elicioso para el toreo fue Copo de nieve, de José María Huerta, joya de la ganadería. El toro literalmente planea-ba, juguetón, la vida se intensificaba y la dulzura estaba vestida de tiernos matices. Se le perdonó la vida y las vacas de la ganadería bailan por soleares de tres versos esperando a su Copo de nieve. El precioso nos embriagó y permitió esconder los dolores y miserias por los que pasa México. El rejoneador Andy Cartagena se divirtió jugando carreras muy por debajo de la calidad de burel tan excepcional. Poco o nada toreó llevando al toro en el costado. No importaba, los aficionados toreaban en la imaginación al caramelo que hacía geometrías en el ruedo. Un toro con el que sueñan los toreros; que tenía el encanto de embestidas enamoradas, suaves, pastueñas, juguetonas con el caballo y que aterrizaban como avión al meter la cabeza en el ruedo. Desde el mirador de barrera asombraba su encastada nobleza, turbadora del silencio de la ganadería brava mexicana y el sol invernal azul como ninguno.
Nobleza de este astado, que embestía sin tirar ni una cornada. Tanto que a su instinto a medida que pasaba y pasaba en la persecución del caballo quedó muy quedo, a una mayor ponderacion de goces poco sentidos. Un toro que no era real, de finas hechuras, pitones que acariciaban mas nobles que las caricias de su vaca consentida.
Bien me anunció el joven ganadero en un vuelo a Guadalajara lo bien presentados y acometivos que serían los to-ros de la ganadería. Felicidades, ganadero. Espléndido fin de la temporada invernal de corridas de toros.