ás vale que tomemos en serio a Trump: todavía no toma posesión y ya está haciendo de las suyas. El primer efecto visible de los temores que provoca se observa en las remesas que los mexicanos que trabajan en Estados Unidos envían a sus compatriotas de acá. Un reciente boletín del BBVA ha señalado lo siguiente: En noviembre de 2016, las remesas alcanzaron 2,362.9 md, lo que representa un incremento de 24.7 por ciento en comparación con el mismo mes del año previo. Estimamos que habrá flujos importantes de remesas al menos en diciembre de 2016 y enero de 2017
. Y añadió: El importante crecimiento en las remesas, durante el mes de noviembre, se explica principalmente por el temor a las posibles restricciones que pudiera imponer la futura administración del presidente Trump al envío de éstas. De llevar a cabo este tipo de restricciones, el presidente electo: a) pasaría una ley que obligaría a las instituciones que envían remesas a verificar el estatus migratorio sus clientes, con lo que espera que se verían afectados los envíos de remesas de migrantes no documentados, y b) buscaría la forma de gravar con algún tipo arancel el envío de remesas desde Estados Unidos hacia México, y posiblemente también a Latinoamérica
.
Si se gravan los envíos de remesas a México, con lo que resulte bien podría financiarse el muro que prometió Trump en campaña y, además, como es fácil entender, lo pagarán los mexicanos vía aranceles, aunque el gobierno de Peña diga que no.
Vale señalar que en julio de 2016 las remesas habían disminuido en relación con el mes anterior, que en agosto tuvieron un crecimiento muy modesto, pero en cuanto se vio que Trump podía ganar, las remesas aumentaron, y se calcula que así seguirán, por lo menos hasta el primer mes del gobierno del republicano. Se trata de envíos con miedo, antes de que el grifo se cierre con todo lo que pueda imaginar hacer el futuro presidente de la gran potencia.
El tema de las remesas no es cualquier cosa para México. Millones de mexicanos viven de ellas o, por lo menos, sobreviven en medio de la pobreza a que los han llevado las políticas neoliberales y entreguistas de los últimos gobiernos, de Miguel de la Madrid a Enrique Peña Nieto. Sin las remesas y de continuar la expulsión de mexicanos indocumentados de la potencia del norte, la población en pobreza incluso extrema crecerá como nunca en los últimos años de capitalismo salvaje.
Si al problema de las remesas se agregan los incrementos de precios en hidrocarburos y electricidad no sólo crecerá la inflación, sino que la mancha de la pobreza y de la proletarización de la clase media, además del desempleo, aumentarán considerablemente. Millones de mexicanos verán encarecer la satisfacción de sus necesidades básicas y todos aquellos que dependen de insumos importados para sus negocios se las verán negras para subsistir. Los que toreen con éxito sus importaciones repercutirán los precios en los consumidores, y así la espiral inflacionaria y la depauperación de los mexicanos.
El segundo efecto visible consistió en las amenazas a las dos grandes automotrices estadunidenses. Primero, a la Ford que, en principio, las desestimó, declarando que mantendría la producción de los autos hechos en México, luego la General Motors y, finalmente, cuando la Ford vio que el presidente electo iba en serio, reculó para aceptar la cancelación de su plan de inversiones de mil 600 millones de dólares en México y, a cambio, destinará 700 millones para fortalecer la producción en Michigan. Es así que las dos grandes de la industria automotriz de Estados Unidos doblaron las manos. ¿Qué no harán las menos grandes?
A 15 días de que Trump tome posesión ya se percibe que el imperialismo no es un tigre de papel
y que el signo derechista de Donald Trump –más derechista que muchos de sus correligionarios del Partido Republicano– no es una mera forma de hablar ni una apreciación de las izquierdas tan desdeñadas por los conservadores de allá y de acá.
El gobierno mexicano, por su lado, no parece haber entendido lo que viene. En lugar de iniciar una política de desarrollo interno, de fortalecimiento del mercado nacional, de subsidios a quienes menos tienen y más necesitan y otras medidas para salvar al país de un mayor hundimiento, ha reaccionado peor que algunos de los estados de USAmérica que incluso han dicho, aunque no lo harán, que no necesitan de su país para sobrevivir (los estados de la costa del Pacífico, sobre todo). En lugar de hacer lo que debería, el gobierno de Peña sigue desmantelando Pemex, importando gasolinas, afectando a la industria nacional y en el país (con lo que no incentiva el empleo) y tejiendo la cuerda con que se ahorcará. Lo grave es que no se ahorca a sí mismo, sino a todo el país. Su cálculo, tan pragmático como mezquino, es que para 2018 buena parte de los mexicanos habrán olvidado las ofensas (valga el eufemismo) que están (estamos) sufriendo en estos momentos y en los meses por venir.
Agréguese a lo anterior la inseguridad que vivimos, y que aumentará, sin duda, en la medida en que crezcan el desempleo y la pobreza, y el saldo sólo tiene una palabra: catástrofe. Ésta es la que nos presenta el nuevo año.