n la tarde fría lo que se dice congelada las rachas huracanadas
de aire impedían el toreo, independiente de lo que pudieran realizar los toreros El Zotoluco, Castella y Silveti a los toritos de Xajay que decepcionaron, excepto el tercero
.
¡Dale, dale, ya con el aire!
¡Dale, dale que con el cuerno el toro al aire quiere coger!
Al escribir estas notas me vino a la mente el pensamiento de don José Bergamín que enlazó el toreo a la filosofía y la literatura. Decía don José: el toro bravo es el toro que embiste y esto lo sabe hacer el toro hace miles de años. Es indudable que si los toros no embistieran no habría toreo posible y que todo el arte de torear no hubiera existido. Sin embargo actualmente vemos en el ruedo toros que no embisten. En cambio vemos en la mayoría de esos toros que no embisten, toros que pasan; es decir, que siguen fácilmente el engaño de la muleta, de la capa, con tanta docilidad como si estuvieran amaestrados. Nos parece entender que esa diferencia que decimos entre un toro y otro, uno que embiste y otro que pasa, que sigue el trapo rojo con una embestida tan débil, tan suave, tan dócil, que ya no nos parece una embestida, es la que separa a un toro bravo de otro que no lo es, lo que los diferencia”.
¿No sucederá esto con el toro que actualmente contemplamos en los ruedos que sigue el engaño de la capa o de la muleta pasando y haciendo que le den pases y pases de este modo? Toros mansísimos seguidores de capas y muletas de los toreros que los conducen inacabablemente, haciéndolos dar vueltas y vueltas hasta marearlos y aburrirlos. Igual sucede al espectador que los contempla tan inacabable y cansado ejercicio antiartístico. Da igual que sea grande o chico, gordo o flaco, con más o menos tamaño o peso, con tal de que pase y que no embista.
Con los toritos de Xajay sudaron la ropa los matadores. El torero francés Sebastián Castella lleno del oficio y la técnica que le han dado las temporadas españolas se vio desenvuelto en especial en un quite por chicuelinas en el que se durmió y le regalaron una orejita, pero entre el aire y lo descastado de los toros, a los que les faltó siempre algo de bravura
nos fuimos a casita convertidos en paletas de café con leche. Al terminar la nota recordaba hablando de embestidas la copla anónima:
De noche en la alcoba
quien fuera la luz
que se apaga y se queda
donde duermes tú.
Lo mejor de la tarde fueron la cantidad de guapas en el tendido.