l pasado fin de semana se informó en estas páginas de los procedimientos empleados por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) para la entrega de televisores digitales a beneficiarios de programas sociales en esta capital. Antes de otorgar el aparato, en los módulos dispuestos por la Secretaría de Comunicaciones y Transporte (SCT), los encargados del reparto capturan la credencial de elector de cada solicitante, le toman una foto, obtienen el domicilio y recaban huellas dactilares de todos los dedos de la mano.
El sábado pasado el jefe del gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, deslindó a su administración de la distribución de aparatos receptores –que se realiza en el contexto del apagón analógico
que dejará inutilizados los viejos televisores de rayos catódicos–; recordó sus críticas a este programa federal, el cual arrancó poco antes de los comicios federales del pasado 7 de junio, y sugirió la intervención del Instituto Nacional Electoral (INE) en el asunto.
No fue ese el único señalamiento crítico a la distribución masiva de pantallas planas: se habló en un principio de 10 millones de unidades, cifra que fue aumentada a más de 13 millones en días recientes; las objeciones se centraron fundamentalmente en tres puntos.
Por principio de cuentas, la justificada sospecha de que semejantes regalos del gobierno federal a los sectores más desprotegidos de la población podían tener una incidencia electoral favorable al PRI. En efecto, parece una coincidencia extraña, por decir lo menos, que la administración pública iniciara el obsequio de un electrodoméstico costoso y codiciado –empacado, por añadidura, en una caja que ostenta la leyenda Mover a México
– en vísperas de un proceso comicial. A pesar de esos señalamientos, el INE optó por dar luz verde a la distribución de los artefactos.
Adicionalmente, se criticó la frivolidad de dotar de televisores a sectores con carencias básicas de salud, educación y alimentación, habida cuenta de que los beneficiarios de tal acción no sólo son quienes reciben los aparatos referidos, sino también los consorcios televisivos, para los cuales el reparto masivo de pantallas constituye la garantía de conservar intactas sus audiencias a pesar del cambio tecnológico inminente. En esa medida, los regalos del gobierno federal constituyen una suerte de subsidio a las corporaciones que dominan el mercado y el público de la televisión abierta en el país.
También ha resultado ofensiva la manera en que el reparto se ha realizado: sometiendo a los solicitantes de un aparato a largas filas y prolongadas esperas bajo el sol y la lluvia, lo que constituye una actitud poco sensible, al menos, a la dignidad de los ciudadanos.
Por desgracia, los hechos parecen confirmar el sesgo de clientelismo electorero del programa federal de las pantallas planas. Pocos días después de las elecciones del mes antepasado, las redes sociales documentaron protestas de personas que dijeron haber recibido la promesa de que les darían uno de los televisores digitales a cambio de votar por el PRI y que tras los comicios no obtuvieron nada. Uno de estos episodios fue protagonizado por adultos mayores de Ecatepec, estado de México, y quedó registrado en un video público.
Ahora las injustificadas prácticas de fichaje
de los beneficiarios realizadas en el Distrito Federal obligan a preguntarse para qué quiere la Sedesol la minuciosa información recabada, si no es para hacerse de un instrumento ilegítimo de coerción y orientación del voto ciudadano.
Por elemental sentido común y por una mínima ética republicana resulta necesario que la autoridad electoral y la institución encargada de salvaguardar la confidencialidad de los datos personales revisen la legalidad y la legitimidad de estos procedimientos y, en su caso, requieran a la Sedesol la entrega de las bases de datos conformadas durante el reparto de televisores digitales. En el delicado momento actual del país no basta con que los organismos del gobierno federal actúen con apego a derecho; es imprescindible, también, que se se abstengan de actuar en formas que parezcan inescrupulosas.