acer periodismo en México no es una actividad de común denominador. Hay desde los que al hacerlo encontraron una mina de oro y exposición pública, hasta los que han perdido la salud, el patrimonio o incluso la vida por ejercer el oficio. Ser periodista puede ser un halago o un denuesto.
Hacer periodismo fuera de la capital del país es exacerbar la intensidad de estos extremos.
Hay una reflexión necesaria para saber si México está peor que nunca, o simplemente antes no nos enterábamos de lo que pasaba, o una combinación entre ambas consideraciones. Pero es seguro que en las entidades, donde no residen los poderes federales, ha crecido el dominio de los señores que las gobiernan, que en su gran mayoría aspiran a convertirse en presidentes de la República, porque desde que Fox llegó a ese cargo es posible que cualquiera sea primer mandatario. Mientras eso ocurre, los ejecutivos disponen del erario estatal y los demás recursos derivados de su poder como no se atreverían a hacerlo con los de su propia casa o la de su señora madre.
Los diputados estatales son reos de la nómina, de los pagos por votaciones especialmente interesantes para el mandatario o de las amenazas de revelación de amoríos o turbios negocios, que el don Susanito Peñafiel y Somellera en turno les hace saber.
El poder, por alguna inexplicable razón llamado Judicial, constituye un abyecto cuerpo de aprobadores de las disposiciones del Señor, y las policías forman un ejército de malandrines o sicarios bajo las órdenes del sátrapa.
Las comisiones de transparencia, de derechos humanos, de contraloría, las dirigen cínicos debidamente acreditados, con una refractaria piel frente a la crítica ciudadana.
El mandamás local busca una combinación que le permita progresar en sus propósitos mediante la complacencia al señor Presidente combinada con sus negocios particulares. El objetivo de las obras y las acciones públicas es doble: hacer capital político y hacer capital económico, porque el uno lleva al otro.
Es posible afirmar que en nuestro país no hay otro elemento que guíe al gobernante; cualquier rubro estratégico, de preservación de la bioculturalidad, de mejoramiento de las condiciones materiales de la gente, está sepultado por los afanes personales, la codicia y la soberbia.
Conclusión: una situación del carajo.
En condiciones quizá no tan malas, pero similares, La Jornada se atrevió a iniciar la aventura de construir medios regionales y estatales. Hace 25 años, Carlos Payán y Carmen Lira dejaron que un grupo de poblanos y tlaxcaltecas diéramos vida a La Jornada de Oriente. No había la certeza de que duraría mucho, pero sí la convicción de que era necesario dar ese paso. Sigue este medio viviendo en tiempos de una descomposición comunitaria y social que no habíamos visto; de impunidad e impudicia; de crueldad inimaginable; del acoso sin precedente del gobernador Rafael Moreno Valle que alguna vez dijo que nos iba a exterminar. Pero sigue viviendo, y no sólo eso, sino que La Jornada se reproduce como las cactáceas mexicanas, que mientras más las cortan más se multiplican, y precisamente por la herida nace el retoño; así, como el pueblo mismo.
Hoy no somos uno, somos 11: Puebla, Tlaxcala, San Luis Potosí, Morelos, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Veracruz, Aguascalientes, y muy recientemente, Baja California y La Jornada Maya.
Aquí estamos para dar las batallas que siguen, porque la situación del país merece que alguien la cuente, que alguien haga su historia cotidiana.