ste año se cumple el bicentenario del nacimiento de Guillermo Prieto, cronista, poeta, periodista, político, parlamentario, constituyente y podría continuar la enorme lista de oficios, profesiones y actividades que realizó en su larga vida.
Prieto es representativo de esa pléyade de liberales que vivieron en el siglo XIX, que un día eran diputados o ministros, otro estaban empuñando las armas, escribían crónicas, poesía, teatro, hacían planes de gobierno, salían al exilio, regresaban y volvían a huir. Sin duda, fueron de los forjadores del México independiente y dejaron un ejemplo de profundo amor al país, valor y honradez.
La vida de Guillermo Prieto fue particularmente singular; alguna vez mencionamos que sería magnífico tema para una película de aventuras con sus dosis de heroismo, felonía y emociones fuertes.
Como muestra, recordamos la siguiente escena que cuenta en sus memorias, en la que describe la detención en Guadalajara, de Benito Juárez, Prieto y el pequeño grupo que los acompañaba.
Tropas desleales se aprestaron a fusilar a don Benito; Prieto relata: “Aquella terrible columna, con sus armas cargadas, hizo alto frente a la puerta del cuarto (...) y sin más espera, y sin saber quién daba las voces de mando, oímos indistintamente: ‘¡al hombro! ¡Presenten! ¡Preparen! ¡Apunten!’ Como tengo dicho, el señor Juárez estaba en la puerta del cuarto; a la voz de ¡apunten!, se asió del pestillo de la puerta, hizo hacía atrás su cabeza y esperó... Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé. Se apoderó de mi algo de vértigo o de cosa que no me puedo dar cuenta. Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo, abrí mis brazos, y ahogando la voz de ¡fuego! que tronaba en aquel instante, grite: ‘¡levanten esas armas!, ¡levanten esas armas, ¡los valientes no asesinan...!’”
Y habló y habló y habló; el pelotón de fusilamiento bajó las armas y acabó llorando. Ese era Guillermo Prieto, quien para nuestra fortuna fue un prolífico escritor, lo que nos permite conocer, además de sus peripecias personales, cómo era la sociedad de su tiempo, las costumbres y mentalidades. La mayor parte de su obra se publicó en distintos diarios, de algunos de los cuales fue fundador. En varios escribió con el seudónimo de Fidel.
Afortunadamente, hace unos años el notable historiador Boris Rosen revisó pacientemente hemerotecas y archivos a lo largo de 30 años, localizando los textos dispersos en innumerables diarios, revistas y libros. Gracias a ello ahora podemos leer sus obras completas que integran muchos volúmenes.
En Memorias de mis tiempos recuerda su infancia privilegiada como niño de casa grande
y cómo, a la muerte de su padre cuando tenía 13 años, se vio obligado a irse a vivir con un par de ancianas cuyo padre había sido sirviente en su casa. La madre perdió el juicio y quedó al cuidado de unos parientes. Sin embargo, estas vicisitudes parecieron servir para forjar un carácter audaz e indomable.
Para recordarlo en sus distintas facetas, hoy a las 12 horas, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, se lleva a cabo el acto Escenarios urbanos de Guillermo Prieto en su bicentenario (1818-2018). Participan María Bustamante Harfush, Miguel Ángel Castro, José Francisco Conde, Blanca Estela Treviño, quien esto escribe y como moderador, Vicente Quirarte.
Al salir del acto nada mejor que ir al Café de Bellas Artes que se encuentra junto al suntuoso vestíbulo. Entre la vista del marmoleado espacio, un gran mural de Rufino Tamayo y la Alameda puede disfrutar un café, un muy buen coctel o una deliciosa comida.
El caldo loco, la pasta al pesto, el roast beef y el pollo a la mostaza son de mis favoritos. De postre: el pastel de zanahoria o el de chocolate sin harina.