l mito de la independencia del banco central es una falsificación ideológica de gran relevancia en el mundo. También es un instrumento de dominación muy eficaz. Los economistas convencionales le han tratado de dar una especie de fundamento científico, pero la realidad es que esta leyenda carece de todo sustento racional.
Los economistas y políticos que justifican la idea de la autonomía del banco central esgrimen un argumento básico: al gobierno no se le puede tener confianza para manejar la oferta monetaria. El seudo-razonamiento tiene apariencia técnica: si el gobierno controla el banco central y gasta más de lo que recauda e incurre en un déficit sistemático, echará a andar la maquinita de imprimir billetes. Aumentará el circulante y la moneda perderá su valor al desatarse la inflación.
Todo lo anterior suena lógico, ¿verdad? Y hasta los estudiantes de economía que son torturados antes de sufrir una lobotomía en las facultades y escuelas de economía en el mundo entero aprenden que existe una teoría cuantitativa de la moneda
que explica cómo aumentan los precios cuando crece la oferta monetaria. Sólo que hoy sabemos que la teoría cuantitativa de la moneda ha sido desacreditada en el ámbito de la lógica y que en el campo de la política económica es destructiva. Finalmente, en el terreno de la realidad empírica está basada en una idea de la creación monetaria que dejó de ser cierta hace por lo menos 150 años. Vale la pena examinar cada uno de estos puntos para entender los límites de la idea de la autonomía del banco central.
Primero el ámbito de la lógica. La teoría cuantitativa de la moneda supone que los precios varían de acuerdo a la cantidad de moneda en circulación. Pero eso depende del supuesto de que el producto total no varía al aumentar el circulante. Pero eso es absurdo: el producto no tiene por qué permanecer estático. Una vez que se abandona ese supuesto la relación entre cantidad de moneda y precios (inflación) se derrumba. Esa y otras críticas formuladas por Keynes en 1936 son definitivas.
Segundo, el campo de la política económica. La separación en compartimentos estancos de la política fiscal y de la política monetaria pone de rodillas al Estado moderno frente a los caprichos de los mercados financieros. Los poderes soberanos se han degradado al rango de clientes del sistema financiero internacional y los objetivos de desarrollo se someten a los dictados del capital financiero. Además, la separación conduce a una falta de coordinación entre la política fiscal y la monetaria. Las terribles consecuencias que todo esto acarrea están a la vista en Europa y América Latina.
Tercero, el terreno de la realidad. Los primeros bancos centrales fueron creados a finales del siglo XVII, pero su capacidad de mantener el monopolio de creación monetaria duró poco. El desarrollo del sistema bancario a partir de la segunda mitad del siglo XIX permitió a una parte del sector privado reapropiarse de la facultad de emitir dinero. Los bancos privados crean dinero cada vez que hacen un préstamo y la actividad económica está íntimamente asociada a esta forma de operación de los bancos privados. Si una empresa solicita un crédito y las expectativas son buenas, el banco le hará un préstamo, tenga o no reservas. Es decir, le abrirá una cuenta y le entregará un medio de pago que será reconocido por todos los demás bancos (por ejemplo, una chequera y una tarjeta de débito). Ese medio de pago es moneda, aunque no haya sido emitida por el banco central.
Los medios de pago emitidos por los bancos privados son simples promesas para entregar dinero base o de alto poder (un cheque es una simple promesa de entregar a la contraparte una cantidad de pesos, dólares o euros). Por eso muchos creen que en última instancia las reservas controlan la cantidad de préstamos que pueden hacer los bancos. La realidad es otra: es la actividad de los bancos la que le dicta al banco central cuántas reservas debe emitir. El banco central no regula las reservas de la banca comercial, es la banca comercial la que dicta el monto de las reservas.
La idea de que los gobiernos son irresponsables es la piedra de toque de todo el razonamiento sobre la autonomía del banco central. Pero todo esto entraña una enorme contradicción. ¿Qué no se supone que en una democracia las operaciones del banco central estarían sujetas a una sana disciplina? Vaya, perdón, pero qué pregunta más impertinente si ahora ya sabemos que la democracia ha muerto.
En el espacio de la reflexión política, una de las tragedias de nuestro tiempo es la aceptación de las izquierdas en casi todo el mundo de esta idea de la necesidad de mantener la autonomía del banco central. Como si la fantasmagoría de los pensadores
de la derecha fuera reflejo de una realidad y una necesidad. La obsesión del mundo financiero para recuperar el control sobre el dinero es una vieja historia en todo el mundo. Hoy en Europa este problema es parte medular del nuevo modelo de explotación y dominación que se erige en el continente.
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