Del arado a la basura
on 160 dólares anuales por hambriento desaparecería para 2030 el hambre en el mundo, o de lo contrario habrán otros 650 millones de estómagos vacíos para esa fecha, asienta la Organización de Naciones Unidas (ONU) y sugiere que los 438 céntimos de dólar podrían darse en efectivo para que las personas superen el nivel de pobreza que es de 1.25 dólares diarios, aunque también puede dedicarse este dinero a inversiones a favor de los pobres (La Jornada, 11/VII/15). En otras palabras, con menos de medio dólar diario un desnutrido puede alcanzar la salud y un hambriento la satisfacción. Y en México, en llegando a los 20 pesos por día ya la hicieron los que sufren de carencias, y nosotros ya la hicimos con nuestra conciencia. No les creo. Pero ya no me doy por vencida.
Pues si bien perdí una apuesta que fue apoyada por AMLO hace seis y medio años, debido a la miseria de la envidia humana, ahora me alienta que mi propuesta haya surgido independientemente en la Asamblea Nacional Francesa, donde se votó una ley para obligar a los supermercados mayores de 400 metros cuadrados a entregar a bancos de alimentos todo lo que ya no se vende por su aspecto marchito o fecha reciente de caducidad. Y esto a pesar de que la Federación del Comercio y la Distribución francesa aseguró que ellos hacen lo suyo donando alimentos a ONG, con el alegato de que, de las mil 300 millones de toneladas anuales de alimentos que van a parar a la basura, su sector sólo genera el 5 por ciento, posición que comparten otros empresarios europeos y gobiernos para quienes el tema del desperdicio no es objeto de discusión legislativa.
Según la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU), estos mil 300 millones de alimentos producen 3.300 toneladas de bióxido de carbono, dato que espanta más a los países de la OCDE que los casi mil millones de hambrientos. Con muy poca visión, por cierto, porque si la tuvieran, atenderían al hecho de que son sus cabezas económicas y políticas las mayores responsables, una vez más, de este desastre humanitario que medio dólar por día en inversiones, a favor de los pobres, no los pondrá al abrigo del justificado reclamo en su día.
Pues no es irremediable que la tercera parte de los alimentos producidos en el Planeta tengan que ir del arado, los pastos o el mar a la basura, bastarían medidas globales e inteligentes (pero ¿es que la inteligencia dio lugar a la globalización?) como son, por ejemplo, prohibir y penalizar la práctica generalizada de los supermercados con las compras de riesgo, cuyo riesgo es únicamente para los proveedores, pues cuando el minorista siente que ha bajado la demanda de un producto, anula la compra sin previo aviso ni indemnización; habría que eliminar la rigidez de los criterios de calidad referidos a cierta talla y color, impuestos por las propias cadenas distribuidoras y que obligan a productor a desechar lo que está fuera de la norma ¿?; habría que sensibilizar al consumidor cuyos gustos fueron pervertidos por la publicidad, para que regrese a la sabiduría popular de nuestros abuelos según la cual lo imperfecto en apariencia puede ser incluso más sabroso.
Un estudio reciente revela que campesinos de Kenia, África Oriental, están atados por compradores ingleses de cuatro grandes consorcios, quienes les pueden rechazar a último minuto, incluso cuando el pedido ya está en suelo inglés, hojas cuyos tallos tienen distinto grosor, aguacates con manchitas cafés sin importancia para el fruto, ejotes que rebasan los nueve cm debiendo cortarlos y tirar parte de los granos que contienen (y por ende pesan menos), afectando así sus expectativas de ingresos al grado que pueden perderlo todo en un año y quedar en la absoluta miseria.
Los productores africanos o de cualquier país que exportan hortalizas, granos y frutos al extranjero, e incluso los campesinos que dentro de un país como México se enfrentan al exceso de celo de compradores apoyados en normas fijadas por ellos mismos, minoristas nacionales y sobre todo transnacionales, sufren no sólo las cancelaciones de última hora y la selección de los productos, que puede llegar a descartar (como en el Reino Unido) del 20 por ciento a 40 por ciento, sino que incluso pueden ser víctimas de sanciones económicas sobre la siguiente entrega cuando no cumplen con la cuota exigida. Pero la naturaleza está viva, no es programable y, como dijo un horticultor, los tienen agarrados…de ahí. Aunque pocos lo dicen porque quedaían fuera de la lista de proveedores.
Pero, ¿y si nos organizáramos, como en otros países, ayudando a recolectar la producción de campesinos, pagando lo justo y consumiéndola? Una entre muchas iniciativas que podrían darle a la economía circular el perfil virtuoso del todo se aprovecha, nada se pierde, y en el camino la gente de bien vive bien. ¿O es que somos incapaces de entender que si cada día se producen en su fase primaria 4 mil 600 kilocalorías y sólo se consumen, en promedio mundial, 2 mil kc, el problema no es falta de alimentos sino falta de inteligencia y voluntad en los unos y exceso de ambición en los otros? No dejen de firmar la petición de Tristram Stuart: https://secure.avaaz.org/es/food_waste_ loc/?bDvlkdb&v=61708