os temas utilizados hasta ahora para desacreditar a López Obrador por parte los personajes asociados al Partido Revolucionario Institucional, incluyendo al Presidente de la República, al líder del partido y a su candidato a la Presidencia, nos indican la existencia de una pretendida estrategia para inducir el miedo en los votantes, similar a las utilizadas en el pasado contra Cuauhtémoc Cárdenas y contra el mismo López Obrador, utilizando en este caso a Venezuela como el ejemplo del país al que nos pareceríamos si éste obtuviese el triunfo en la próximas elecciones, seguramente pensando que ello realmente puede inhibir la votación de las mayorías de la población. Sin embargo lo único que hoy están logrando es mostrar su incapacidad de entender al país que pretenden seguir gobernando.
Para los mexicanos, no es Venezuela el país que nos espanta, es el nuestro. Es México, el país que las élites priístas y panistas se han encargado de convertir en un paraíso exclusivo para ellos, en tanto que en él pueden ejercer el poder sin cortapisas, pasar por encima de sus leyes y modificarlas para hacerlas acordes a sus deseos e intereses; en el que sus sequitos de guaruras les garantizan su seguridad personal, sin importar la inseguridad y el miedo en que vive la mayor parte de la población; un país paradisiaco en el que ellos pueden desviar los recursos públicos a sus propios bolsillos, o a los de sus amigos y familiares cercanos, permitiéndoles vivir con lujos y excesos que ellos consideran merecer, y que para nosotros sólo se trata de corrupción e impunidad. Acaso es este el país en el que la inmensa mayoría de los mexicanos quisiéramos seguir viviendo? ¿Un país que les ha negado toda esperanza a los padres que llevan tres años buscando que les devuelvan a sus hijos, estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala hace 40 meses? ¿Lo es para las decenas de miles de familias que siguen buscando a sus familiares también desaparecidos, sin que el gobierno les pueda o quiera dar una respuesta? ¿Es este el país en el que se puede sentir orgullosa y segura Griselda Triana, la esposa del periodista Javier Valdez asesinado en Culiacán el 15 de mayo del año pasado, al igual que los familiares de Miroslava Breach y de muchos otros periodistas asesinados y luego calumniados por quienes ejercen el poder? Y sin embargo éstas son sólo algunas de las muchas causas del actual enojo del pueblo de México en contra del peor gobierno del que tenemos memoria.
En los meses recientes hemos podido saber de la corrupción existente en los gobiernos de otros países de Latinoamérica, como Argentina, Brasil, Guatemala y Perú, que distando también de ser lugares idóneos para vivir en ellos, se diferencian del nuestro en que en ellos, sus gobernantes han sido llamados a cuentas y en algunos casos han sido sentenciados ya por sus fraudes y crímenes, mientras que en el nuestro, los actos de corrupción y los crímenes cometidos por quienes conforman los altos círculos del poder, permanecen en la impunidad total. ¿Qué dicen de esto el Presidente, el PRI y su candidato? ¿No debieran mejor estar avergonzados, ofreciendo alguna disculpa por sus acciones y omisiones? En días pasados, el señor José Antonio Meade respondió sobre los aumentos recientes de las gasolinas, que éste no era un asunto del gobierno sino del mercado libre, ignorando el ofrecimiento de su todavía jefe de que la privatización del sector energético permitiría reducir los precios de los combutibles.
En los meses recientes el Presidente ha mencionado y se ha excedido presumiendo los grandes avances y crecimientos económicos del país, ¿Pero a qué país se refiere? ¿Acaso a uno formado exclusivamente por los bancos y las empresas trasnacionales que operan en México y que tienen en este país utilidades mayores que en sus propias naciones de origen? ¿Al de las empresas mineras internacionales que exploran el territorio mexicano en busca de yacimientos minerales y que al encontrarlos contratan criminales para amedrentar y correr a los pueblos nativos para quitarles sus derechos sobre esos yacimientos? ¿O será que para él, el país lo constituyen sólo las familias que disfrutan de propiedades y de alta capacidad adquisitiva? Porque las familias de los trabajadores que recibieron recientemente un incremento salarial diario de ocho pesos, al igual que los millones de personas que viven del empleo informal esperando que algún día las reformas estructurales
aprobadas a espaldas de la nación les permitan vivir un poquito mejor, ciertamente nada saben de ese crecimiento económico del que habla Peña Nieto, mientras que para él, esas personas no cuentan, ni forman parte del país al que él se refiere.
Hace cuatro meses Enrique Peña Nieto y varios de sus colaboradores en una operación de corte populista y demagógico viajaron al Istmo de Tehuantepec para visitar la población de Juchitán donde miles de viviendas y cientos de escuelas fueron colapsadas por un terremoto cuyo epicentro fue ubicado en el mar frente a las costas de Chiapas; prometiendo entonces ayudas económicas para su pronta reconstrucción. Hasta ahora la mayor parte de las escuelas colapsadas continúan olvidadas por su gobierno, mientras que las clases son impartidas en carpas y lugares improvisados con lonas y los habitantes han optado por improvisar sus refugios, utilizando materiales enviados por organizaciones sociales solidarias.
Ese es el país en el que ya no queremos seguir viviendo, el país de la pobreza permanente y creciente, el país de la demagogia y de las promesas gubernamentales que nuca se cumplen, un país en el que lo único que importa son los negocios, utilizando los recursos naturales que hasta hace poco constituían nuestro patrimonio, al igual que los derechos establecidos en la Constitución como la educación, la salud y la justicia; el país del que nos hablan el Presidente y su candidato bien lo podíamos llamar ahora como El País de Nunca Jamás, porque ese país no lo queremos tener más a partir de estas elecciones de 2018. Porque este país es nuestro y queremos que lo siga siendo.
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