l ejército israelí mató ayer a 16 hombres palestinos que participaban en la Gran Marcha del Retorno, una serie de protestas organizadas para recalcar el derecho del pueblo palestino a regresar a sus tierras, de donde fueron expulsados o de donde debieron huir para salvar sus vidas tras la creación de Israel en 1948. Además de los muertos, más de mil 400 personas resultaron heridas por el mero motivo de circular en las inmediaciones de la valla fronteriza que divide a Israel de la Franja de Gaza, en la cual fueron apostados 100 francotiradores de distintas corporaciones armadas israelíes.
Este enésimo episodio del martirologio de los palestinos que luchan para volver a sus hogares confiscados por el Estado ocupante vuelve a exponer la indiferencia de la comunidad internacional ante los sistemáticos atropellos de Israel. En efecto, aunque la inmensa mayoría de las vidas segadas en el conflicto son palestinas, se insiste en tratar los hechos como un enfrentamiento entre dos fuerzas armadas y no como lo que es, la resistencia de un pueblo ante la ocupación permanente y violenta de sus territorios.
Si históricamente Israel ha defendido las acciones letales de sus soldados en razón de la defensa propia ante los ataques terroristas perpetrados por las facciones radicales palestinas, el desarrollo de los acontecimientos –incluidas las declaraciones explícitas del ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, en el sentido de que la mera cercanía de una persona palestina a la valla fronteriza pone en riesgo su vida
– despoja de cualquier justificación el proceder de las fuerzas ocupantes. En cambio, se manifiesta con crudeza el desig-nio de usar la aplastante superioridad militar de Tel Aviv como único argumento en la disputa territorial.
Si estos crímenes no han dejado de sucederse desde que hace 70 años se estableció el Estado israelí, hoy la prepotencia de éste se ve azuzada por la presencia en la Casa Blanca de Donald Trump. Tanto en su actitud como en los actos concretos de política internacional que fortalecen la posición regional de Israel, el magnate ha propiciado un empeoramiento sensible en las condiciones de vida de los palestinos, así como una exasperación que aumenta el peligro de nuevos desbordes violentos.
Además de condenar la masacre de ayer y demandar que se haga justicia, es insoslayable que la comunidad internacional –y en particular sus organismos multilaterales, con la Organización de las Naciones Unidas a la cabeza– tomen medidas urgentes para dar una solución viable y duradera a la catástrofe humanitaria que azotan a Cisjordania y la Franja de Gaza. Debe remarcarse que este camino transita obligadamente por la solución de dos Estados con las fronteras de 1967, tal como establecen múltiples resoluciones de la ONU, única salida aceptable para garantizar los derechos de ambos pueblos.