oy de una generación que llegó a estar sumamente orgullosa de la política exterior mexicana, incluso hasta el año dos mil. Durante casi toda la década de los años ochenta, presté todos mis servicios a la Secretaría de Relaciones Exteriores y creo haber sudado la camiseta como el que más, aunque fuera en las modestas funciones que me encomendaron.
Más aun, no importó que hubiera abandonado ya la nómina de dicha Casa para atender algunas peticiones que se me hicieron. En buena medida resultaba cierto que habiendo servido a la Cancillería ésta ya no me resultaría nunca indiferente. Tal es, quizá, la razón por la cual los muchos desfiguros que se cometieron después de Rosario Green me dolieron sobremanera.
Con la hegemonía del PAN, durante toda la llamada docena trágica
, las barbaridades cometidas contra países latinoamericanos, enemistándonos con el gobierno de varios de ellos, así como la sumisión a Estados Unidos concordaron con la naturaleza de esta formación política, lo mismo que el servilismo respecto de la Moncloa española que tuvimos a bien inaugurar.
No importó atender a los designios de quienes eran, cada vez más descaradamente, sucesores de Francisco Franco, a quien los gobiernos del general Lázaro Cárdenas y siguientes tuvieron a bien imponerle una gran tache y mantenerlo fuera de nuestro horizonte diplomático.
Quienes ocuparon la jefatura de nuestra embajada en España durante dicha docena
dieron muestras sobradas de lo que digo, incluyendo a un mexicano de tanta calidad como Gabriel Jiménez Remus y, no se diga, los otros.
Lo que nos sorprendió a todos es que dicha tendencia haya sobrevivido al cambio de gobierno y cuando el Revolucionario Institucional recobró el gobierno de la República.
Corre la conseja de un acuerdo discreto para dejar lo referente a la política exterior a la militancia blanquiazul. Hubo motivos de suponerlo con los nombres que pervivían, aunque también acciones que nos inducían a suponer que no era cierto.
En España, por caso, enviar a Roberta Lajous resultaba alentador, pero nos decepcionó su actuación. En el consulado de Barcelona, sobrevivió una señora Ang cuya gesta casi podría considerarse de traición a la patria. Dicho personaje huía incluso de los homenajes a Lázaro Cárdenas y al pueblo de México con motivo de su solidaridad con la República. Quienes frecuentamos esa ciudad echamos de menos, muchísimo, a Jaime García Amaral, sin duda el mejor cónsul que hemos tenido ahí.
Las cosas cambiaron para bien cuando mandaron a Fidel Herrera, a pesar de resistencias que le sembró su antecesora y sus problemas que dejó en México. Haiga sido como haiga sido
su gestión fue excelente aunque muy corta. Su sucesora parece volver a las andadas. El nuestro fue el único consulado en Barcelona que regresó sin abrir una carta del presidente catalán, explicando su situación, lo mismo que Lajous quien fue la única que rechazó una carta similar enviada a todo el cuerpo diplomático.
Respecto de nuestra relación con Estados Unidos ni hablemos. Nuestro canciller dijo que estaba dispuesto a aprender, pero no parece haberlo logrado. No se ha enterado ni de la Doctrina Estrada y menos de que la autodeterminación de los pueblos es considerada como inalienable por la propia ONU.
¿Será que existe el contubernio con la ultraderecha mexicana en materia de política exterior? Lo cierto es que nuestra diplomacia causa vergüenza.