unas semanas de que el cardenal Norberto Rivera presente su carta de renuncia, enfrenta un levantamiento rebelde de sacerdotes que denuncian la existencia de mafias y pandillas de poder enquistadas en la arquidiócesis de México. En efecto, el cardenal Rivera, según el código de derecho canónico, deberá presentar su dimisión ante el papa Francisco, el próximo 6 de junio, cuando cumple 75 años. Justo cuando el cardenal ha venido modificando su discurso más acorde a lo planteado por el Papa argentino, afronta los reproches de párrocos que lo confrontan por apoyarse y favorecer a un sector minoritario del clero que ejerce el poder de manera abusiva, sólo así entendemos el título de carta en cuestión: No rotundo a eclesiásticos opresores
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La carta de religiosos insurgentes está firmada por sacerdotes de la arquidiócesis, que han pedido omitir sus nombres, pero que están afincados en la zona norte y oriente de la capital. En la misiva, de manera categórica expresan que somos, por lo tanto, los que menos debemos ni oprimir ni ser oprimidos, empezando entre nosotros mismos, para tampoco oprimir laicos ni permitir que los laicos nos opriman
. Ahora cuando Rivera de verdad se preocupa por los pobres y reprocha públicamente las injusticias sociales, locales e internacionales, aparece esta carta embarazosa que denuncia abusos y arbitrariedades internas. Los curas reprochan: Por dignidad humana y sacerdotal no debemos permitir que nos oprima otro sacerdote, ni su mafia o pandilla, aunque tenga más jerarquía que nosotros. La opresión no es el camino de la Iglesia
. Si bien esta recriminación en su origen es contra el rector de la Basílica de Guadalupe, Enrique Glennie, desde 2010, los reproches han sido asumidos por otros curas de diferentes regiones de la arquidiócesis de México. Justo cuando se le percibe a Rivera tan generoso y obsequioso con el nuevo nuncio Franco Coppola se asoma este incómodo asunto que toca los derechos humanos y la dignidad de los propios actores religiosos frente a los caprichos y excesos de las autoridades eclesiásticas. Los curas sublevados, sostienen: “Si un eclesiástico, amafiado con otros que se sienten muy poderosos, pretende oprimirnos, hay que enfrentarlo con toda justicia y caridad, y si no se corrige, acudir con toda humildad y valentía a una autoridad eclesiástica más alta, especialmente nuestro obispo, para resolver cristianamente esa prepotencia y arbitrariedad. Incluso, si es necesario, al Tribunal Eclesiástico (…) Por justicia y caridad hay que corregir al eclesiástico prepotente y abusivo y a toda su mafia o pandilla de sacerdotes y laicos poderosos”.
La Basílica de Guadalupe vuelve estar en el ojo del huracán. Primero explicar la fortuna secular incalculable del difunto Guillermo Schulenburg. Segundo, la disputa encarnizada y emprendida por Rivera para tomar el control de la basílica como si fuera una lucha por la gallina de los huevos de oro. Tercero, los excesos amorosos y financieros de su primer rector Diego Monroy, nombrado por el propio cardenal, que llevó una vida de escándalos. Cuarto, opacidad de los recursos que ingresan al principal santuario de México que provoca leyendas negras y fantasiosas confabulaciones entre la fe y la riqueza eclesiástica. Y ahora este lastimoso episodio.
La carta toca espinosos asuntos que la arquidiócesis ha venido arrastrando desde hace lustros. A lo largo del tiempo, se han constituido grupos o castas de poder clerical beneficiados bajo el amparo del propio cardenal, máxima autoridad en la arquidiócesis. Dicho de otro modo: lobbies de poder, expresión de moda en la Iglesia católica, o camarillas que al mismo tiempo son comparsas y órganos oficiosos de control y conducción. ¿El cardenal será sensible al llamado de sus curas? ¿Tendrá la valentía de sacudir a sus propios protegidos por los abusos que cometen? ¿Atenderá la demanda de dignidad y justicia que piden curas del bajo clero? Tenemos fundadas sospechas de que no sucederá. Los reproches de los sacerdotes abordan un tema resbaladizo en la vida interna de la Iglesia, esto es, los derechos humanos de sus integrantes y los abusos de la autoridad. A pesar de que el cardenal está en campaña para convencernos que se ha convertido en el mayor francisquista de los obispos mexicanos y que está dispuesto a perdurar en el cargo varios años más. Sin embargo, creemos que no se atreverá a ajustar las estructuras de poder que él mismo ha creado y consentido.
La arquidiócesis cuenta con casi 7 millones de personas, dividida en nueve vicarías. Es una región compleja, pujante y cosmopolita donde coexiste gran diversidad de creencias, ideas y formas de vivir. Al cardenal le ha quedado grande la megalópolis y ha tratado de imponer un pensamiento y práctica únicos basados en la doctrina. En suma, la Iglesia en Ciudad de México se ha anquilosado. Muchos creyentes han abandonado sus prácticas, en parte porque el cardenal no ha sido un actor pastoral. Ha estado más atento a debatir y corregir la cultura contemporánea que acompañar su grey. La Iglesia en la ciudad ha dejado de ser referencia, porque se ha alejado del trabajo de las periferias existenciales convirtiéndose en una institución clericalizada. El cardenal ha optado por los ricos mediante los Legionarios de Cristo e ideológicamente, por conducto del Yunque, sostiene una cruzada ultraconservadora. En más de una ocasión, el papa Francisco ha dicho que uno de los problemas de la Iglesia es ser burocrática, doctrinaria y autorreferencial. En cambio es deseable una Iglesia misionera, alegre, abierta a los laicos y a los pobres y olvidados
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Deplorablemente, Rivera ha ideologizado la fe y la doctrina. Porque las ha convertido en herramientas políticas. Sus obsesiones contra el aborto, los homosexuales, los matrimonios igualitarios han politizado su pastoral contaminando la transmisión de la buena nueva en posturas ideologizadas. El discurso religioso del cardenal, aun con sus actuales bríos sociales, está polucionado.
La carta de los curas rebeldes es un desafío a su mandato. La postura de los curas agraviados pone en evidencia las redes de poder que el cardenal ha construido y lesionan la dignidad y los derechos de religiosos; al mismo tiempo, la carta desafía el estilo de conducción y de manejo de poder del cardenal. Porque sus camarillas y discípulos han clonado no sólo contenidos, sino formas de poder. ¿Se debe pensar en la creación de un ombudsman de las instituciones religiosas?