Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de junio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Urnas y orinales
N

o debemos llamarnos a sorpresa, viene ya cantado desde comicios anteriores, sólo que ahora más en el descaro: salvo excepciones, estamos ante la política canalla. Habrá quien diga que qué novedad, si desde cuándo. Pero lo que enfrentamos ahora los ciudadanos sometidos a la democracia institucional es de otra naturaleza. El sufragio promovido por la farándula en reglamentario fuera de lugar (telenovelera, futbolera o de barra matutina) a la sombra de la promesa de clases de inglés por arte de magia y del reparto de baratijas, moviliza un creciente electorado bubble gum que mal haríamos en desdeñar. Después de que la democracia madura de Italia se permitió un Berlusconi, nada así es de risa.

Inflado y concesionado por el Estado, el resistible ascenso de algo llamado Partido Verde Ecologista de México, con sus agresivas prácticas publicitarias y sus marrullerías reglamentarias, encarna un caso de cinismo júnior: le midió el agua a los camotes, vio que nadie lo para, y financiamiento no le falta. Tiene permiso para estirar la legalidad, que es de chicle, cuando el voto vale un vale y cuesta un buen. (Aunque su ineptitud decepcionó un poco a sus promotores.)

En un país deliberadamente deseducado, con los derechos sociales pulverizados, ¿de qué se alimenta la cultura de los jóvenes, desarraigados por dentro y por fuera a escala masiva? Payasos y cazagoles. Los locutores y las cantantes pop promueven refrescos, champú y votos, trivializando la endeble libertad electoral. ¿Más? dirán algunos. Esta clase de políticos verde-priístas o dizque independientes –asesorados por el Estado y el capital mediante expertos en la mentira estadística y el recoveco legal– no requieren ya de contacto humano, mítines cargosos ni apretones de la plebe. La selfie placera se la reservan para el día de las elecciones, montaje incluido. Su realidad transcurre en pantallas de cine, televisión y dispositivos móviles. Sus promesas políticas saben a mercancía, bajo el entendido de que en la publicidad consumista la mentira está permitida: los detergentes son lavadoras, los dentífricos dentistas, los limpiadores torbellinos. Los mismos consorcios que se dedican a informar y anunciar, hoy imponen o quitan candidatos (el narco también, pero a balazos). Los partidos bailan al son de las televisoras y Los Pinos. Con el Verde en el extremo, esa gente se burla de nosotros.

En un conocido aforismo, el crítico Karl Kraus escribía de las urnas y los orinales: “Adolf Loos (audaz arquitecto vienés del novecento) y yo, él al pie de la letra, yo mediante el lenguaje, nos hemos limitado a mostrar que existe una diferencia entre un orinal y una urna, y que sólo a partir de esa diferencia se abre un espacio para la cultura. Pero los otros, los positivos, se dividen entre quienes utilizan las urnas como orinales y quienes utilizan los orinales como urnas” (La tarea del artista contra la desidia ética y estética, traducción de Miguel Catalán, Casimiro Libros, Madrid, 2011).

Aclimatada a nuestro medio, la paradoja de Kraus oscila entre el albur de que al mear el mexicano opina, y el efecto mingitorio de Marcel Duchamp, que impactó los museos y devino un lugar común que reside en la parodia de su multiplicación, tan Warhol, tan Sturtevant (parodia de la parodia de la apropiación cultural). La aplicación aforística se antoja apta para los comicios recientes. ¿Quién se orinó en las urnas: el que desahogó su rechazo con mensajes anulatorios en las boletas, el inconforme que las quemó, o el que votó comprado, obligado o engañado por políticos canallas?

Siempre que se cita el espectro del fascismo, la opinión prevalente es que no es para tanto, se está exagerando. Ya ven qué fácil se desentendieron los responsables de ese baile nazi de niñas-verdugo y niñas-víctimas en la Universidad de Guadalajara a fines de mayo (o de la Historia como un parque temático de sepulcros blanqueados). La desmemoria reina y la mala información es consustancial al sistema político y económico. Aunque esto parezca el huevo de la serpiente, la modernidad nos da también acceso a ciertas armas de mediano y alto poder informativo con las cuales exhibir a los canallas, no obstante sus controles de daños, y la represión si no ven de otra.

El voto bubble gum es volátil, quizá susceptible de ser educado e informado antes de que acabe por descerebrase. Pero el impacto del no-raciocinio mediático es formidable. They have the guns, we have the numbers, alardeaba Jim Morrison. También los occupy, con su 99 por ciento, medio siglo después. ¿Tenemos los números? Sí. No, no necesariamente. Los números son como la tierra, hay que trabajarlos para que den. Un tuit desde la quijada de un crack jubilado se chupa en un parpadeo a las que pudieron ser las mejores mentes de su generación. Martin Luther King alertaba: No debemos olvidar que todo lo que Adolfo Hitler hizo en Alemania fue legal. El neoliberalismo será totalitario sólo si nuestros números no dan.