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México: asilo, refugio y migración
E

l hombre se originó en el sureste de África. La especie más famosa es el australopiteco. Se supo gracias al descubrimiento en Etiopía en 1974 de los restos de una joven mujer con una antigüedad aproximada de 3.2 millones de años. Por picardía se le llamó Lucy.

De ahí partieron las migraciones a Medio Oriente, China, India y hasta Australia y Tasmania. Por Líbano y Turquía llegaron a Europa occidental. A través del Cáucaso también a la Rusia asiática, al estrecho de Bering y a América. Consecuentemente, las poblaciones mundiales de hoy son resultado de aquellas migraciones, aunque muchas de ellas son refutadas por falta de comprobación histórica.

Una expresión muy posterior fue el mercado de negros secuestrados en África desde el siglo XVI para venderlos como esclavos en Brasil, las Antillas o Estados Unidos y segregarlos de todo satisfactor como la educación, el trabajo y otros servicios hasta mediados del XX, como fue el vergonzoso caso estadunidense.

En México tenemos fijaciones negativas con la migración colonizadora española, la clasificamos como cruel y voraz; no tenemos nada presentes a las migraciones negras africanas esclavizadas a Oaxaca, Guerrero y Veracruz. Las libanesas, italianas y chinas sólo las percibimos como referencia gastronómica. Hubo migraciones estadunidenses, alemanas, centroamericanas y tantas más que ya no las sentimos.

Políticamente nos gustan nuestras fijaciones sentimentales con los Niños de Morelia de Cárdenas, hoy desaparecidos o ya muy ancianos, y con los refugiados españoles de entonces. Del valeroso asilo a León Trotsky pocos se acuerdan. Con el asilo chileno de Echeverría somos retóricos y ruidosos; menos presentes están los argentinos y uruguayos, porque ya se regresaron.

Un día de 1984, el gobierno de Miguel de la Madrid decidió internar como refugiados en el territorio nacional, Campeche y Quintana Roo, a 40 mil mayas guatemaltecos frecuentemente masacrados por el ejército de ese país y así resguardar su integridad y nuestra soberanía. Este ejemplo carece del atributo lucidor de la retórica de los españoles o chilenos: fueron indígenas mayas sin voz ni tribuna.

Pareciera que para el actual gobierno esos símbolos bastan para tener su justificación histórica. Para sus panegiristas pareciera que ya hicimos la tarea, que no hay sufrimiento de trasterrados, por eso simplemente callan. Es doblemente válido preguntarse: ¿hoy dónde está hospedada nuestra política humanitaria de bienvenida al desdichado?

La realidad actual es retadora: expulsamos cada año a cientos de miles de centroamericanos principalmente, y a los que no expulsamos los asesinamos, como en la masacre de San Fernando, o los explotamos inmisericordemente. De esto se habla como nota roja, pero no se discute en su esencia humanista y política como violación a los principios vigentes en otros tiempos.

Una gran mayoría de los inmigrantes sin papeles que cruzan por México proceden de Centroamérica, Ecuador, Colombia, Argentina, Brasil, Venezuela, Perú, Haití, Europa central e India. De estos miles de seres humanos no se tiene registro oficial de ingreso al país, no forman parte de las estadísticas debido a su ilegalidad.

Los más quieren ingresar al privilegio de ser parte del American dream, y sus posesionarios, los estadunidenses, los rechazan. México, incongruente, los captura, cuando puede, y los expulsa. ¡Hacemos el trabajo a los gringos!

El Instituto Nacional de Migración estima que 450 mil indocumentados ingresan a México anualmente. Programas y comisiones van y vienen, nos dicen que para controlar la frontera sur todos fallan ante su irrealidad. No sabemos qué número de indocumentados sí llega a Estados Unidos, no sabemos cuántos permanecen en México para ser asesinados, vejados o enriqueciéndonos con sus derivaciones lingüísticas, religiosas, profesionales, laborales, gastronómicas, deportivas. Está claro, no podemos con el paquete, así que, discurso aparte, estamos en una tremenda contradicción.

Nuestros ejercicios históricos en materia de acogimiento de extranjeros en desdicha fueron decisiones autónomas, independientes, del gobierno en el momento. No existían presiones políticas, extranjeras o humanitarias de movimientos ni organizaciones privadas u oficiales de protección al migrante. Los derechos humanos no metían ruido, la opinión pública universal lo miraba con displicencia.

Hoy las cosas son distintas. Las migraciones masivas son una conmoción universal. Nadie se atreve a hacer un pronóstico de su evolución ni de su final. Su atención es un requisito que perturba a países antes esclavistas, segregacionistas como Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Alemania. Reaccionan con decisiones obligadamente utilitarias, están asustados. Los acosa una realidad nunca calculada.

En las realidades mexicanas Peña Nieto perdió tiempo, perdió lustre y oportunidad al no definir alguna postura política, moral y ofrecer alguna forma de atención a los que huyen del hambre e inseguridad y que nos estremecen con su dolor. Con su gobierno unipersonal, este drama le es secundario.

Tarde, como suele reaccionar el gobierno de México, tarde reconocerá que las migraciones, por constituir una esencia de la historia de la humanidad, son indetenibles. Su consideración humanitaria o ciega será honra u oprobio. Las migraciones varían por mil razones, pero están ahí. Nada las parará, pero hoy, ante un drama terrorífico, México no tiene una postura moral.