Más (propiamente) retacería
az lo que hace que en verdad ames lo que dices amar.
El verbo poder y el sustantivo poder son diferentes; cuántas veces se tiene el segundo y no el primero.
Las imágenes, aun no siendo inmortales, alientan en nosotros la ilusión de que la muerte no lo es tanto.
Una manera fácil de volverse leyenda: ser tótem y tabú.
Han hecho de sí una imagen, que a veces ni el espejo les devuelve.
Felicidad y facililidad –en ese orden, no al contrario.
Si no mides tus silencios, ¿cómo podrás medir tus palabras?
Sueño con no mentirle a los demás –sólo seguir mintiéndome a mí mismo.
Hablar para nadie, hablar para todos; el nadie que cada uno es, los todos que todos somos.
La democracia, encapsulada.
Mi memoria no entiende que no quiero recordar, sino –y nada más– saber qué pasó.
Un silencio presente siempre es mejor que una palabra ausente.
Disolverse en el mito, nunca perderse en la mitomanía.
En el florero azul oscuro el fuego de las gladiolas, decaídas, tronchadas, sigue abriendo botones.
No redactes poemas, hazlos.
En los terrenos de lo sagrado, no olvidarlo, también los demonios pisan.
Yo soy el bueno, dice cada quiquiriquí de todo gallo.
Toda obra de arte, por pequeña que sea, es una utopía realizada: hay tal lugar, existen tales tiempos.
Confía en la poesía, pero avanza con tiento en la suya propia.
Entre el artefacto y el decir, prefiero llanamente el decir.
La poesía es un descenso, no un ascenso, a –o al menos hacia– la palabra misma.
No, no estás enojado, estás perdido; tanto, que te enojas.
Entre el faisán de oro y la elusiva lagartija, ¿qué preferir?
No corrijas tu poema, déjalo corregirte.