scuché por primera vez al comandante Fidel Castro Ruz cuando yo sintonizaba Radio Habana Cuba en un aparato de onda corta, a la edad de 10 años, en Guamúchil, Sinaloa, mi pueblo natal. Él estaba en Playa Girón, dirigiendo los combates exitosos contra la invasión de Bahía de Cochinos, que había patrocinado el gobierno de Estados Unidos, con 2 mil jóvenes hijos de familias acomodadas que habían salido de la isla a Estados Unidos con planes de regreso pronto a su país. A partir de entonces, desde hace 55 años, sigo con atención el proceso revolucionario de Cuba.
He visitado la isla muchas veces, antes y después de fungir de embajador de México, y en varias ocasiones conversé con el legendario líder cubano, con quien sostuve una buena relación, la cual me permitió tener charlas a fondo, muy interesantes. Comentábamos, coincidíamos y disentíamos, pero había convergencia; yo aprendía mientras el portentoso maestro enseñaba y defendía sus tesis y sus estrategias, no siempre coincidentes con los criterios mexicanos. Sin embargo, todo ocurría en un plano de respeto, afecto y cordialidad. Llegué a sentir que éramos amigos, y no puedo ocultar que lo aprecié, estimé y admiré. Además de ser Fidel Castro Ruz un gran estadista y un extraordinario líder de talla mundial que imponía, era un fino amigo, un gran viejo, un sabio brillante y escudriñador, que gozaba preguntando, indagando y enseñando.
Con la autorización expresa del presidente Ernesto Zedillo, mi esposa y yo tuvimos el privilegio de viajar con él en el avión oficial cubano de La Habana a la Ciudad de México, cuando acudió a la toma de posesión de Vicente Fox. Entonces tuvimos la oportunidad de conversar largamente sobre distintos tópicos, pero la última vez que hablamos, también ampliamente, fue cuando en nombre del Estado cubano me hizo el honor de condecorarme con la Medalla de la Amistad de los Pueblos, estando presentes, además de infinidad de personalidades cubanas de distintas áreas, los diplomáticos y servidores públicos mexicanos de excelencia Manuel y Carlos Tello Macías, quienes me hicieron el honor de acompañarme.
Considero que Fidel Castro fue una historia viviente, que hizo todo lo que pudo por su pueblo, que tuvo aciertos y desaciertos, pero siempre actuó de buena fe, con honradez, verticalidad y las mejores intenciones.
Era un hombre grande, muy grande, no solamente por su estatura física, sino por lo moral e intelectual y por sus dotes y dones esenciales, al ser un hombre a carta cabal, de carácter fuerte y de conducta incorruptible, de reciedumbre y de claras determinaciones, que sabía llamar a las cosas por su nombre y era indomable para sus adversarios y enemigos. Su lucha antimperialista lo caracterizó por siempre. Fidel Castro y la Revolución Cubana nunca transaron y por ello triunfaron. No lo hicieron con la parte estadunidense que los apoyó en un principio, pero tampoco con los soviéticos, sus aliados forzosos –porque no les quedó de otra–, de quienes el pueblo y el gobierno cubanos recibieron respaldos a un precio muy alto, en momentos muy difíciles desde el punto de vista económico y de seguridad nacional.
Para Cuba el logro más importante de la era de Fidel Castro fue la defensa de la dignidad consolidada de su pueblo, equivalente a la grandeza de David frente a Goliat; después de ello destacan los logros en educación, capacitación y salud pública, y los avances en investigación científica, deporte, cultura y liderazgo. Existen rezagos, retos y desafíos que están ubicados en las esferas económica y social, pues es urgente seguir mejorando el nivel de vida de la mayoría de la gente. Lo anterior podrá atenderse de manera más eficaz cuando se elimine el bloqueo de Estados Unidos y luego que se aprueben leyes y disposiciones que otorguen garantías para que fluyan capitales e inversiones que impulsen el desarrollo, generando empleos y creando riqueza y bienestar. Esperemos que la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos no se traduzca en una reversa a la política de apertura del presidente Barack Obama hacia Cuba.
En la esfera política el quehacer que se impone realizar no es menor, pues se trata del otorgamiento de los derechos políticos, sustentados en mayor libertad de expresión, de acción y de organización, dentro de una convivencia pacífica, madura, civilizada y expresamente legal, permitida y alentada, que enriquezca con espíritu democrático la vida de los cubanos.
No debe haber nada que temer del Partido Comunista de Cuba (PCC), pues las estructuras sociales y políticas son muy fuertes allá, y los deseos de participación política se encuentran aún aislados en una vocación restringida. Alentar la participación mediante la creación de círculos y clubes políticos, en un principio, y de más partidos políticos, en una segunda etapa, podrían ser los pasos graduales a seguir, con respeto a los derechos humanos tan reclamados y con más libertades, mismas que habrán de verse, con mayor claridad, en la apertura de espacios para la expresión libre de las ideas, en todo lugar, pero sobre todo en los medios de comunicación social existentes y en los que habrán de establecerse, a la luz de los avances de la tecnología, la innovación, la creatividad y la globalidad, para generar una evolución social y política en todos los órdenes y niveles, que mucho le hace falta a Cuba y merece su población, sin restricciones.
Tengo fe fundada en que con la apertura iniciada, tanto de Estados Unidos como de Cuba, vendrán tiempos mucho mejores para los cubanos, pues la sociedad civil mundial tiene esperanzas y propósitos muy sanos y positivos para Cuba, razón por la cual no deben desaprovecharse las coyunturas y las oportunidades que hoy se tienen y más aún las que se tendrán. Qué mejor que hacerlo para reconstituir la unidad entre la comunidad cubana que vive en el país con la que habita fuera, tanto en Estados Unidos como en otras partes del mundo, y ahora con mayor sentido, en la orfandad y en la madurez, en especial como un homenaje póstumo al gran líder y estadista non que fue Fidel Castro Ruz.
Me quedo con el recuerdo de nutridas conversaciones y de aleccionadoras anécdotas con el comandante en jefe de la Revolución Cubana, con sus reflexiones sobre el porvenir de la humanidad, en especial de América Latina y el Caribe, nuestro hábitat. Conservaré, por siempre, la imagen del carácter firme, de la amabilidad y de las atenciones que tuvo con México, conmigo y con mi familia.
No olvidaré los diálogos sostenidos, y ofrezco que algún día los haré públicos.
Con su partida, se va toda una época revolucionaria del mundo y de América.
Ha muerto un titán y un auténtico líder de escala mundial.
No pretendo polemizar con quienes lo llamen dictador y con quienes señalen el lado oscuro de su vida en las épocas de la línea dura, las carencias y la falta de libertades en medio de la época más difícil del régimen. Prefiero reconocer y reflexionar sobre los avances y los logros de Cuba, lo mismo que respecto de los relativos fracasos y sobre lo que le falta por hacer a un proceso revolucionario digno de respeto, reconocimiento y solidaridad, para que por decisión propia y soberana redefina la hoja de ruta a seguir, hacia un destino ya trazado y definido.
Descanse en paz Fidel Castro Ruz; hagamos votos para que su partida sirva para reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de ese gran país.