresa que todo lo ido insiste en volverse agua. Espejo del paso de los tiempos. Memoria que corre, sueños de nacimientos y resurrección. Todo en Tabasco es agua.
En esos lares el agua es nuestra vecina. Mucho de lo que se hace bien se realiza en la madrugada, cuando el universo todavía guarda de la humedad nocturna una dócil flexibilidad que lo hace moldeable en manos de los hombres. Esa vecindad suele refrescar el calor de comal del mediodía y regala mojarras, peces bobo, pochitoques, guaos, jicoteas y tortugas. Y cuando se viene leve la creciente, la pesca hasta a la casa se mete. Quizá por eso de tiempo inmemorial en Tabasco se cultiva una cultura del agua que nos hereda una vivencia del tiempo que es casi redonda, cíclica; que como la marea va, regresa, se vuelve a ir. Aquí el agua es orgullo, es identidad.
Carlos Pellicer decía que en Tabasco el agua crece y habla y participa. Y con su líquida sabiduría escribió en 1943: Más agua que tierra. Aguaje/ para prolongar la sed./ La tierra vive a merced/ del agua que suba o baje.
Y esto otro: Hay más laguna que luna./ Tiempo lagunar que cabe/ para siempre en nuestra vida./ Que no se cierre la herida/ que por su boca se sabe/ la llegada y la partida.
Por eso tan orgulloso me sentí cuando hace unos días me invitaron a sembrar pequeñas crías de mojarras en el complejo lagunar de Izmate y Chilapilla. Allí donde casi se unen las lagunas del Cocoyol y de Chilapa, hombres y mujeres, niños y viejos sonrientes de esa ribera vivieron una fiesta. Y es que las autoridades municipales de Centro, cuya cabecera es Villahermosa, han emprendido una labor que comprende la ancestral cultura del campesino tabasqueño que comparte sus días con la siembra y el cayuco. Han entendido que la vida se asegura día tras día en el trabajo del móvil lindero entre la tierra y la laguna. Han sabido interpretar que a la laguna también hay que ayudarla para que siga siendo universal benefactora.
Y el mejor modo de retejer a la naturaleza con el hombre es sembrar para asegurar la enorme riqueza del paisaje. Y así llegaron las autoridades de este sui generis ayuntamiento con un cargamento de 350 mil crías de mojarra que en una ceremonia de gozo subió a todos al cayuco y le ofrendaron a la laguna la raíz de su supervivencia. Hacía décadas que esta siembra no sucedía. Así se sembró ya en las lagunas de Las Ilusiones, de Chilapa, El Campo, El Horizonte, de Puché, del Jahuacte, Cocoyol y Maluco hasta sumar la llegada de cinco millones de crías al fin de este año a esos cuerpos de agua. Se asegura así que en seis meses existan tres millones y medio de mojarras listas para la pesca y el consumo. Cinco millones de crías de mojarra más, se sembrarán el año próximo. Se dice fácil.
De manera sencilla, en la inédita trascendencia social de estas siembras se conjuga un compromiso con la cultura del agua, un compromiso con la economía, un compromiso con el futuro.
Mientras tengo el privilegio de vivirla, en el mismo medio de la laguna, pienso que en esta ceremonia celebratoria resuenan los versos de Las cosas sencillas de José Gorostiza cuando rezan Las cosas discretas/ amables, sencillas;/ las cosas se juntan/ como las orillas.
Así se juntan las sonrisas agavilladas de las mujeres y los hombres cuando nos reciben con ánimo jaculatorio para festejar la llegada de los cayucos que cumplieron con un ritual ancestral que, hoy, une la vida con el futuro promisorio que le espera. En este ciclo de la vida ribereña, tan llano, tan social, el renacimiento está garantizado.
Comprendo entonces que en Tabasco lo sencillo es lujo cotidiano. Que los suntuosos colores que emergen de la conjunción del agua con la tierra y el sol son el triunfo de una sensualidad irrevocable que planta su raíz en la barroca desmesura del paisaje. Son lujo de vida. Cultivar la cultura del agua es cosechar naturaleza.
Nadie como Carlos Pellicer lo entendió así y por eso canta que El tiempo total verdea/ y el espacio quema y brilla./ El agua mete la quilla/ y de monte a mar sondea
. Brillan los laguneríos;/ en la tarde tropical/ actitud de garza real/ toma el aire de los ríos.
Gracias a esa siembra lagunar a la que fui invitado supe de nuevo que tiempo de Tabasco; en hondo/ suspiro te gozo así./ Contigo, cerca de mí/ tiempo de morir escondo.
Sí, para asegurar el regreso del tiempo, en Tabasco se siembran peces.
Twitter: @cesar_moheno