or motivaciones religiosas y políticas, el Occidente cristiano lleva más de mil años depositando el Mal, el Demonio y el Enemigo en la persona de Mahoma y sus derivaciones. Es decir, todo lo que conforma lo que hoy conocemos como islam, concepto marginal en el Corán que como tal se universalizaría por impulso occidental (aunque ahora lo asuman los propios musulmanes en sus distintas y encontradas interpretaciones del texto, tan sangrientas a veces como han sido las oposiciones ideológicas de la cristiandad en sus guerras contra sí misma). La historiadora Anna Della Subin señala que su empleo actual proviene de la taxonomía adoptada por los especialistas para el Parlamento Mundial de las Religiones, celebrado en Chicago en 1893. Allí, bajo islam
se aglutinaron sectas, cultos y prácticas locales no necesariamente sagradas en el estándar de una creencia ecuménica, y Mahoma devino el padre de una religión global.
Los creyentes experimentan una seria dificultad cuando se enfrentan al personaje histórico que es base y origen de su fe o creencia religiosa. La mayoría la elude, escudándose en la creencia misma. Ocurre con Jesucristo, Mahoma o Buda; arrastran tal variedad de versiones y contraversiones, leyendas y mitos, portentos atribuidos e interpretaciones opuestas que terminaron de palimpsestos en los que se funda el poder para las civilizaciones más extendidas sobre la Tierra.
Las culturas occidentales han comprendido hipócrita y pobremente a la musulmanidad. El endurecimiento de la paranoia con aires de superioridad que vemos en Europa a raíz de los ataques terroristas en París sólo es la enésima redición de un pavor atávico, una culpa invertida que no se atreve a decir su nombre. La demonización del que cree y vive distinto a nosotros
delata siempre hambre de dominio. Hacia el año 1100 la figura de Mahoma ya era azogue que reflejaba las peores preocupaciones de la cristiandad: las herejías. Della Subin, quien investiga las vidas de personas que involuntariamente se volvieron dioses, escribe de Mahoma en un párrafo que le hubiera gustado a Borges: Como Ario o Enomio, pensaba que Cristo no es tan grande como Dios; como Sabelio, rechazaba la Trinidad; era polígamo como los Nicolaítas, sensual como Cerinto, y creía, como se acusó a Orígenes de creer, en la salvación de los demonios
. Esto, en su crítica (London Review of Books, 22/11/15) a Las vidas de Mohoma, escrito por una feminista, Kecia Ali. Ambas autoras exhiben el caleidoscopio de vidas
del Profeta.
La bobada teórica del choque de civilizaciones
de Samuel Huntington, que tan bien les funcionó a los bushitas para digerir el 11 de septiembre, ignora que su némesis forma parte del suicidio de Occidente, pues nace de sus propios demonios. Para inventar España, la cristiandad arrasó con la cultura árabe en todas sus formas; su satanización avivó las llamas de la Reforma y la Contrarreforma. Era común tildar de Mahoma
al enemigo de creencias. Según polemistas protestantes como Calvino, el papa de Roma lo era, Gog para el profeta Magog
. El arzobispo de Canterbury pensaba igual. Martín Lutero hizo publicar el Corán en latín para probar a qué grado se correspondían las adulteraciones católicas y las musulmanas y hasta escribió el prólogo, pero Tomás Moro acusó a Lutero de ser como Mahoma. En 1649, cuando en Inglaterra se ejecutó al rey Carlos I, sus enemigos lo compararon con Mahoma, mientras los realistas dirigieron la misma acusación a Oliverio Cromwell. Recordemos que Dante pone al Profeta en el Infierno (Canto XXVIII, 30 y ss.); describe su pecho hendido por ser el discordiador que separó a muchos cristianos de la verdadera fe
, como explica su traductor Ángel Crespo.
La influencia de los biógrafos europeos entre los islámicos, aún reactiva o manipulada, es notoria. Cuando en Egipto ocupado por los ingleses a finales del XIX se tradujo al árabe De los héroes, su culto y lo heroico en la Historia, de Thomas Carlyle, y este libro devino un favorito de los nacionalistas, mucho ayudó que la traducción eliminara las invectivas y descalificaciones al Profeta en el original.
En The Lives of Muhammad (Harvard, 2014) Ali explora el cúmulo de biografías inglesas, francesas, alemanas, así como musulmanas a lo largo de los siglos. En algunos de los intérpretes musulmanes (vasta variedad discordante) encuentra cómo adoptaron o adaptaron elementos de las versiones europeas. Así, el rechazo a Occidente se informa e inspira en el odio visceral de éste a lo que sea que entiende por Mahoma. Durante su experiencia colonial en India, los ingleses decidieron que la vida del Profeta (contada por historiadores británicos que lo retratan violento, intolerante y misógino) demostraba
que los musulmanes son incapaces de gobernarse. Tal visión determinó la descolonización del Medio Oriente después de la Segunda Guerra: una invención arbitraria de países y gobiernos que hoy alcanza como bumerán a sus creadores.