o hay duda de que el perfil más atractivo de Carmen Aristegui, al menos en sus programas de televisión, particularmente en CNN, es la oportunidad y el filo con el que selecciona a sus entrevistados. Muchos serían los ejemplos, pero me concretaré a dos cuestiones que trató la semana pasada con el ex presidente de Colombia César Gaviria y con el politólogo John Ackerman, quien acaba de publicar un libro titulado El mito de la transición democrática, sobre la transición
o transiciones
en México. Ambas entrevistas resultaron de un interés extraordinario, a mi modo de ver, y merecen entonces un comentario en este artículo.
En su explicación sobre el problema de la droga en Colombia, César Gaviria se colocó, digamos, en las antípodas de Felipe Calderón, argumentando que la peor forma de combatir al narcotráfico es mediante una especie de guerra abierta
y declarada, que es lo que pretendió nuestro mandatario golpeando en realidad un avispero que respondió con suma violencia y que le costó a México decenas de miles de muertos. Sí, naturalmente que una sociedad, o un país, o un Estado debe estar plenamente preparado para atacar o reprimir duramente, si es el caso, a las mafias del narcotráfico, pero la estrategia fundamental no puede radicar en una batalla militar que, en el fondo, es imposible de ganar, sino que además tiene el peligro de ampliarse casi al infinito y que, desde luego, resulta un atractivo casi sin alternativas para muchos jóvenes que han apostado su vida al aquí
y ahora
.
Gaviria insiste marcadamente en la necesidad, en esta lucha, de otorgar prioridad a la inteligencia, es decir, en el objetivo prioritario de, digamos, desorganizar
al enemigo, y en primerísimo lugar en desorganizar
su aspecto financiero, ya que esta debilidad sí resulta explosiva para las mafias urgidas siempre de recursos aquí
y ahora
. Es bien sabido que en México este aspecto de la lucha antidrogas fue pospuesto gravemente y muchos sospechamos que, con el nivel de corrupción actual en el país, tal pudo ser la principal razón de este olvido
o, si no, deberíamos admitir que nuestro conocimiento de este tipo de batallas es muy pobre, si lo comparamos con las experiencias que tienen otros países, por ejemplo, Italia o Colombia. Lo que resulta escandaloso es que esas experiencias están a la vista y que no hemos decidido conocerlas, muy probablemente por razones inconfesables. En todo caso, resulta una vergüenza que, en el fondo, por la corrupción, México se haya visto en el trance de perder muchos miles de vidas, al menos desde 2008, en que comenzó su guerra el ínclito Calderón.
En lo que sí se presentó una afinidad muy grande entre lo que dijo Gaviria y la situación en México fue en su insistencia, en la que han coincidido muchos mexicanos de todos los medios, es en la necesidad de que Estados Unidos tome medidas acertadas y radicales para disminuir o detener el consumo de drogas, que es por mucho el mayor del mundo. Allá se hacen los negocios y aquí ponemos los muertos, para decirlo sintéticamente. Lo cual nos hace pensar, sin duda, en el nivel de corrupción abierto u oculto que hay en ese país, que se ostenta como el gran defensor de la democracia y de los derechos humanos. En el fondo, en este tema, que ha echado raíces en todas partes, en todas las sociedades y que ha generado corrupción y descomposición extremas, todo esto a pagar por miles de vidas sobre todo de los jóvenes que caen a uno u otro lado de la red.
La otra entrevista excepcional de Carmen Aristegui en la semana fue con el politólogo y jurista John Ackerman, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Un libro suyo que está apareciendo se refiere a las transiciones en México y la última que ilusionó
a algunos en alguna medida fue la de Vicente Fox en 2000 que, como todo mundo sabe, resultó un fracaso total. Las transiciones tenderían a fracasar esencialmente porque no se definen claramente desde el punto de vista programático, ya que nunca definen con precisión desde qué
punto y hacia dónde
se pretende transitar. Para Ackerman, sobre todo en los regímenes presidenciales y de legislaturas, los programas políticos claros resultan fundamentales.
Pero no solamente la cuestión programática: para John Ackerman, a diferencia de lo que puedan pensar muchos conciudadanos, la sociedad civil en México es tremendamente activa y peleadora. Esto se muestra, a sus ojos, por el hecho de que prácticamente no hay un problema nacional de importancia que no sea motivo de una pronunciación multitudinaria, de protestas y manifestaciones que mostrarían sin duda un espíritu aguerrido y una decisión social de expresarse políticamente sobre las cuestiones que importan en el país. Repito: más allá de programas y partidos, México se distinguiría ya por su efervescencia social y por una decisión de militancia que va mucho más allá de los programas relativamente rígidos que puedan tener los partidos políticos. Aun cuando Ackerman no deja de reconocer que la debilidad principal de esta situación de militancia disponible es la carencia de unidad y de elementos comunes que se sumen hacia un objetivo claro y definido, es decir, la falta de unidad en los propósitos seguiría siendo una de las debilidades mayores de la política actual en México.
Para Ackerman la vuelta del PRI a la primera línea de la política en México resulta extraordinariamente preocupante, porque ya habría demostrado sobradamente su vocación autoritaria, y esto es un freno importante para el desarrollo y avance político del país.
Por supuesto que los problemas más señalados por los comentaristas, como la corrupción, la ausencia de transparencia en los asuntos económicos y las violaciones a la ley en materia política, sobre todo en el tema electoral, así como las desigualdades existentes (la concentración de la riqueza y la extensión de la pobreza), para decirlo muy brevemente, son vistos también por Ackerman como fardos muy negativos que impiden mayor avance del país, sobre todo en el aspecto democrático, entendido en sentido amplio. Sin embargo, al autor lo distingue también un optimismo que parece invencible, un optimismo en la voluntad y en la acción resultante, aun cuando pueda tener en la mente recámaras de pesimismo (parafraseando la expresión de Antonio Gramsci).