l Niño salió fuego huracanado caliente del parto al punto de alterar el clima. Símbolo de los huracanes que recorren el país y recuerdos personales. Tierna memoria de aquella novia morena tan grata como triste enredada en misteriosa telaraña de máscaras maternas de palabras, instaladas en la presencia sólo instante en el tiempo en que la acariciaba suavemente y sentía el eco de olas uterinas abriendo ondas circulares, en huellas olvidadas en la conciencia como espejo. Espejo encendido que todo lo demás quedaba reducido a sorpresa tras sorpresa. Olas que se presentaban de improviso, al margen de lo esperado, y la carne se estremeciera con el calentamiento no tanto de placer, curiosamente, como de emoción, que no es lo mismo.
Fuerza vital anegada de luz por la mar que adquiriría una consistencia misteriosa secreta que sólo la actividad marina de la fantasía lograba infundirle pasión que no estaba ni ella en sí, sino en el huracán, que le daba el toque perverso de indispensabilidad. Necesidad absolutista de más, exigencia vital, que no podía faltar. Irreprimible ansia de reducirla a palabra de crear ilusorio fundamento de presencia que era ausencia huracanada y deseo inevitable de más y más, algo que nunca terminaría.
Furor erótico huracanado que rompe esa chatura emocional de versos convencionalmente rimados que pagaban su deuda a la ternura como obligación contraída en el matrimonio e inicio a la mirada, voz y coincidencias del azar, promotor de certidumbre del reloj de los cuerpos, terreno de los ritmos. Granja extraterritorial de múltiples olas que daban a la mar la palabra. Carne fundamento de roca templo del verbo. Cuerpo que pedía sexo y olas, en esa condición reprimida por una cultura asustada de la fuerza de la mujer mar.
Valle erótico de olas que llegaban hasta el infinito y no tenían origen ni final; presencia-ausencia que llevaba a sorpresas que rompían los mitos uno a uno, lo establecido, y encorsetado mandaban a los parajes de la poesía la piel. Escritura que requería ser descifrada y traducida, desde el desamparo original, especie de anunciación de nuevas olas de huellas marinas en el vientre materno (Extranjero primero, extranjero siempre) que no guardaba ninguna finalidad. Sólo el no-origen, y cumplir en la vida un papel mucho más húmedo, olas que como el relámpago que vibra, no tenían sucesión en el tiempo e iluminaban de manera impresionante, como si poderosamente fugaz se pusieran al descubierto las entrañas de nuestra vida dejando sellados los sexos de dulce sabor inclemente de existencia.
Fusión erótica en que el cuerpo tomaba la parte que le correspondía en la matriz, para que todo fuera una continuidad inacabable de encuentros no esperados, acicateados por olas que despertaba recuerdos, huellas de otras huellas articuladora de cuerpos y palabras, más allá de toda inteligencia del deseo y surgiera la pasión de inspiración traslúcida.
Derrida, Jacques. Semiología y gramatología (información sobre las ciencias sociales VII
, 3 de junio de 1938)