Editorial
Ver día anteriorSábado 21 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De París a Bamako
U

n ataque reivindicado por organizaciones yihadistas en Bamako, capital de Malí, arrojó ayer un saldo de al menos 27 muertos. La masacre perpetrada en la ex colonia francesa constituye una demostración fehaciente de que Malí sigue enfrentando la amenaza de grupos radicales islámicos, pese a la amplia intervención militar desplegada por el gobierno de París en ese territorio desde 2013.

Según el Palacio del Elíseo, dicha intervención arrebató a grupos islamistas ligados a Al Qaeda el control que ejercían sobre el territorio de Malí desde 2012. Sin embargo, con el ataque de ayer queda exhibido que la referida intromisión militar ha resultado infértil, si no es que contraproducente: lejos de ayudar a contener la violencia que se desarrolla entre los grupos islamistas y el ejército de Bamako, la presencia de las tropas francesas ha dado paso a ataques acaso menos frecuentes, pero igual o más sangrientos; ha multiplicado el número de muertos –tanto civiles como combatientes– y de desplazados en ese país africano, y ha extendido la violencia a la vecina Argelia.

Todo ello ha profundizado y extendido el repudio histórico de amplios de sectores de la población de ambos países contra el gobierno de Francia, lo cual fortalece, antes que debilitar, a los grupos yihadistas que operan en la zona limítrofe común y da combustible a la continuación y la profundización del conflicto.

El encono antifrancés que se extiende por naciones del Sahel está hermanado con el que se manifestó en forma atroz hace una semana en París, con los ataques simultáneos que arrojaron más de 120 muertos y que fueron reivindicados por el Estado Islámico. Por desgracia, a raíz de lo ocurrido en la capital francesa las potencias occidentales, e incluso Rusia, no han atinado a formular un rumbo de acción que no sea de índole belicista, como se puede apreciar con la intensificación de los bombardeos en territorio sirio. Es previsible, en ese contexto, que a la par de los lanzamientos de misiles se incrementará, también, el sufrimiento de la población en general y el resentimiento en contra de las fuerzas extranjeras, como ha ocurrido en Afganistán e Irak. En contraste, no hay mucho margen para la esperanza de que la escalada de violencia ponga fin a las expresiones terroristas del integrismo islámico. Es posible, incluso, que las multiplique.

Tal vez sea el momento de que las sociedades de potencias occidentales como Estados Unidos y Francia, que han sufrido en carne propia la barbarie del fundamentalismo, exijan a sus gobiernos inteligencia y altura de miras para reconocer y entender las raíces históricas, económicas, políticas y sociales de esa barbarie, y empiecen a hacerle frente con acciones en dichos ámbitos. De lo contrario, es muy probable que lejos de poner fin a masacres de civiles como las que se registraron en París y Bamako con una semana de diferencia, éstas continúen enlutando familias y sociedades enteras.