yer, al conmemorarse un año del ataque homicida en contra de la revista satírica Charlie Hebdo –que cobró la vida de 12 personas–, la policía francesa abatió a un hombre armado que intentó irrumpir en una comisaría en el barrio Goutte d’Or, en el norte de París. De acuerdo con los informes preliminares, el presunto agresor llevaba consigo una reproducción de la bandera de la organización fundamentalista Estado Islámico (EI) y un falso chaleco de explosivos. Minutos antes del tiroteo, en un discurso conmemorativo por el aniversario del atentado contra Charlie Hebdo, el presidente francés, François Hollande, afirmó que la amenaza terrorista
sobre su país sigue siendo temible
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Acaso de forma involuntaria, el mandatario dio cuenta, con esa afirmación, del cariz inoperante y contraproducente de la respuesta que ha dado su gobierno a las agresiones del integrismo islámico. En efecto, el episodio de ayer forma parte de una cadena de agresiones o amenazas persistentes que se han recrudecido desde la agresión contra la referida revista satírica y alcanzaron su máxima expresión el pasado 13 noviembre, con los ataques simultáneos reivindicados por el Estado Islámico en la capital francesa, en los que murieron más de 130 personas.
Ante tales hechos, el gobierno de París ha reaccionado con la intensificación de sus operaciones militares en territorio sirio e iraquí. De tal forma, Francia se ha involucrado en una guerra profundamente inmoral y confusa, en la que los aliados occidentales dicen actuar en contra de los actos terroristas del EI pero perpetran, a su manera, acciones reprobables e incompatibles con todo principio humanitario que, para colmo, alimentan antes que extinguir los resentimientos en los que se incuban acciones tan cruentas y bárbaras como la perpetrada el 13 de noviembre en París.
El episodio de ayer es, en suma, un recordatorio de que la escalada del belicismo francés no ha servido para desactivar la amenaza de ataques terroristas. Por lo contrario, Francia y en general Europa viven en una oleada de pánico y sus poblaciones padecen el recrudecimiento de medidas autoritarias en perjuicio de la población. Para colmo, como era de esperarse, los atentados han servido también para la reactivación de una oleada reaccionaria y xenófoba en el viejo continente, y ha vigorizado los pronunciamientos de grupos ultraconservadores –como el Frente Nacional francés, encabezado por Marine Le Pen– que demandan el endurecimiento de la política migratoria de su país.
A un año de los ataques a Charlie Hebdo, es necesario que la sociedad francesa –que ha manifestado en forma ejemplar su rechazo a la violencia y el fundamentalismo– reclame a sus autoridades un rumbo de acción que parta del entendimiento de las raíces históricas, económicas, políticas y sociales del terrorismo islámico; que hagan frente a la amenaza fundamentalista con medidas concretas en esos ámbitos –y no con acciones bélicas incendiarias y contraproducentes– y que actúen, en suma, con responsabilidad.