l filósofo Valentín Mudimbe observa que no existe la sociedad amnésica. Puesto que todos hablamos desde algún lugar, lo hacemos desde la historicidad.
En Estados Unidos existen muestras de una historicidad que refleja la memoria y realidad contemporánea de un país racista, lo que James Baldwin llama un gran catálogo sangriento de opresión racial. Es el caso del trato que la policía da a los mexicanos y centroamericanos indocumentados que viven en zonas rurales, y que, a pesar de cometer infracciones por conducir sin licencia, nunca son deportados porque esto significaría deshacerse de una fuente económica para las aldeas y rancherías de la región. Es también lo que sucede con las estatuas que honran a los líderes militares e ideológicos de los 11 estados separatistas de la Confederación, en los que la esclavitud era legal.
A pesar de que la segregación estatal está prohibida jurídicamente, la verdad es que se vive la segregación racial dictada por el legado de la esclavitud y la enmienda 13 de la constitución estadunidense. Esta enmienda convierte a hombres y mujeres afroamericanos, previamente esclavizados y luego liberados con la derrota de la Confederación, en personas nuevamente esclavizadas a través de encarcelamiento por vagancia y otros delitos menores.
Esta trayectoria de esclavo a criminal por medio de una enmienda, argumenta la historiadora Michelle Alexander, es la base de la crisis por la que atraviesa hoy el país con la encarcelación masiva de los hombres y, con mayor frecuencia mujeres, afroamericanos. La enmienda 13 define las diferencias en ingresos del hogar y el poder adquisitivo de la comunidad afroamericana, creando una brecha racial ya no superable sin una masiva inyección de dinero y recursos del gobierno federal, según el economista Darrick Hamilton.
A comienzos del siglo XX, los afroamericanos crearon muchos centros comerciales, llamados Black Wall Streets. Sin embargo, la mayoría de estos centros fueron destruidos por los supremacistas blancos a propósito con violencia y terror. El remover hoy las estatuas erigidas para glorificar a quienes sostuvieron su poder e hicieron crecer su riqueza esclavizando y re-esclavizando seres humanos es una acción necesaria, pero es mínima si la comparamos con el daño que hicieron los supremacistas blancos al destruir los Black Wall Streets.
Las minorías raciales, étnicas, religiosas, de género y lingüísticas de EU no se sorprenden de los acontecimientos de las últimas semanas. No lo hacen con la manifestación de neonazis en la ciudad de Charlottesville, Virginia. Y no nos sorprendemos porque vivimos diariamente el impacto del racismo sistémico y de los prejuicios que le son implícitos. Es común en el sur conocer a personas de 55 a 60 años de edad que recuerdan que por ser afroamericanos sólo podían ir a una playa de Carolina del Norte o a una tienda para comprar los útiles para la escuela.
Es común ver entre las familias indocumentadas redes de difusión en Facebook en las cuales se informa sobre retenes y redadas en lugares de trabajo y rutas para llegar a ellos para que se puedan tomar otros caminos y evitar ser detectadas, detenidas y deportadas.
Es común ver en las escuelas cómo los maestros ignoran y subestiman las habilidades de los niños y jóvenes latinos. Distintas investigaciones demuestran que aquellas escuelas con un porcentaje alto de estudiantes pertenecientes a minorías y de familias de bajos recursos, contratan en gran parte maestros principiantes. Además, más de 30 de los 50 estados no requieren como parte de la formación docente cursos en la enseñanza del estudiante bilingüe que requieren maestros con conocimientos más especializados. En el país de los ricos se les niega la equidad educativa a nuestros niños y jóvenes latinos, con prácticas y políticas que impactan el tener un buen profesorado para ellos.
Es un error pensar que el sistema no funciona bien. Todo lo contrario: las escuelas, las leyes migratorias, las políticas y leyes que encarcelan a afroamericanos y latinos, funcionan como deben funcionar para lograr nuestra exclusión social y evitar nuestra independencia económica. Por eso no importa que corran a Bannon o impugnen al presidente, el racismo seguirá porque sostiene al capitalismo.
La zona agrícola de Carolina del Norte está poblada de familias mexicanas y centroamericanas. En los programas de educación inicial se usa el español sólo para corregir a los niños, pero no para instruirlos. Las familias latinas indocumentadas hacen sus vidas entre lavanderías industriales, granjas de pavo que le surten a los grandes consorcios y retenes donde los alguaciles los multan. Una mamá hace bolis y los vende en su casa. Le pide a su suegro, que está arreglado
y puede ir y venir a México, que le traiga las bolsitas para hacerlos. Esa misma mamá teje bolsas, manteles y chalecos que vende. Los jóvenes aprenden a no divulgar información que pueda identificarlos como indocumentados. Como lo ha nombrado el académico e investigador Richard González, los niños y los jóvenes indocumentados aprenden a ser indocumentados.
En estos momentos y en estos espacios, nunca se olvida la realidad creada por el racismo del país. Una mamá de esta región me comentó sobre su vida en México y en EU: Teníamos que salirnos a vender a las 6 de la mañana y aun así sólo nos podían dar 50 centavos para comprarnos algo en la escuela. No fue nada fácil, pero así se vive allá. Aquí hemos tenido más opciones de poder ayudar a nuestros hijos en su escuela, que puedan tener sus estudios, y que podamos tener trabajos, es una mejoría para nuestros hijos porque es nuestro gran deseo, pero sí, ni allá ni aquí nos quieren, pero ya ve, allá estuvimos y aquí estamos.
La mamá entiende igual o mejor que lo que James Baldwin comenta sobre la historia estadunidense La historia no es el pasado. Es el presente. Traemos nuestra historia con nosotros. Somos nuestra historia. Si pensamos de otra manera, somos literalmente criminales.
*Profesora de la Universidad de Carolina del Norte Wilmington, afiliada con el Cook Center on Social Equity en la Universidad Duke. Autora de Fathering within and beyond the failures of the state with imagination, work and love: The case of the Mexican father