l ex presidente chileno Sebastián Piñera volverá al palacio de La Moneda. El magnate de derecha ganó ayer la segunda vuelta electoral al candidato oficialista, Alejandro Guillier, por un margen cercano a 10 puntos (54.5 frente a 45.5, de acuerdo los con resultados parciales), en lo que constituye un nuevo episodio de la lógica pendular en la que se encuentra anclada la política de la nación austral desde hace más de una década, en 2006, cuando la mandataria saliente, Michelle Bachelet, llegó al cargo por primera vez. Sucedida por Piñera en 2010, Bachelet volvió a la presidencia en 2014.
Más allá de los personajes, esta extraña alternancia se ha traducido en ciclos entre administraciones con acentos socialdemócratas y gobiernos neoliberales. El primer periodo de Bachelet se caracterizó por la adopción de medidas sociales, como un sistema universal de pensiones, en tanto que la presidencia de Piñera se benefició de elevadas tasas de crecimiento económico impulsadas por factores circunstanciales, como las altas cotizaciones del cobre, principal producto chileno de exportación en los mercados internacionales.
Sin embargo, ni la política socialista ni el empresario derechista consiguieron transformar los logros de sus respectivos gobiernos en permanencia de sus proyectos políticos y partidistas.
En el vaivén de unos electores insatisfechos, Bachelet fue relecta en 2014 y en su segundo periodo emprendió, entre otras, una importante reforma orientada a garantizar la gratuidad de la enseñanza, una reivindicación que generó importanes movilizaciones del estudiantado en el pasado reciente, pero no logró recuperar la enorme popularidad de la que gozaba al final de su primer mandato (80 por ciento) ni convencer a la ciudadanía de refrendar su política en la figura de Guillier.
Un dato relevante es que ninguna de las corrientes que se han alternado en el poder público ha logrado incidir en forma significativa en una disminución de la gravísima desigualdad social que caracteriza a la sociedad chilena, en la que 5 por ciento concentra más de 51 por ciento de la renta nacional.
Con ese telón de fondo, los rituales de la democracia formal parecen haber perdido capacidad para emprender las transformaciones sociales de gran calado, lo que redundaría en una percepción creciente de insustancialidad en las diferencias entre el centroizquierda y el centroderecha que se alternan en La Moneda desde hace más de 11 años.
La única novedad en el pasado proceso electoral es el surgimiento de una tercera fuerza: el Frente Amplio, una fórmula de izquierda más definida que la oficialista Nueva Mayoría y que obtuvo alrededor de 20 por ciento de los sufragios en la primera vuelta del 19 de noviembre, aunque por el momento es imposible saber si ese nuevo polo electoral se convertirá en un refernte permanente en el escenario político de Chile.
Lo único cierto es que éste prosigue su ritmo pendular bajo el signo de una constante insatisfacción de los votantes.