Tres mujeres o (despertando de mi sueño bosnio)
Voraz
idas marginales. La apuesta más interesante de Tres mujeres o (despertando de mi sueño bosnio), coproducción Bosnia/Herzegovina/México, y primer largometraje del mexicano Sergio Flores Thorija, ha sido plasmar por medio de tres retratos femeninos la experiencia muy personal de incursionar, con la mirada de un extranjero, en la realidad de Bosnia, región balcánica que ha padecido los efectos de la doble fractura de una división territorial y una guerra fratricida, e interpretarla de una manera novedosa. El propósito declarado del realizador ha sido moldear la realidad
en cada uno de sus tres relatos.
Lo que se desprende del conjunto de la obra es el registro melancólico de existencias a su vez moldeadas por vivencias de desamor, frustración y desarraigo, como si en la soledad indescriptible de la joven Ivana (en la primera historia), atendiendo a su madre enferma, encerrada en el mutismo y en la rutina de su trabajo en un restaurante, se concentrara el desasosiego colectivo de una juventud sin fuertes asideros espirituales en Sarajevo, y el sueño de evasión a otra nación lejana, espejismo de prosperidad y paz.
O como si, por el contrario, las ganas de vivir una experiencia límite (la joven estudiante brasileña Clara, stripper en un table dance en la segunda historia), tuviera que toparse a su vez con el hermetismo y la incomprensión de quienes no aceptan en Bosnia la diferencia y se encierran en las certidumbres morales de la xenofobia, una actitud social de actualidad punzante en Europa que el director mexicano captura con sobriedad y elegancia, sin el menor atisbo de una denuncia panfletaria.
Esa intolerancia alcanza un punto culminante en la tercera historia, Marina, sin duda la propuesta narrativa más intensa, donde la protagonista, joven lesbiana, vive el exilio interior más dramático de todos, al sentirse rechazada por su mejor amiga, de quien está secretamente enamorada, y por su propia familia, suerte de síntesis de un país entero, en la que percibe un rechazo absoluto a su preferencia erótica. De nuevo, el cineasta alude, con sutileza inusual, al clima de homofobia responsable en la actualidad de cacerías de odio a la disidencia sexual en países de Europa oriental.
Tres mujeres o (despertando de mi sueño bosnio) no sólo moldea artísticamente esas experiencias de soledad y desesperanza, también ofrece en su paleta estilística una búsqueda formal (vigorosos planos estáticos, agilidad de la cámara en mano) que responde a los imperativos de cada historia, afinando, en clave casi documental, esa reunión de marginalidades en un país que parece estar despertando apenas de las devastaciones, físicas y morales, de una guerra no del todo lejana.
Primera cinta de la 62 Muestra Internacional de Cine, se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12 y 18:30 horas.
Voraz
Justine o las desventuras de la virtud (vegetariana). Si como sugiere la escritora Virginie Sélavy en la revista Sight and Sound (abril, 2017), Justine, nombre de la virginal protagonista de Voraz (Raw), coproducción franco-belga de Julia Ducournau, puede ser referencia a la célebre heroína del marqués de Sade martirizada en su vano esfuerzo por mantener intacta su pureza, la historia de horror que relata la directora francesa revela ángulos más sugerentes que el simple slasher gore que únicamente prolongaría los excesos sanguinolentos de la emblemática Carrie (Brian de Palma, 1976).
En Voraz, las torturas del bullying ritual infligido a los jóvenes novatos de una escuela veterinaria en Bélgica reúnen un extenso catálogo de humillaciones, entre las cuales, la menor es obligar a ingerir riñones crudos de conejo. Para Justine (Garance Marillier), educada en el dogma vegetariano, la experiencia es doblemente penosa. Su reacción, a la postre, será volcarse de lleno, y de modo misterioso, no sólo a la práctica carnívora, sino a su límite más perturbador, el goce del canibalismo. En dicho proceso contará con la complicidad de su propia hermana y condiscípula, Alexia (Ella Rumpf); en rigor, su iniciadora y maestra en los excesos, una suerte de Julieta sadeana muy bien acomodada en esas prosperidades del vicio caníbal. Lo más interesante en la cinta de Julia Ducourneau es la exploración del extraño vínculo afectivo de las dos hermanas, e incluso la amistad de Justine con su compañero de clases Adrien (Rabah Naït Oufella), chico declaradamente gay, pero sin reparos para nuevas transgresiones eróticas.
Más allá de las convenciones de un género explotado hasta la saciedad por el cine hollywoodense y el asiático, lo que aquí propone la directora francesa pareciera guardar un parentesco mayor con el trabajo del neozelandés Peter Jackson en Criaturas celestiales (Heavenly creatures, 1994) y el fantasioso mundo interior de dos hermanas sedientas de revancha, o con las atmósferas muy turbias que recrean las también francesas Claire Denis en Sangre caníbal (Trouble every day, 2001) o Marina de Van (egresada como Ducournau de la misma escuela de cine, la Femis), en su cinta En mi piel (Dans ma peau, 2002), con su estremecedor relato de una joven que desolla con placer su propia carne. En Voraz, el comentario social, aunque un tanto oblicuo, es irónico, incluso mordaz. Todo fundamentalismo en un régimen alimenticio puede engendrar demonios, y el canibalismo puede, a su vez, transformarse en tradición familiar, al estilo de Somos lo que hay (2010), del mexicano Jorge Michel Grau. Algo similar sucede con el ritual salvaje de las novatadas francesas, suerte de propedéutico tenaz de los mismos extremismos políticos y sociales que hoy desesperan a Europa.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12:00 y 18:30 horas.
Twitter: @CarloBonfil 1