n la segunda vuelta de la elección presidencial en Argentina, que se realizó ayer con votación masiva y pacífica, el opositor Mauricio Macri (de la coalición derechista Cambiemos) derrotó al candidato oficialista y ex vicepresidente Daniel Scioli (de Frente para la Victoria, centroizquierda), al obtener más de 51 por ciento de los sufragios.
Se confirmó así el vuelco a la derecha que se había prefigurado desde las elecciones generales del pasado 25 de octubre, en las que Scioli fue incapaz de refrendar el triunfo en primera vuelta obtenido hace cuatro años por la actual presidenta, Cristina Fernández, y consiguió apenas una ventaja marginal sobre Macri. Éste, a su vez, supo unificar al electorado opositor y, en las semanas transcurridas entre las generales y el balotaje de ayer, encabezó las preferencias en la mayoría de los sondeos electorales.
Es una derrota política para el proyecto kirchnerista que ha gobernado la nación austral desde hace más de una década, el cual logró avances invaluables en los terrenos de lo político, lo económico y lo social. En efecto, la llegada de Néstor Kirchner al poder en el país sudamericano puso fin a una prolongada crisis política y comenzó a remontar el desastre económico en que el neoliberalismo había hundido al país desde finales de los años 90. Al mismo tiempo, el kirchnerismo dio pasos importantes en la consolidación de un orden legal respetuoso de los derechos humanos y de la memoria histórica y puso fin a la impunidad que amparó a los militares genocidas que ensangrentaron durante casi una década a esa nación.
La derrota electoral de ayer debe entenderse no como un rechazo de las y los argentinos a esos y otros avances registrados entre 2003 y 2015, sino a la suma de factores tanto endógenos como exógenos del actual contexto nacional y hemisférico: la desestabilización oligárquica que golpeteó sistemáticamente a los gobiernos kirchneristas, el acoso de los medios de comunicación y la injerencia internacional; pero también el desgaste propio del ejercicio en el poder, el agotamiento del ciclo de crecimiento económico por el auge de las materias primas, y los casos de corrupción dentro del gobierno.
En ese sentido, el vuelco electoral que se vivió ayer en Argentina debería ser visto con espíritu autocrítico por otros gobiernos progresistas y nacionalistas de la región, como Brasil y Venezuela, que experimentan también una combinación de desgaste interno y presiones y conjuras desestabilizadoras externas.
Para volver al triunfo de Macri, analistas coinciden en que el arribo del ex alcalde de Buenos Aires a la Casa Rosada implicará un retorno de las directrices neoliberales que llevaron a Argentina a la ruina a principios de este siglo, y se tradujeron en una grave crisis económica y de gobernabilidad y representatividad.
Corresponderá a los sectores lúcidos y comprometidos de esa sociedad defender los cambios políticos, sociales y económicos emprendidos durante las presidencias de los Kirchner y evitar así que el proceso de renovación institucional que se desarrolló durante estos 12 años –el cual reviste aspectos sumamente valiosos, más allá de sus fallas– se desmorone como resultado de una restauración neoliberal.