Editorial
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11 de septiembre: emblema de barbarie
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e cumplieron ayer 43 años del golpe de Estado que destruyó la democracia chilena y 15 de los atentados perpetrados en Nueva York y Washington. En diversas ciudades de Chile la fecha fue conmemorada con manifestaciones, homenajes en memoria de los miles de asesinados y desaparecidos por la dictadura de Augusto Pinochet, una ceremonia oficial en honor al presidente mártir Salvador Allende –quien murió defendiendo la institucionalidad– y el anuncio de la instauración de un viceministerio de derechos humanos.

En Estados Unidos la conmemoración de los ataques que destruyeron las llamadas torres gemelas del World Trade Center en Nueva York derivó en un inesperado quebranto de salud de la candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, quien debió ser retirada de la ceremonia que se realizaba en la llamada Zona Cero, sitio en el que se levantaba la emblemática edificación.

El cuartelazo pinochetista de 1973 en Chile es, además de una tragedia y una ignominia histórica, el símbolo por excelencia de la cruenta e ilegal intromisión del poderío estadunidense contra países latinoamericanos que han buscado ejercer la soberanía nacional y apartarse de los dictados políticos y económicos de Washington, marcó además el inicio de la primera aplicación del modelo económico neoliberal. A poco más de cuatro décadas de aquellos sucesos, los círculos del poder político y corporativo de Estados Unidos mantienen las prácticas intervencionistas y las acciones desestabilizadoras de gobiernos insumisos al Departamento de Estado.

En tanto, los atentados del 11 de septiembre de 2001, perpetrados por la organización fundamentalista Al Qaeda, fueron un salto cualitativo de los rencores antiestadunidenses provocados por la incorregible intromisión de la superpotencia en Medio Oriente y Asia, y ofrecieron al entonces incipiente gobierno de George W. Bush el pretexto ideal para articular una política belicista que pretendía extender las zonas de control de Estados Unidos en Asia central y el Golfo Pérsico, además de brindar al llamado complejo militar-industrial, además de grandes oportunidades de negocio.

Desde entonces Washington invadió Afganistán e Irak, países en los que causó una destrucción humana y material incalculable, y en los que estableció una presencia militar que habría de convertirse en una trampa de arenas movedizas de la que hasta la fecha no termina de salir. Si el involucramiento estadunidense en la guerra afgana de los años 70 del siglo pasado constituyó el caldo de cultivo del que surgió Al Qaeda, la destrucción del régimen de Saddam Hussein y la ocupación del territorio iraquí dio pie a la gestación del Estado Islámico y a un nuevo ciclo de intervenciones militares, operaciones de desestabilización y expansión y fortalecimiento del terrorismo integrista al que se pretendía erradicar.

El 11 de septiembre es, pues, un doble recordatorio de la barbarie injerencista y de los fenómenos indeseables generados por ella. A 43 y 15 años de ocurridos los terribles episodios del pinochetazo y de los atentados de Nueva York y Washington no se ha reducido la amenaza del belicismo y el intervencionismo de Estados Unidos; el neoliberalismo sigue causando estragos sociales, políticos y económicos en distintos países –el nuestro incluido–, y Medio Oriente es una región más explosiva que nunca. A lo que puede verse, los principales estamentos de poder mundial siguen sin desarrollar una mínima capacidad de aprendizaje histórico.