l 12 de abril Freddie Gray, un joven afroamericano de 25 años, fue detenido por la policía de la ciudad de Baltimore, sin razón aparente. La detención resultó tan brutal que sufrió graves lastimaduras en el cuello y la espina dorsal. En vez de llamar a una ambulancia, los uniformados lo transportaron en su propio vehículo. Gray entro en coma y murió una semana después.
El 18 de abril, mientras su vida pendía de un hilo, comenzaron las protestas contra el Departamento de Policía. Llegaron líderes y representantes civiles de todo Estados Unidos para sumarse a las demostraciones pacíficas de contingentes considerables de la ciudad que exigían un juicio contra los policías responsables de la muerte de Gray y el fin de la brutalidad policiaca. La escena no era nueva. En 2012, en la ciudad de Sanford, en Florida, George Zimmerman, un oficial de policía, había acribillado a mansalva a Trayvon Martin, también un joven afroamericano. En 2013, durante el juicio a Zimmerman, quien finalmente quedaría absuelto, las protestas se extendieron a lo largo de todo el país. Y en 2014, la ciudad de Ferguson ocuparía las ocho columnas durante semanas después de que un oficial disparó contra Michael Brown.
Durante seis días, después del 18 de abril, las movilizaciones en Baltimore se intensificaron en varios distritos de la ciudad. Al igual que en Sanford, Ferguson y Nueva York, la denuncia de la brutalidad policiaca y, sobre todo, de la impunidad del cuerpo de policías –la mayoría de los agentes incriminados terminan absueltos–, reúne coaliciones inusitadas: negros, blancos, latinos, organizaciones civiles y de género, estudiantes, profesionistas, vecinos de barrio, grupos religiosos… Ese extraño sujeto colectivo al que hoy sólo define el ser multitud.
El 25 de abril la policía de Baltimore decidió declarar la guerra contra los activistas. El motivo fue una manifestación estudiantil que se dirigiría hacia el Mondawmin Mall. En algunas patrullas empezaron a aparecer fotografías de los manifestantes con la leyenda All High Schools Monday@3 We Are Going to Purge
. La señal hacía referencia a la película La Purga, escrita y dirigida por James de Monaco. En ella, el control de una ciudad está bajo un régimen totalitario. No hay conflictos políticos ni disidencias. La economía marcha y el desempleo es casi nulo. La purga
se crea por decreto constitucional. Es un día entero (24 horas) en el que todo crimen público es legal. Es decir: gente puede matar a gente sin ser declaradas culpables. Aunque las discusiones de los parlamentarios hablaban de la purga
como de un evento catártico, en realidad se trata de una tecnología de gobierno para eliminar a los más pobres.
En Baltimore la purga
tomó otro giro: una táctica policíaca. A las 3 pm se acordonaron todas las salidas de un distrito escolar. La respuesta de los estudiantes fue casi inmediata. Empezaron a tirar ladrillos contra las patrullas y dio inicio una de las revueltas urbanas más contundentes y organizadas que se habían visto desde los años 60.
El mismo día 25, el Departamento de Policía de Baltimore filtró un memorándum interno a la prensa en el que se advertía que los gangs de la ciudad (bandas criminales que controlan los barrios) podrían aprovechar las movilizaciones para actuar por su cuenta. Y la purga estaba dirigida contra ellas. ¡Pero el día 26 los líderes de estas bandas aparecieron en Youtube declarando que se oponían a las manifestaciones y ofrecían su apoyo a la policía! Y, en efecto, Black Green Family, los Bloods y los Chips se unieron a los cuerpos policiacos para combatir a los activistas. El gobierno del condado pidió el apoyo de la Guardia Nacional y decreto el estado de emergencia. Pero la revuelta sólo cedió hasta el día 29, cuando el gobierno mostró su disposición a instruir un juicio por homicidio deliberado contra los policías que habían matado Gray, lo cual sucedió en efecto el 1º de mayo. (La revuelta de Baltimore logró lo que las de Sanford y Ferguson ni siquiera pudieron imaginar.)
Las imágenes de los cinco días que se prolongó el estado de sitio son escasas. Pero en ellas se puede observar a la policía con armas láser de alto calibre, vehículo Bearcat, que sólo se habían empleado en Irak, granadas militares de humo y equipo Stingray, que sirve para desactivar celulares en varias cuadras a la redonda. En Baltimore, la policía devino en ejército de ocupación, apoyado con helicópteros y drones. (En los últimos años, las policías locales han exigido armamento a la par del ejército para combatir al activismo político con tácticas antiterroristas, ver: el texto de Michael-Gould Wartofsky en The Nation, 1/5/05).
¿De qué violencia se trata en las revueltas recientes de las ciudades estadunidenses? Rápidamente, las explicaciones se movieron a lo largo del argumento de los saldos del racismo, que ha intensificado y sofisticado sus mecanismos de discriminación en los últimos años. Pero todo indica que el fenómeno, además del racismo, tiene aspectos completamente nuevos. El más notorio es el choque entre la ciudadanía y el corazón del Estado, la policía al desnudo. Si se observan las demandas, casi siempre concluyen en la necesidad de disolver por completo los cuerpos policiacos y los resortes que los sostienen, para colocar las técnicas de control y gobierno a discusión. ¿Pero no es acaso la policía el último y degradado centro de contención (violenta) de la polis moderna? Toda la retórica que ha degradado al Estado social a una entidad deficiente, ineficiente, en crisis, ha traído consigo su reducción al absurdo: el Estado-policía.
Tal vez lo que anuncian estas revueltas es la imposibilidad de que el desahuciado Estado
(desahuciado por la retórica y la práctica de la tecnocracia) pueda seguir legitimando a ese orden social que irónicamente, hoy no cuenta más que con la policía para declarar una guerra contra su propia sociedad civil.