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El culto de lo malo
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Fotograma de la cinta de James Franco
E

s curioso ese fenómeno de apreciar películas malas, que uno siempre ha asociado con una especie de esnobismo a la inversa. Soy tan inteligente, tan superior, que me puedo dar el lujo de admirar una mierda, es lo que parecen expresar todos esos cultistas de lo malo.

Esto parece pensar James Franco en cada escena de su película The Disaster Artist, Obra maestra, una recreación socarrona del caótico rodaje de The Room (2003), considerada por quienes la han visto como una de las peores realizaciones de todos los tiempos. El mismo Franco reconoce haber sido uno de los admiradores de la única película dirigida a la fecha por un Tommy Wiseau, quien tuvo que colocar un espectacular en Los Ángeles con su teléfono personal para conseguir espectadores. (No confundir la cinta con La habitación, de 2015, el melodrama de Lenny Abrahamson).

Según narra la comedia, Wiseau era un actor fracasado en San Francisco que traba amistad con Greg Sestero (Dave Franco, hermano del director), otro actor sin chamba. Ya que nadie los quiere, ambos deciden filmar su propia película, financiada completamente por el primero con fondos inagotables, cuyo origen es totalmente misterioso (otros misterios: nadie conoce la edad de Wiseau ni su procedencia, o por qué habla con un extraño acento europeo).

Tan ignorante que compra todo el equipo de filmación en vez de rentarlo y rueda simultáneamente en 35 mm y video de alta definición, Wiseau resulta ser una pesadilla de prepotencia para sus colaboradores, incluso Sestero, quien empieza a distanciarse de su amigo cuando comprueba que no las tiene todas consigo. Como actor protagónico, Wiseau es incapaz de aprenderse los diálogos que él mismo ha escrito, obligando a numerosas tomas e insiste durante una secuencia amorosa que deben verse sus nalgas para poder vender la película.

El resultado es, por supuesto, horrendo. En el estreno con todos los participantes de la filmación, los espectadores empiezan a carcajearse ante el humor involuntario de la mayoría de las escenas. Wiseau se da cuenta, bajo su instinto de supervivencia, que debe fingir que todo fue intencional.

Emparentada de cierta manera con Ed Wood (1994), la hilarante comedia de Tim Burton, en la medida que ambas son celebraciones del cine imposiblemente inepto, The Disaster Artist no participa, empero, del tono afectuoso que permeaba a esa realización. Franco interpreta con gracia a Wiseau; sin embargo, lo hace con abierta condescendencia. Y aunque en talk shows y la ceremonia de entrega de los Globos de Oro, el actor/realizador ha paseado a Wiseau como si fuera su compadre, en realidad lo lleva como patiño de un chiste que él mismo no ha acabado de entender.

Según lo demuestra la secuencia final de créditos en que se ven en comparación escenas de la película original y su imitación, Franco se esmeró en recrear con fidelidad la grotesca incompetencia de Wiseau. Uno recuerda la inutilidad del Psicosis (1998), de Gus Van Sant, aunque de signo contrario. Aquí se trata de mimetizar lo malo para el disfrute del espectador, que también participa de la misma actitud de superioridad.

De sempiternas gafas oscuras, el fallido cineasta de infladas pretensiones acaba siendo una figura patética que ha sido utilizada como blanco de burlas. Por mucho que The Disaster Artist pretenda ser un homenaje a aquellos que quieren hacer cine a toda costa, lo que yace en el fondo es una malicia a compartir. Calificada esa sensación como Schadenfreude en alemán, la película invita a reírnos de la desgracia ajena. Que lo logre es otra cosa.

The Disaster Artist: Obra maestra (The Disaster Artist)

D: James Franco/ G: Scott Neustadter, Michael H. Weber, basado en el libro de Greg Sestero y Tom Bissell/ F. en C: Brandon Trost/ M: Dave Porter/ Ed: Stacey Schroeder/ Con: Dave Franco, James Franco, Seth Rogen, Ari Graynor, Alison Brie/ P: Good Universe, New Line Cinema, Point Grey Pictures, RabbitBandini Productions, Ramona Films, Rat-Pac Dune Entertainment. EU, 2017.

Twitter: @walyder