El cuarto prohibido
adáveres exquisitos. La concepción original de El cuarto prohibido (The forbidden room, 2015), undécimo largometraje del canadiense Guy Maddin (La canción más triste del mundo, 2003) y su codirector Evan Johnson, procede de un interesante proyecto audiovisual propuesto por Maddin al Centro Georges Pompidou, en París, y al Centro Phi, de Montreal. De un total de 100 cortometrajes filmados en directo frente al público, El cuarto prohibido propone una selección cuyo cometido es rescatar fragmentos de películas perdidas (found footage) de grandes autores, darles continuidad, e imaginar una trama nueva para cada una. Se trata, en realidad, de un flujo de historias que se suceden, de modo aleatorio y absurdo, como una mezcla de evocación onírica y delirio surrealista. Lo que importa retener de ese ambicioso proyecto artístico es su homenaje intenso, a modo de pastiche, a muchas de las películas perdidas del cine mudo.
Hay, en efecto, un poco de todo en este catálogo de cine recuperado (un guiño tal vez a la iniciativa Il cinema ritrovato
, de la Cineteca de Bolonia,y su labor de rescate de cintas olvidadas o en deterioro). Así, para sugerir una pátina de realización antigua, los directores proceden a una saturación cromática, simulan imperfecciones y daños en la película, y cada episodio lo preside un actor o una actriz célebres (Charlotte Rampling, Geraldine Chaplin, María de Medeiros o el icónico Udo Kier), quienes en un estado casi hipnótico participan en una suerte de sesión espiritista. Imagine el lector la atmósfera lúgubre de El gabinete del doctor Caligari y valore aquí las múltiples variantes distorsionadas de ese universo fantasmagórico.
Una narración central sirve de hilo conductor a la película, y en ella se relata la experiencia de varios hombres encerrados en un submarino con 48 horas de oxígeno disponible y la visita de un leñador que bien podría salvarlos. A partir de ahí se acumulan las viñetas delirantes: entre las más logradas, las sucesivas lobotomías a un fanático de mirar traseros incapaz de corregir su vicio, o el minucioso manual, muy años 50 y muy british, de cómo tomar un baño de tina. Muchas otras anécdotas parecen total y deliberadamente arbitrarias, como la triste historia de un bigote o la invasión de mujeres esqueleto o los antiguos pretendientes de una joven convertidos en viscosos plátanos podridos, solicitando amor de nueva cuenta.
Hay algo en todo ello del absurdo surrealista de un Boris Vian llevado aquí a extremos que ni siquiera un Michel Gondry pudo plasmar con auténtica vocación apocalíptica en Amor índigo (2013), película basada en la novela La espuma de los días (1946). El también realizador de Dracula: páginas del diario de una virgen (2002) ofrece en su nueva cinta el tributo más completo y novedoso tanto a las curiosidades de la serie B como a las creaciones mutiladas o posibles de un cine mudo en gran parte perdido para siempre. Un réquiem para la cinefilia tradicional y los formatos clásicos. Una narración arbitraria, dispareja y excesiva; sin rival a la vista, sin embargo, en sus momentos de brillantez visual que, por fortuna, no son pocos.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12:15 y 17 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil