El escritor uruguayo creó un espejo que nos devuelve a pensarnos en sociedad, define dramaturgo
Jueves 9 de agosto de 2018, p. 5
Buenos Aires
Cuentos de la selva, del uruguayo Horacio Quiroga, con sus relatos protagonizados por yacarés, flamencos, tigres y coatíes, celebra este año el centenario de su primera publicación en Buenos Aires, convertido en un clásico de la literatura infantil con innumerables rediciones y traducciones.
Quiroga (Salto, Uruguay, 1878-Buenos Aires, 1937) fue un autor atravesado por la selva misionera; ahí encontró inspiración y refugio de una vida marcada por la tragedia. Su experiencia en esa exuberante geografía no pudo ser más directa: crió a sus hijos, cultivó yerba mate y levantó una casa con sus propias manos.
‘‘Todos los cuentos de Quiroga, cualquiera fuera su tema, están construidos de manera impecable. Pero debo señalar que aquellos que se sitúan en Misiones están impregnados del misterio, la pobreza, la amenaza latente de la selva’’, lo elogiaba su compatriota Juan Carlos Onetti. Los personajes de ocho relatos que atraparon a muchas generaciones son animales selváticos representados de forma humanizada, que hacen uso de la palabra y del pensamiento. A veces se enfrentan o alían entre ellos; otras, su socio o adversario es el hombre.
En sus páginas una tortuga busca salvar a su amigo humano enfermo (‘‘La tortuga gigante’’), los yacarés se enfrentan a un buque (‘‘La guerra de los yacarés’’) y las rayas dan encarnizada batalla a los tigres para defender a un hombre (‘‘El paso del Yabebirí’’). Completan el libro ‘‘Las medias de los flamencos’’, ‘‘El loro pelado’’, ‘‘La gama ciega’’, ‘‘Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre’’ y ‘‘La abeja haragana’’.
La primera edición de la obra vio la luz en 1918 como Cuentos de la selva para los niños, publicada por la Sociedad Cooperativa Editorial Limitada en Buenos Aires. Sin embargo, sus relatos habían ido difundiéndose en las páginas de populares revistas y semanarios porteños a partir de 1916. Entre las innovaciones del libro se encuentra, ‘‘en primer lugar, un golpe de aire fresco gracias a la naturalidad con que narra pero hay más: acierta en el movimiento de atención que mueve a todo lector y, en especial, a los niños que perciben la trampa de la niñería’’, apunta el crítico literario argentino Noé Jitrik.
Lo que el cuentista rioplatense descubre en la selva misionera ‘‘está en estrecha relación con una mirada que actúa por capas, del exterior brumoso de personajes en apariencia simples a situaciones que ‘significan’ poderosamente, el sentido de la experiencia, el trato con la muerte’’, refiere Jitrik.
Viaje iniciático a Misiones, provincia argentina, en 1903
En 1903, en lo que devendría el viaje iniciático que impregnaría su vida y literatura, Horacio Quiroga acompañó como fotógrafo al escritor Leopoldo Lugones a una expedición a las misiones jesuíticas en la provincia argentina de Misiones.
Fascinado por ese paisaje, lo eligió para vivir allí años después junto a su esposa, la joven Ana María Cirés, con quien tuvo dos hijos. Tras seis años de jungla y matrimonio, Cirés se suicidó en 1915 y Quiroga se trasladó luego con sus hijos a Buenos Aires.
El maestro del cuento latinoamericano regresó por última vez a la selva entre 1932 y 1936 con su segunda mujer, María Elena Bravo, tres décadas menor que él, y quien dio a luz a su tercera hija.
El libro, con su prosa sencilla, clara y por momentos violenta como la propia naturaleza, contó con adaptaciones teatrales en diversas latitudes. El argentino Gastón Marioni, quien recientemente escribió y dirigió una versión de Cuentos de la selva en el Teatro Municipal Coliseo Podestá de La Plata, una precuela de estos relatos con música de Damián Mahler, explica: ‘‘Me parecieron más que oportunos los universos que despliega, en tanto cualidades, valores e idiosincrasia en tiempos de tanta globalización, individualismo y sectación’’.
El clásico de la literatura infantil inspiró un filme argentino-uruguayo de animación en 2010, una versión libre dirigida por Liliana Romero y Norman Ruiz. Previamente tres de sus relatos se convirtieron en dibujos animados, en cortos producidos por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.
¿A qué se debe la vigencia de esta obra de Quiroga? ‘‘Son hechos que no se pueden explicar; no les sucede a todos los libros, ni siquiera a otros de su mano’’, analiza Jitrik. ‘‘Debe ser porque en su oportunidad tocó alguna cuerda humana sensible y la resonancia que produjo no se apaga porque no es inherente a los niños ni al ambiente que describe’’, concluye el escritor y crítico.
Por su parte, el dramaturgo Marioni considera: ‘‘La vigencia será perenne mientras la condición humana siga siendo tal. Allí su validez, su inmortalidad; ese espejo que nos devuelve a pensarnos en sociedad’’.
Quiroga, quien publicó también obras como Cuentos de amor, de locura y de muerte, Anaconda y Los desterrados, fue además poeta, dramaturgo, docente, ciclista aficionado, inventor amateur y juez de paz. En 1937, enfermo de cáncer, se quitó la vida en Buenos Aires.
Los Cuentos de la selva siguen acercando al lector los mágicos ecos de esa geografía que tanto apasionó a Quiroga. Como escribió la autora argentina Liliana Bodoc: al terminar de leer el libro ‘‘es posible que haya barro en la suela de nuestros zapatos, porque, página a página, hemos atravesado una selva’’.