migo Poeta, has invitado a comentar tu obra a un historiador que desentona. Contesto, debido al desentono, con más osadías que discreciones, declarando lo que Lascas, el título de tu libro, me provoca.
Acudo en mi apoyo a otro poeta. Zhuang Zi, el remoto taoísta, planteó un día: ¿Acaso puede haber hijos y nietos si antes no hubiera habido hijos y nietos?
La cuestión radica en que la historia está incompleta debido a que los historiadores, a fuer de tajantes, somos injustos. La historia está cuajada de evas y de adanes porque en cada terrón del mundo se inventaron parejas primigenias y procreadoras. Pero en la estricta realidad histórica, las evas y los adanes también tuvieron padres y abuelos y bisabuelos y tatarabuelos, y sus tatarabuelos también tuvieron sus tatarabuelos, tantos que las ramas se doblaron con el peso de los muchos ascendientes y los árboles se desgajaron cuando ya fueron incapaces de enhorquetar sus sueños. Fue un parto difícil, al que tú te refieres diciendo que nuestros retatarabuelos fueron sacados con fórceps cuando colgaban de los pies en el árbol de Newton, sin Adán ni Eva
.
En efecto, es otra la verdadera historia. Caídos, muchos retatas tomaron cantos rodados en sus manos –de pulgares oponibles–; los observaron –ojos al frente, visión traslapada–, y los percutieron hasta romperlos para hacerles una cara de borde afilado. Tras dos que tres machucones de dedos, lograron plenamente su objetivo: un utensilio milusos capaz de satisfacer cualquier necesidad inmediata. Pero vino entonces el gran descubrimiento: vieron los retatas, de reojo, que yacían diseminados por el suelo los restos de su obra. Allí estaban las lascas, sobrepasando su plan, superando su meta, silenciosas, perfectas, verdaderas navajas que, además de cortantes, eran bellas. Los retatas abandonaron el núcleo para admirar, embelesados, las lascas. Eran también un fruto de su esfuerzo; pero tramontaban la previsión racional, el proyecto; eran creadores. La obra cambió a los retatas, pues siguieron transformándose en hombres, hasta ahora.
Te imagino, Poeta, trepado en tus lascas, volando como lo hacía el heroico Sun Wu-Kung, al cabalgar la nube maravillosa con la que dejaba atrás miles de li en unos instantes. Te imagino por los cielos, trasponiendo distancias, siglos y posibilidades. Te imagino en un cenáculo de poesía semejante al del monje San-Tsang –también llamado Tang y Tripitaka– en el Santuario de los Inmortales del Bosque, en su viaje del País del Centro del Mundo hacia el Oeste en busca de los textos sagrados de Buda. Tang fue arrebatado mágicamente del camino por un viento que lo condujo a un convite de poetas, y se inició la ronda. Los poetas resultaron ser, a fin de cuentas, los espíritus de un pino, un ciprés, un bambú, un enebro y un albaricoquero. El intercambio de poemas fue memorable.
¿Quiénes serían tus dialogantes en este viaje? Son muchos los pares que señalas en tu libro. Reproduzco parte de tu larga lista: Hesíodo, Juvenal, Cervantes (obviamente), (y otro obvio) Guillermo de Poitiers, Darío, Lucrecio, Garcilaso, Víctor Hugo, Li Bo (el inmortal poeta de la Luna), Juan de Jáuregui (quien siendo –además– pintor, pintó a Cervantes), Wang Wei (quien siendo –además– pintor, pintó aguas y montañas), Hans Christian Andersen, Inger Christensen (tu querida amiga, a quien dedicas un capítulo del libro), Zhuang Zi (el taoísta), Jean de Lescurel (colgado por crímenes contra mujeres), y junto a él Francois Villpon (quien un siglo después escribió la Balada de los Ahorcados mientras esperaba, preso, ser conducido a la horca); en contraste con los infames, los poetas heroicos: Francisco de Aldana (caído en combate en las tierras marroquíes de Alcazarquivir), Miguel Hérnández (muerto en prisión bajo el franquismo) e Ibn al-Albabar (el andalusí descendiente de fabricantes de agujas –o de lascas–, alanceado por escribir En Túnez reina un tirano a quien neciamente dicen califa
)... ¿Quién?
En un principio imaginé tu diálogo con Farid al-Din Attar. Eres, como el sufí, un recolector de aves. Te deleitas en jardines de delicias descubriendo aves que fueron y que nunca han sido. Las sigues tras los carros de heno. Sacas tu lente de aumento para encontrarlas en grabados de Durero. Escudriñas arcones de tesoros para indagar sus nombres, ya el de la luscinia que canta a la alborada, ya el de la espátula, a la que antaño llamaban averramia. Sobre todo, observas cuidadoso en los platanares, entre los flamboyanes, en el patio de tu casa, las que son de allí, y aún las grullas de cabezas tonsuradas, abanico gris sin abrir en sus traseros
, grullas que no puedes explicar en tu mundo tropical cuando brincan tras los escarabajos (...)
* Fragmento del texto Chispas lejanas
, de Alfredo López Austin, incluido en el poemario Lascas (Aldus/Matadero), de Óscar Oliva, cuyo título rinde homenaje al poeta Salvador Díaz Mirón. El libro será presentado al mediodía de este domingo en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con los comentarios del reconocido historiador, Mario Nandayapa y el autor.