Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de diciembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los pegotes del PRI
E

l Partido Verde Ecologista de México y el lánguido Partido Nueva Alianza (Panal) no sólo son aliados del Revolucionario Institucional (PRI), son su mero costillar, esa frágil región donde la carne se unta al hueso. No son, como parece, entidades separadas que integran un triunvirato. Ahora son, en realidad, el cuerpo orgánico de ese instituto que fue, en tiempos remotos, el dominante en el panorama partidario. Tales pegotes se han ido fundiendo hasta ser uno y la misma masa militante. Uno de ellos, armado por profesores afiliados al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y cobijados bajo las enaguas de la Señora Gordillo para acrecentar su margen de presión. Amasijo que tuvo su momento de gloria durante la trágica docena panista. Los verdes, siempre capitaneados por el inefable (ya no tan) niño de tal color, heredaron las simulaciones de su padre fundador. Ese mismo niño que ha sido, en repetidas ocasiones, un oscuro y triste legislador es, en efecto, el factótum actual de la troupe. El Señor Martínez se ha convertido, rodando los días, en indisputado impulsor de personajes que saltan al privilegio desde la mediocridad clase mediera. Todos y cada uno sostenidos por turbios arreglos con sus congéneres priístas. Llegan, estos verdes, a enquistarse en el ámbito público sin otro mérito que su pertenencia a ese, que es, un clan de trepadores.

¿Hay alguna distinción entre los militantes de ese triunvirato: PRI, Verde y Panal? La respuesta obligada es ninguna. Están más que unidos por ese cordón umbilical que alimenta las ambiciones y los ásperos, tramposos, modos de hacerse del poder público. En tal amasiato, nadie se aleja, diferencia o planta distinta cara disidente. Todos conviven en un incoloro arreglo de pura y convenenciera práctica. De esta manera muestran, al electorado, el feroz rostro de las malformaciones usuales en el rejuego partidario y el ejercicio, a cuero curtido, de un quehacer político a la sola medida de ambiciones desbocadas. Lo que sí hay son escalafones con casilleros reservados, élites distintas, mandos diferenciados. Pero el cotidiano trabajo de los peones se hace de igual manera. Acaso se puede notar diferencia entre la conducta del Señor Escobar respecto de lo que dice, hace y deshace el todavía gobernador veracruzano, otrora ejemplo del priísmo renovado. Qué diferencia se puede notar entre las conductas de toda esa caterva, que se intentó catalogar como prometedora generación de priístas (Nuevo León, Jalisco, Coahuila) que apenas escapan a los tribunales, con las ilegales andanzas de los verdes.

El caso del Señor Escobar, sin embargo, tiene rasgos distintivos que lo hacen grotesco. Los políticos, funcionarios, jueces y columnistas afines que entraron en el rebumbio causado por su inesperada consignación y renuncia, le han dado un cariz que no puede pasar desapercibido. Se mostró, sin tapujos, el deformado rostro de las complicidades que signan y empollan los arreglos inconfesables. La defensa de Escobar ha llegado a límites que quedarán estampados por tiempo indefinido en la conciencia ciudadana. El ataque al fiscal para perseguir delitos electorales apuntala la saña de que es capaz un entorno amartillado con perversiones de distinto calibre y calaña. Las seguridades de la impunidad son prioritarias. Muestra también la cantidad y variedad de los recursos con los que cuenta el atrincherado oficialismo para castigar al osado que se atreve a denunciar lo usual: las bien conocidas y ya documentadas trampas y delitos de los dirigentes verdes.

Pensar o suponer que este sainete pasará sin penalidad o, al menos, que se irá difuminando conforme pasa la tormenta actual, es menospreciar el recato, pundonor y coraje popular. El priísmo acumula rencores recientes que se reflejarán, no lo duden, en los votos venideros. Su entramado con los verdes y el Panal ha sellado su organicidad de manera indeleble. Se puede entender que las urgencias planteadas por el acceso al poder justifiquen alianzas, a veces hasta contrarias a toda decencia, pero las violencias de los verdes a las normas, aunque castigadas con multas enormes, ha cruzado toda línea ética posible.

Reincidir en la creencia que, con alianzas (hermanadas) como las planteadas por el PRI, se puede formar un gobierno con la legitimidad indispensable, es una vana ilusión. Nadie con un tercio o cuarto de los votos posibles (muchos de esos comprados o manipulados) puede aspirar a una actuación libre de sospechas y resquemores. Máximo cuando se actúa con el autoritarismo acostumbrado. Recibir apoyos de la ciudadanía cuando se violentan, sin mesura alguna, valores, discursos y promesas, menguan la gobernanza y horadan imágenes de dirigentes de manera acelerada, tal como apuntan, sin remilgos, las muchas encuestas de opinión. Lanzar ideales etéreos y cotidianas arengas mediáticas al pueblo, en un intento por mitigar desavenencias y acendradas desconfianzas, no es la ruta adecuada. Tal práctica, por el contrario, ahonda la discordancia entre la ya abundante palabrería y los torcidos hechos.