abían pasado muchos años y por fin pude volver a cruzar el umbral de la casa natal de Carlos Pellicer en Villahermosa. Allí todo es calor, humildad franciscana, color, visiones de la selva. De repente, en un rincón, casi escondida, descubrí a Tikal en la vieja mirada del poeta. El reflejo de lo que sus ojos veían me hizo volver a visitarla. En el centro del Petén, en Guatemala, la arquitectura de Tikal es un incendio que recrea las oportunidades de la aurora. Como árboles sobre el fondo de los tiempos, los brazos de los mayas se levantaron orquestados por el arquitecto para crear la más grande ciudad del mundo maya.
Con la sinfonía de los ruidos de la selva y los rumbos de los astros, los mayas construyeron la Gran Plaza Sagrada sobre la que danzan serpientes endiosadas cuando las horas, de luces plateadas, hilan estrellas y elevan auroras. Allí, el Templo 2, tocado por el cielo, levanta nuestros brazos y eleva nuestros ojos. Hay en su corpulencia, vertiente de taludes. En el vértice, como buscando al Sol, el templo se yergue coronado con una crestería monumental sobre la que se creó una rica decoración a base de grandes mascarones de estuco. Representan al Sol, derramando la luz.
La Gran Plaza fue el centro político y religioso más importante de Tikal. Todo el conjunto urbano de la ciudad se planeó con relación a ella. Su traza se concibió no sólo en función de la vida cotidiana, sino que obedeció, en su orientación y distribución, al conocimiento detallado de la bóveda celeste.
Cuando se camina por todos sus senderos se aprende que el profundo manejo del tiempo ayudó al hombre maya a definirse como un pueblo con una clara conciencia de su historia. Devotos de su presente y de su pasado, esculpieron la piedra para narrar en ella los eventos fundamentales de su vida. Por ello, en la escalinata monumental que conduce de la Gran Plaza a la Acrópolis del norte, se alinearon 25 estelas y 16 altares. Aquí se aprende a leer pensando en muchas cosas, del glifo a la palabra, de la palabra a la idea, se transita por un instante milenario.
El complejo arquitectónico conocido como Acrópolis es un elemento fundamental de las características formales del estilo Petén. En él se mantienen siempre los mismos espacios libres, a manera de patios, a pesar de la complejidad de los volúmenes construidos y de las sobreposiciones que se suceden por los cambios de modas. La Acrópolis del norte es el resultado de una larga actividad constructiva en la ciudad. Los edificios que hoy vemos se realizaron, aparentemente, hacia el año 600 de nuestra era.
Entre la Gran Plaza y el más grande embalse artificial de la ciudad se encuentra la Acrópolis central, que conservó la misma distribución de su espacio interior a través del tiempo. Al observarla con cuidado, obtenemos abundante información sobre la evolución de los gustos arquitectónicos de Tikal. El conjunto cuenta con poco más de 50 edificios cubiertos con el típico arco falso, todos ellos distribuidos alrededor de sus seis patios. La armonía arquitectónica del conjunto es sobresaliente. La suntuosa elegancia de los mayas está aquí manifestada. En estos edificios la escala humana es el centro del transcurso de la vida.
Dicen los que saben que de acuerdo a la distribución de sus espacios, tres eran los usos que se le concedían a los edificios de esta Acrópolis: los basamentos con templos en la cúspide se reservaban para las ceremonias, los edificios con una sola y larga crujía se destinaban a funciones administrativas y en aquellos con numerosas crujías interiores se realizaba la vida cotidiana. La presencia de ventanas
o mirillas nos señala una de las formas para combatir la inclemencia extrema del clima y la humedad. Con ellas se permitía una eficiente ventilación de los espacios. El acceso y la circulación por los interiores se realiza a través de vanos que debieron de tener dinteles de madera de zapote, el árbol de mayor dureza y cuantía entre la selva. Aquí se vivía sabiendo que la Acrópolis central era el corazón del universo. En sus recintos se dibujaban, desgranándolos, los trabajos y los días.
La reiteración del sincretismo cultural hace cosmopolita a la ciudad. Las influencias circulan como noria y, claro, estilos nuevos se producen. Quizá por ello la diversidad de formas y de ritmos nos envuelve, nos hace renacer. Con los nuevos estilos y los nuevos conocimientos las modificaciones en la arquitectura se volvieron continuas. Muchos elementos del desarrollo cultural se plasman en la cerámica colmada de colores y, como en casi toda Mesoamérica, dos animales fueron protagonistas centrales en el pensamiento mítico y religioso de los hombres y mujeres mayas: el jaguar y la serpiente. El jaguar se representaba siempre en las narraciones de los momentos cruciales de los grandes señores. La serpiente se asocia con sinnúmero de deidades, fue símbolo de poder. Una de sus advocaciones es el Monstruo de la Tierra; a través de sus fauces se ingresa al inframundo. Es también el principal atributo de Chaac.
Ausentes los creadores, recuperó la selva sus espacios. La mirada del poeta nos regresa la memoria, siempre la memoria. Ella se guarda en cada piedra, en cada trazo. Al toparnos con ella nos llena de color. Por la enseñanza de los mayas hoy sabemos que sí es posible hallar el equilibrio. El cielo, la selva, los animales y los hombres marcharon, al través de los siglos, alcanzando su destino entre los dioses. Tikal honra al hombre y a su tiempo.
Twitter: @cesar_moheno