na terrible e inusual conjugación de fenómenos naturales ha azotado una amplia porción del continente en la que se encuentra nuestro país, pero también muchos otros. El huracán Irma ha dejado a su paso desastre en varias naciones antillanas (San Martín, Barbuda, Puerto Rico, República Dominicana, Cuba) y en la península de Florida. En forma simultánea, el meteoro Katia se abatió sobre buena parte del litoral mexicano del Golfo, en especial Veracruz y Puebla; para entonces, la capital de la República y el estado de México ya habían sufrido graves inundaciones. La noche del jueves, un terremoto de magnitud 8.2 destruyó buena parte de Juchitán, en el Istmo de Tehuantepec, provocó severos daños en otras localidades de Oaxaca y Chiapas y afectó varios núcleos de población del occidente de Guatemala. Falta aún el paso del huracán José, que sigue una ruta parecida a la de Irma.
En México, el sentido de solidaridad de la sociedad se hizo sentir desde el primer momento, e incontables personas se organizaron para donar, recibir, transportar y distribuir ayuda entre los más de 800 mil afectados por el movimiento telúrico, que ha dejado una cifra de muertes que ronda el centenar. Debe destacarse que en este esfuerzo colectivo la sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación ha desempeñado un papel importante, no sólo en el acopio, el envío y la entrega de ayuda a los afectados, sino también en la coordinación de asistencia por parte de brigadas de voluntarios.
En tanto, el presidente Enrique Peña Nieto y el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, recorrieron desde el viernes pasado algunas zonas afectadas por el terremoto y la Secretaría de la Defensa Nacional puso en marcha el operativo DN-III para socorrer a la población civil en casos de desastre. Sin embargo, 72 horas después del sismo, en las localidades istmeñas de Asunción Ixtaltepec, Unión Hidalgo, entre otras, la ayuda oficial ha sido nula, según sus propios habitantes. Es urgente e impostergable que las autoridades estatales y federales hagan llegar a la brevedad la asistencia que urge en todos los puntos habitados del territorio nacional en los que hay personas que, por el sismo o por el uracán, lo perdieron todo y en las horas presentes no tienen comida, agua, electricidad ni techo.
Es claro que ese encadenamiento de fenómenos naturales ha dejado un panorama de catástrofe particularmente complicado y difícil de gestionar, no solamente porque el meteoro y el terremoto han dejado escenarios muy distintos en puntos diferentes del país, sino también por las dimensiones de la población afectada y por la probabilidad de nuevas precipitaciones pluviales.
Como ocurrió tras el sismo de 1985 en el valle de México, la sociedad ha dado muestras de empatía y agilidad organizativa para acudir en ayuda de los connacionales en desgracia. En cambio, en la acción oficial se han podido detectar carencias y omisiones injustificables que deben ser subsanadas en forma responsable a la brevedad, so pena de que la credibilidad institucional sufra un descalabro comparable al que experimentó hace casi 32 años.
Finalmente, es necesario recordar que reconstruir lo destruido por los fenómenos naturales no será asunto de días ni de semanas sino de meses y años, y que el apoyo oficial y social debe ser un esfuerzo sostenido.