ertolt Brecht ya nos previno: el viejo vientre inmundo que parió el fascismo y el nazismo como conclusión lógica del liberalismo sigue dispuesto a parir monstruos.
En efecto, casi todos los gobiernos pisotean desde hace años los derechos democráticos y, mediante los ajustes y la liquidación de los derechos laborales, se empeñan en hacer volver a los trabajadores a la situación imperante en el siglo XIX. También crece el racismo, la xenofobia, la discriminación étnica y religiosa que parecían superados con la derrota del nazifascismo. A nivel mundial y desde los años 80 asistimos a una prolongada y gigantesca ola reaccionaria.
En el país de la discriminación racial, del Ku Klux Klan, de los linchamientos hasta hace unos 60 años, de la ignorancia de masas organizada (42 por ciento de los estadunidenses cree que Dios creó al mundo en siete días) y del antisocialismo visceral han surgido dos movimientos paralelos, aunque de distinta magnitud, que entierran la teoría oficial del modo de vida estadunidense.
Por un lado, por la izquierda, presenciamos el crecimiento de la rebelión –que no teme ya llamarse socialdemócrata detrás del senador Sanders– de una parte importante de los intelectuales y estudiantes y de las minorías étnicas (negros, latinos) y su diferenciación del Partido Demócrata, al que seguían mayoritariamente desde Franklin Delano Roosevelt y su New Deal después de la Gran Depresión en los treinta.
En el versante opuesto ha crecido brutalmente una base de masas para un clericalfascismo a la estadunidense detrás de un capitalista aventurero –Donald Trump– de una ignorancia, una brutalidad y un primitivismo sin precedente.
Este individuo acaba de ser nombrado por un sector minoritario del gran capital candidato a presidente por el Partido Republicano y se apoya sobre la ignorancia de la inmensa mayoría de los ciudadanos y sobre su patrioterismo chovinista que les hace creer que su país es el centro y el gendarme del mundo.
Su base principal es el resentimiento y el racismo de los sectores más atrasados de los trabajadores, cuyo nivel de vida ha bajado continuamente desde hace años. Esa gente, como el Tea Party, atribuye su decadencia social a lo que consideran liberales y radicales (para ellos Obama y los Clinton entrarían en esa categoría).
En la época de la difusión de las armas atómicas (que incluso Corea del Norte posee) el triunfo de un hombre que desbarataría la economía de su país y la del mundo y recurría sin problema alguno a una guerra que podrá destruir Estados Unidos, sus adversarios y toda la civilización, la candidatura de Trump y la posibilidad de que sea electo debería movilizar inmediatamente a todas las víctimas de la política de Estados Unidos, a los demócratas del mundo y principalmente a los mexicanos en Estados Unidos o en México.
Hitler podría haber sido evitado y con él la Segunda Guerra Mundial. Hay que hacer todo lo posible para evitar un gobierno estadunidense que practique el fundamentalismo religioso y que esté en manos de un sicópata armado hasta los dientes.
Ahora bien, desde el gobierno capitalista nacional chino que restringe los poquísimos derechos democráticos hasta el de Vladimir Putin o el francés que impone por decreto una ley laboral rechazada por la inmensa mayoría de los franceses, todos los gobiernos recurren al chovinismo y a la xenofobia y practican una represión cada vez más violenta. La izquierda, en el mejor de los casos, libra batallas sindicales defensivas, sin comprender lo que está en juego a nivel internacional ni pensar estratégicamente.
Por supuesto, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, es servidora del capital financiero internacional y belicista, como lo demostró cuando fue canciller de Barack Obama. Los dos candidatos en Estados Unidos defienden al capitalismo en general y al imperialismo estadunidense en particular. En eso son iguales, pero en las otras cosas no. En Argentina cometí el error de juzgar sociológicamente los dos candidatos que fueron al balotaje y me abstuve diciendo que iban a aplicar el mismo programa, pues eran igualmente antiobreros y corruptos, lo cual es cierto, pero pasé por alto el detalle
de los métodos y lazos de quien proponía tirarnos a las brasas (Mauricio Macri) y de quien prometía hervirnos lentamente (Daniel Scioli). No es lo mismo, en efecto, un gobierno de François Hollande que uno de Jean-Marie Le Pen, aunque el primero prepare el del segundo…
Por consiguiente, lo recomendable a los latinos y trabajadores en Estados Unidos es organizarse, inscribirse en el padrón electoral y votar críticamente por Hillary Clinton, tapándose la nariz y sin tener en ella ni un mínimo de confianza.
Desgraciadamente aún no se puede votar por un partido obrero independiente y socialista, que hay que construir junto con los sindicalistas más combativos.
Los trabajadores y los sindicatos clasistas en México deberían ayudar a esa tarea con declaraciones y organizadores de los emigrantes para preservarse de las consecuencias de la política de Trump. Porque, entre otras cosas, si éste eliminase el TLC no sería para restaurar la situación en el campo mexicano que existía en los años 80, sino para rebajar aún más el nivel de vida en lo que queda de los campesinos de México, decretando más subsidios y medidas favorables a los agricultores capitalistas de Estados Unidos.
Una de las principales infamias de los gobiernos del PRI y el PAN desde Salinas de Gortari es la total sumisión del país a los intereses del gran capital estadunidense, lo cual ha convertido al Estado mexicano en un semiestado. Enrique Peña sirve a Obama y él o su gente servirán a Trump si llegase el caso. No se puede, por tanto, ni siquiera escuchar a quien no se pronuncie desde ahora contra el candidato neofascista. Frenemos el crecimiento de un nuevo Adolfo Hitler o un Benito Mussolini en nuestras fronteras.