iemblo de tener miedo de aquello que me da miedo y que no veo ni preveo. Tiemblo ante lo que excede mi ver y mi saber mientras que eso me concierne hasta lo más profundo, hasta el alma y, como se dice, hasta los huesos. Dirigido hacia lo que engaña tanto el ver como el saber, el temblor es realmente una experiencia del secreto o del misterio, pero otro secreto, otro enigma u otro misterio viene a sellar la experiencia invivible agregando un sello o un ocultamiento de más al tremor (la palabra latina para temblor, de tremo, que en griego como en latín quiere decir tiemblo, estoy agitado por temblores; en griego también existe troméô: tiemblo, me estremezco, temo: y trómos, es el temblor, el temor, el terror. Tremendus, como el mysterium tremendum, en latín [adjetivo verbal de tremo] lo que hace temblar, lo aterrador, lo angustiante, lo terrorífico).”
Así preveía el filósofo francés Jacques Derrida los acontecimientos futuros en su Francia
Escenas dantescas que se han repetido a lo largo de la historia de la humanidad, y peor aún, se vuelven a repetir en este comienzo de siglo. Escenas que sacuden con un frío helado nuestros huesos y nuestras mentes y repetimos sin enmienda alguna. El hombre nuevo, aquel que se enseñorea de su tecnología cibernética, parece proyectar entre tumbas entreabiertas por las garras del olvido su herencia de guerras hacia el extraño entierro nuclear, lugar de la cita inaplazable y siniestras.
Rosa nuclear trepadora que enreda en las ramas de los árboles al hombre nuevo electrónico y cibernético, que huérfano de vida vive en el misterio, contempla los misiles en su patria nueva, el gran cementerio de la razón y la cordura, en la ignorancia total por el respeto al otro y a sí mismo, a su propia vida y a la de los demás. El hombre nuevo que mira la guerra y los actos terroristas por televisión cual si mirara un espectáculo más de esos que alcanzan un alto rating por lo efectista de los acontecimientos, pero parece olvidar que aquellos que mueren son también él mismo.
El hombre nuevo que tal parece no ha aprendido la lección quizá debe recordar, para no repetir, lo enunciado por Freud: detrás de la compulsión a la repetición, actúa silenciosamente la pulsión de muerte. Quizá debamos también recordar que la muerte se esconde donde no tiene dónde.
Las imágenes, los acontecimientos, los argumentos y las acciones bélicas brutales e irracionales que presenciamos, y el olvido de las atrocidades que se presenciaron a lo largo del siglo que terminó son claro ejemplo del mal de archivo, del mal radical, de la pulsión de muerte, que borrando su archivo, acecha silenciosa y furtiva a la humanidad entera.