a educación en México ha establecido la obtención de una carrera como principal punto terminal de la formación y se ha segmentado el camino para obtenerla. La educación previa ha tenido su propia lógica, y se entreteje la continuidad de los niveles educativos hasta llegar a la educación superior.
La educación básica y media superior son obligatorias tanto para padres como para alumnos. Y la superior está delegada a las universidades, los institutos y a instancias particulares. La participación en los procesos de admisión es voluntaria, pero con baja probabilidad de aceptación. Si no se pretende (o no se puede) cursar la educación superior, se ingresa al mercado laboral, con una credencial mínima: el bachillerato.
En el tránsito de la educación básica a la educación superior se van perdiendo espacios, y se va agudizando el problema. El primer reto es garantizar la cobertura. Según datos del Panorama educativo de México 2015 no se ha cubierto a la población en edad escolar. Para valorar las condiciones de la cobertura, existe un indicador que estima el porcentaje de alumnos inscritos según la edad del nivel escolar. Los niños de tres a cinco años (edad de prescolar) están matriculados en 81 por ciento. A pesar de que lleva más de 10 años de ser obligatorio.
Para el caso del nivel primaria, de seis a 11 años, prácticamente está inscrito el ciento por ciento de los niños. De 12 a 14 años, correspondientes al nivel de educación secundaria, hay una matriculación de 96.2 por ciento de adolescentes. Para el bachillerato, los matriculados representan 65 por ciento de los estudiantes en edades de 15 a 17 años.
En una escala de cero a 10, la calificación de la cobertura del sistema educativo sería: prescolar, 8.1; primaria, 10.0; secundaria, 9.6, y bachillerato, 6.5. Aunque sabemos claramente que cantidad no es necesariamente calidad, la tendencia es a la baja, en cobertura, pero también en calidad. Tanto en resultados del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (Planea) como en los del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (Pisa, por sus siglas en inglés) tenemos números rojos.
A esta cobertura incompleta se agrega la deserción. Del total de la población inscrita en cada nivel, por distintos motivos, se presentan casos de abandono dentro del ciclo escolar (intracurricular) o en el tránsito de uno a otro grado o nivel educativo (intercurricular). En primaria hay deserción de .8 por ciento; en secundaria, de 4.1 por ciento, y en bachillerato, de 15.3 por ciento.
La situación es todavía más grave en educación superior (que ya no es obligatoria), donde la cobertura ha llegado a 36 por ciento, según cifras oficiales. De ellos, no todos terminan la carrera. Y de los que terminan, no todos se titulan. Y de los que se titulan, muy pocos entran a estudios de posgrado.
Los programas de posgrado prácticamente se dividen en dos: los que profesionalizan algunas áreas y los que se especializan en investigación y producción de conocimiento. En gran parte de los programas de posgrado el costo tiene que ser cubierto por el alumno, que trabaja para pagar sus estudios. Y están los posgrados de calidad, ofrecidos por instituciones registradas en el padrón del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Estos programas ofrecen becas mensuales para la manutención de los estudiantes de tiempo completo.
Este es el grupo más selecto de estudiantes de México. Mientras la escolaridad media a escala nacional es de 9.2 años de instrucción, los alumnos de posgrado están matriculados en los distintos niveles educativos durante 20 o más años. Pero la situación se puede agravar más. Con el recorte presupuestal del Conacyt es posible que reduzcan el apoyo para los integrantes de posgrados de calidad.
Los egresados pueden entrar a trabajar, en espacios directamente relacionados con su área o en algunos trabajos de menor vinculación. Y en los casos desfavorables, pueden quedarse entre el 14.5 por ciento de graduados en situación de desempleo.
La idea de que la educación impulsa el desarrollo de nuestro país se convierte en un elogio de la educación superior o en un buen deseo, que no necesariamente retrata la realidad. El trayecto por los niveles educativos equivale a pasar agua de mano en mano. Todo se escurre en el camino, entre la deserción y los filtros de acceso. Hace unos años, Wietse de Vries y Yadira Navarro presentaban una investigación sobre los egresados universitarios, ¿profesionistas del futuro o futuros taxistas?
En su lectura, uno se puede dar cuenta de que el filtro es mayor y diverso, y que obedece a la caprichosa configuración de la educación superior. El modelo económico determina las nuevas reglas laborales en detrimento de derechos y prestaciones, y nos deja ver el vínculo roto entre la educación y el mercado. El sistema educativo es una escalera de niveles en los que cada vez caben menos estudiantes, y cuando éstos egresen, no tienen nada seguro.
* Jefe de redacción de Voces Normalistas